Pequé de notorio optimismo —según mi querencia— cuando interpreté como una victoria de Vox —aunque lo es— el viraje de los ataques que recibía. No sé si recuerdan aquel artículo mío. La tesis era que las tesis de Vox en lo ideológico y en lo político se habían revelado insumergibles. Su defensa de la nación española, su apuesta por la vida, su voz de alarma demográfica, su reacción frente a la inmigración ilegal y la inseguridad creciente, su cuidado de la identidad hispánica con especial atención a los países hermanos, la preocupación por el desorden del orden constitucional, las frivolidades con la economía de las familias y de las clases medias, autónomas y trabajadoras, etc. Ya nada de eso es fascismo. Los viejos asuntos silenciados son ya tópicos de debate público. Vox ha triunfado en eso, tan importante.
Por eso, en efecto, los contrincantes, rivales y enemigos han buscado otra línea de ataque. En los principios, Vox era firme, no los malvendía ni se acobardaba y el instinto de conservación de la sociedad se lo agradecía. Sobre los fines de Vox de una España más fuerte, más coherente y más cohesionada, tampoco tenían nada que hacer. Así que sólo le quedaban los medios.
Los ataques a Vox de un tiempo a esta parte se enfocan en los medios por antonomasia: los recursos humanos y sus inevitables polémicas, y los dineros y su sospecha inherente. Como digo, recibí este giro con alborozo, iluso de mí, en parte por pereza, porque mi campo es defender los principios y, si el fragor del combate se alejaba de mi responsabilidad, mejor para mí y para mis ocupaciones menos beligerantes. Podría dedicarme a hablar de los pájaros y las flores, que es lo que me gusta.
Pero ignoraba que los medios son, por su propia naturaleza, más confusos y los rumores y las acusaciones a voleo producen desazón y un cierto desfondamiento en el simpatizante de base. En los cargos y en los puestos, siempre hay quien se siente irremediablemente preterido y quien no tiene simpatía personal por los escogidos. Irremediablemente, las cuestiones de dinero levantan alarmas y sospechas del puritanismo económico que a todos nos han instalado, aunque dinero tiene que haber y está fiscalizado por el Tribunal de Cuentas. Oímos hablar de dinero y, como un reflejo de Pavlov, ya nos inquietamos. Quitando que, al ser medios, las gestiones pueden quedarse a medias y permiten más margen para la discusión.
La prueba más palpable de cómo los críticos de Vox apuntan a los medios la ha dado Federico Jiménez Losantos, que ha tratado de deslegitimar la manifestación del 29 de octubre por la Fundación DENAES que la convoca, porque Girauta pasaba por allí, porque no sé qué de Esperanza Aguirre Gil de Biedma y cosas así. No por los fines que persigue ni por los principios que la sustentan. Es triste ver que los medios de comunicación, con la excusa de los medios, embarren unos fines que deberían ser los suyos. ¿Por qué otros fines lo harán?
Esta nueva estrategia digamos que subterránea anti-Vox está calando más que la anterior. Y no es mi flanco para aprestarme a la defensa. Aconsejaría, sin embargo, no perder de vista los principios y los fines, relativizar lo relativo, discutir con los afines con los mejores modos, no tener miedos infundados a difusos infundios y recordar por activa y por pasiva las pequeñas cosas concretas que sí se están consiguiendo en ayuntamientos y autonomías donde Vox co-gobierna. Ahí está, probablemente, la raíz de tanta manía: en que Vox va cambiando políticas efectivas en las que hay intereses ideológicos muy transversales y enrevesados. Pues hay que cambiarlas, y decir que se cambian.