Mónica es la líder que inspira a la izquierda. La pistolera de Más Madrid. Dios nos guarde. Una médica que se borró de su tarea en lo peor de la pandemia. Es tan rica o sinvergüenza que cobró ilegalmente un sobresueldo de trece mil euros «sin darse cuenta». Vota por correo para ocultar que reside en uno de los mejores barrios de Madrid. Aprovechó la muerte accidental de una niña para hacer política. Acusó en falso al hermano de la Presidenta sin pedir disculpas. Y acaba de pasar una de las peores semanas de su vida.
La política es posicionarse ante los acontecimientos. Cada día trae novedades que obligan a actuar. En precampaña y en una situación como la suya, no hay que tomar riesgos. Monica sólo debía recordar la máxima: no cagarla. El sábado por la mañana, acude al acto de las víctimas del 11M confiada. Un día fácil. Sin sobresaltos. Su jefa de prensa, el de gabinete y algún que otro pelota del partido la acompañan: porque dicen justo lo que ella quiere escuchar. Estupenda. Guapísima. Lo estás haciendo genial. Ahí están los medios, te paras un instante y durante el acto nos colocamos en primera fila, donde se nos vea bien. El traje, adecuado. Sobrio. Estate seria. La situación lo requiere. Vamos. Mónica espera unos segundos a que los periodistas se sitúen. La escuchan con esa sonrisa de la prensa amiga. Comienza a hablar. De pronto, algo pasa, aahh, eehh, titubea. Se ha confiado. No repasó el texto antes de soltarlo. Duda, le puede el miedo. ¿He dicho accidente? Fue un lapsus, diría después. Bueno, depende. Quizá freudiano. ¿Afloró el subconsciente? Yo creo que fue cobardía. La costumbre de no llamar a las cosas por su nombre, no vayan a molestar. Aquel día, una pandilla de terroristas malnacidos cometió la mayor masacre de nuestra historia. ¿Ven que fácil? Si temes llamarles malnacidos, terroristas, hijos de, te sale accidente. Zapatero lo sabe bien. Le pasó en el atentado etarra de la t4.
Era un día fácil pero tropezamos, debió pensar Mónica. No tiene importancia, le tranquiliza su equipo. Sigamos adelante. Más Madrid.
Al poco, la pistolera se entera de que sus compañeros sanitarios desconvocan la huelga. Golpe bajo. Pactaron seguir hasta después de las elecciones. Presionar sin descanso. Desgastar a Ayuso. ¿No hablasteis con ellos?, pregunta al equipo. La pela es la pela. Han aceptado sus condiciones. La crisis aprieta. Una huelga supone no cobrar y no está el horno para bollos. Vaya por Dios, piensa Mónica. Oportunidad perdida. Pero sigue adelante. Aguanta. No cagarla, recuerda. Un día después, Europa le da la espalda. La fiscalía no acepta el caso contra el hermano de la Presidenta. Joder. Sigue la mala suerte. Hubiera sido un puntazo. Algo con lo que seguir golpeando. Una pena. Pero hay que continuar. Cada día trae su afán. En política, sólo una de tropecientas noticias es buena. No cagarla, no cagarla.
De pronto, alguien llega con una noticia. Se acerca con esa sonrisa en la cara. Mónica se da cuenta enseguida. Lo olfatea. El hambre agudiza su instinto. Tiene ganas de sangre. De disparar su pistola. Sufre cada jueves los duelos con una sherif que la vapulea. Escucha atenta al esbirro: el número dos del Gobierno madrileño se beneficia del bono social energético. Un escándalo. Demasiado bonito para ser verdad. Está comprobado, le dicen. ¡Bien! ¡Si, joder! Al fin la oportunidad que esperaba. Habla con su equipo. Saldrán al ataque. Alguien pide tiempo para comprobar la noticia y estudiar el caso. Mónica no quiere esperar. Ha sido una semana de mierda y desea pegar un tiro. Salta a la palestra y denuncia a Ossorio. Es un sinvergüenza que debe dar explicaciones, devolver el dinero y dimitir. En ese orden. Tras soltar la bomba, se relame. Todos los medios se hacen eco. Que se joda Ossorio, que se joda la Presidenta. Sigue planeando la precampaña. Las sensaciones han cambiado. Esto tiene buena pinta. Munición para rato. Sonríe. El equipo está contento. Ha tirado de ellos. Son cobardes, no arriesgan. Pero para eso está ella, una líder valiente.
De pronto, el teléfono vibra, comienza a sonar. Llamadas, notificaciones y la cara de espanto de alguien que se acerca. Acaba de salir esto, le dicen. «Esto». Nadie lo verbaliza. Mónica lee. Tiembla. Un sudor frío recorre todo su cuerpo. Se encierra con la jefa de prensa y el jefe de gabinete. Deambula como una fiera enjaulada. Mierda, mierda. Llama a su marido. ¿Esto es cierto? Lo es, -le contesta-. Pero, ¿cómo?… Y cuelga, no acaba. ¿Para qué? Sabe lo que viene. Risas. ¡Mónica pide dimisiones a los demás y disculpas cuando lo hace ella! Más risas. ¡Dimite! Carcajadas. ¡Mónica no sabe que su marido pidió una ayuda de doscientos pavos y quiere gobernar a seis millones de madrileños! Insultos. ¡Mónica, meme, mema! Burlas.
En el peor momento. A las puertas de la campaña. De la peor manera. Sabe que esto la perseguirá para siempre. Que el martillo pilón presidencial golpeará una y otra vez. Que las redes serán un clamor. No cagarla, recuerda. Está muerta.