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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Mareas políticas

1 de febrero de 2017

En el mundo económico existen los ciclos, realidad que se viene produciendo indefectiblemente desde hace siglos, y cuyas causas, frecuencias y amplitud ha dado lugar a la publicación de bibliotecas, sin haber conseguido todavía dominar el tema con la suficiente efectividad como para prever sus tiempos precisos ni descubrir posibles soluciones eficaces a sus fases depresivas. Una y otra vez, parece que no hay escapatoria, es como el latido del corazón, parece una constante de la vitalidad económica, casi biológica. Al fin y al cabo tampoco debería extrañarnos, ya que la economía es una actividad humana y como tal está sometida en última instancia a sus reglas: nacer, crecer, reproducirse y morir, con fases alternativas de euforia y depresión.

En el mundo de la política observamos igualmente que a lo largo de la historia se producen variaciones en la percepción de la realidad, cambios en las posturas y preferencias de los ciudadanos en función de la coyuntura y los desafíos percibidos por los mismos. Evidentemente tienen mucha influencia las ideologías predominantes en los medios de difusión y las bases culturales imperantes en un determinado conjunto social, lo cual no quiere decir, al igual que en economía dentro de un ciclo bajista puede haber personas que alcancen el éxito, que todos estén de acuerdo con la nueva tendencia, siempre habrá discrepancias, y es en la lucha entre esas mismas facciones, la que determinará el triunfo o fracaso de la nueva ola.

Es en este marco, acertada o equivocadamente, creo percibir un cambio de tendencia en amplios sectores de la sociedad Occidental, una resistencia a la marcha ideológica en el sentido previsto por el “establishment” oficial, invertir la ideología hasta ahora dominante, al menos en los medios y organismos nacionales e internacionales: el pensamiento único, la solución y aproximación única a una multitud de problemas que van desde el tratamiento de la presencia de grupos de culturas no afines en su seno, el mayor control de la delincuencia, pasando por las formas sociales de convivencia, cuyo punto de confluencia es la descalificación de aquellos principios que en el pasado habían constituido la columna vertebral de la filosofía propia de la cultura occidental, con intención de eliminarla, directamente unas veces y subrepticiamente otras.

En Europa se pretende llegar a una Unión Europea de diseño obviando los valores que constituyen la esencia de la misma, un modelo que no toma en consideración las opiniones de sus habitantes, por ejemplo: cuando se rechazó la constitución en varios países clave, por la puerta de atrás se puso en marcha un nuevo tratado olvidándose de la anterior consulta popular; guardando las distancias, fue como el paripé del referéndum en Colombia, al que se ignoró descaradamente por un acuerdo de espaldas al pueblo.

Observo un movimiento revulsivo, todavía incipiente y limitado a expresiones directas por parte de colectivos sociales dentro de la propia sociedad occidental, muy constreñidos de momento, por constituir una desviación herética frente a ese pensamiento único. Es una resistencia frente esa dictadura ideológica “panfílica”, que incluso los medios conservadores no se atreven a apoyar, hasta los condenan, no tanto por sus puntos concretos o propuestas concretas, sino descalificando “urbi et orbe” el movimiento en sí, destacando aristas peyorativas, conceptos falseados incluso, exagerados, manipulados.

Dichos movimientos, todavía débiles e inconexos, probablemente discrepantes entre sí en una serie de puntos, tienen en común el rechazo del modelo de estado y sociedad que busca imponer la cúpula política y económica mundial en estos momentos. Está surgiendo una tremenda resistencia en una mayoría normalmente silenciosa de la sociedad. No cabe duda de que muchos extremos de dicha reacción tengan connotaciones negativas, pero de lo que tampoco cabe duda es que en muchas cuestiones tienen la razón.

Lo que es evidente es que el actual aparato político e ideologías afines se lo están tomando muy en serio, pues su reacción frente a dichos movimientos está siendo virulenta, desproporcionada. Si solo nos atuviéramos al contenido de los programas, no habría razón para tal grado de animadversión, ya que en principio, nadie debería escandalizarse con tal intensidad porque unos grupos políticos quieran reforzar las fronteras europeas, busquen eliminar la delincuencia de una forma más efectiva, se opongan a la inmigración ilegal, a la difusión de ideologías que quebranten los principios del derecho y costumbres del Occidente cristiano, o quieran imponer restricciones al tráfico económico de países que no cumplen las normas laborales más elementales existentes en la propia UE o EE.UU. ¿Será que adivinan que tras dichos movimientos se asoma la posibilidad de volver a reafirmar una ideología contraria a sus intereses? ¿A los intereses de quien? ¿Es que interesa reponer y sustituir a la población, por otra más dócil al dictado de la “Intelligentsia” o la autodenominada “elite” de cartón piedra.…

La característica común de muchos de estos movimientos es el conservadurismo, que no es más que el instinto básico de retener bajo el control personal aquellos bienes y derechos adquiridos, en paz y sin más injerencias que las que exija una ley que respete la propiedad privada, la conciencia, las costumbres y forma de vida de su entorno, es decir la derecha tradicional, algunos a su vez defienden un liberalismo entendido en sentido clásico.

Son movimientos que pretenden invertir la marcha que nos estaba llevando hacia un socialismo generalizado, igualitario de resultados, la eliminación de la identidad frente la diversidad, a una deriva descarada que ha permeado toda la política occidental y que curiosamente también coincide, parece ser, por su claro apoyo a este modelo de “establishment” global y colectivizado, con los intereses económicos de grupos muy poderosos a nivel mundial, grupos que nada tiene que ver con el socialismo o con los intereses verdaderos de una comunidad internacional.

Este cambio de tendencia sí que representaría una amenaza seria para la consecución de esos objetivos no declarados y sin embargo perseguidos y apoyados con determinación por unas minorías ideológicas camufladas tras el sistema oficialista hoy predominante en el Occidente.

Creo que esta inversión de tendencia por parte de una parte de la sociedad, de momento no mayoritaria, en todas las naciones de Occidente, tardará en alcanzar el poder, si es que lo consigue, las fuerzas opositoras son muchas y muy poderosas, pues estos centros de poder incrustados ya en el sistema se están jugando unos intereses sustanciales a la vez que se están cuestionando unos criterios o ideales considerados como verdades incontrovertibles por una buena parte de la población, una sociedad a la que se le ha estado indoctrinado sistemáticamente con el evangelio “políticamente correcto” durante décadas (parecido social y psicológicamente a lo ocurrido con el fenómeno del nacionalismo en Cataluña y País Vasco en España). Creo que la oposición será tan violenta verbal, mediática y agresiva por parte de esos intereses creados que no excluyo en un futuro la posibilidad de una confrontación de radicalizarse de verdad esta nueva derecha.

 

En cuanto a España, de consolidarse esta nueva situación, la de un giro a la derecha, equivalente a la que en su día se designó como “giro a la izquierda”, lo que daría lugar al nacimiento de un nuevo ciclo entre muchas naciones de Occidente, por lo que puede deducirse del actual panorama de nuestras querencias políticas y el actual grado de descomposición del sentido de nación, así como la falta de convicción de nuestro principal partido conservador que debería representar a esa derecha, nos quedaremos una vez más anclados en una izquierda anacrónica, una postura que creímos olvidada cuando Felipe Gonzalez renunció en su día al marxismo y que ahora, como una caduca ave fénix, vuelve a renacer de sus cenizas en contraposición a los nuevos aires que vienen de la Europa del Norte.

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