«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Nada de batallas culturales

28 de junio de 2024

Lo ha escrito Ignacio Camacho con ese tono de reprimenda que desprenden todos los escribas del mito del 78. Las guerras culturales conducen a derrotas electorales, sostiene el Michavila periodístico de Génova 13, edificio en el que no cabe un gurú más. Defender principios o plantear cualquier batalla ideológica es una ordinariez impropia de las almas más puras y centristas, llamadas a gestionar las santísimas cuadrículas del Excel y estampar la firma donde diga don PSOE.

Para el universo genovés la cultura y el mundo de las ideas son un espacio cerrado, un coto de caza privado al que sólo se accede con invitación del señor del cortijo. Presentaciones de libros, tertulias y alguna que otra cena de asociaciones afines. Ni siquiera allí sucede gran cosa, pues han privatizado la conversación pública reduciéndola a una reunión de iguales que ejerce el monopolio no para hacer propuestas, sino para evitar que otros las hagan. Son los piquetes del pensamiento que impiden el libre mercado (el de verdad) para que nadie combata —aunque sea en la desproporción del tirachinas contra el transatlántico, en palabras de García— la hegemonía progresista.

Décadas de rendición han moldeado espíritus endebles y actitudes derrotistas que no conciben alternativa al rodillo ideológico progresista que domina occidente desde el mayo francés. No les entusiasma lo que hay (a sus hijos los llevan a privados o concertados católicos), pero menos aún soportan a quienes levantan la voz contra el statu quo. La Filosofía, la Historia y las Ciencias Políticas son cosas de perroflautas. Mi hijo, por supuesto, banquero y a ganar dinerito. Se impone la mentalidad del comerciante frente a la del sacerdote o guerrero.

De ese modo el universo mediático peperil se encarga de que nadie se salga de los raíles que coloca el PSOE. Lo hemos visto estos días con la formidable potencia de fuego empleada por la boomerwaffen que orbita —y trinca— alrededor del PP al bendecir la rendición a Sánchez como si fueran los nuevos pactos de la Moncloa. El tirano, el que había liquidado la Constitución y la separación de poderes, el malvado sanchismo que amedrentaba a jueces y periodistas, es ahora un monumento a la sensatez que abraza los grandes pactos de Estado y la senda constitucional. El PSOE, como Italia en el descuento, siempre vuelve.

Toda esta papilla la traga con gusto el votante pepero al que sacan de manifestación durante meses cuando el pacto con Bolaños estaba cerrado. Lástima que alguno incluso rodeó Ferraz, casi era mejor quedarse en casa y darle la razón a Camacho, que explica que la derecha no debe dar la batalla porque la izquierda tiene un «contrastado dominio de la conversación pública y su no menos patente hegemonía propagandística». ¿Cómo no va a tenerla si quienes —como él— han dominado la opinión en la derecha llevan 40 años templando gaitas? «El PSOE ha abandonado la transversalidad constitucionalista», escribe el día antes de calificar de «sensato y razonable» el reparto de los jueces. Entrañable.

Por si no fuera suficiente también hay otra derecha que manifiesta repelús a eso de la batalla cultural. Por su pedantería y meapilismo los conoceréis. Explican el distributismo chestertoniano, escriben no sé qué de la plutocracia y les encanta la retórica vacía de Errejón porque habla de pueblo, comunidad y parques públicos donde los vecinos bajan a contarse sus problemas. Lo malo es que nada de eso es verdad, es una abstracción, un discurso de pitiminí. Lo que Errejón tiene en su cabeza son los patinetes de la izquierda posmoderna de Malasaña, tan alérgica a un obrero como a un coche de gasolina. «Fuera vende obreros de los barrios de Madrid», le dijeron a Íñigo la última vez que pisó uno.

Este grupo percibe cierta nostalgia por los tiempos de la marginalidad. Hablar ahora de batallas culturales es una vulgaridad, con lo bien que estaban cuando eran tres y el del tambor y podían sentirse especiales en la insignificancia, creerse que pelean solos contra el mundo como si fueran el último pelotón de soldados salvando a la civilización.

Si oponerse al discurso dominante es un camino seguro a la derrota, sostiene el universo genovés, mucho peor es hacerlo en las redes sociales, que no son más que «cámaras de eco». Claro que para cámaras de eco las reuniones de amigotes como a la que invitaron el otro día a Milei. Al argentino hay que agradecerle que no engrose las filas de quienes modulan su discurso en función de la audiencia, por eso es capaz de hacer el egipcio ante farsantes que llevan décadas envenenando a la derecha social. Quién sabe si su gesto indigestó la cena de la libertad del locutor que predica el sálvese quien pueda mientras pasa el cepillo a los sufridos contribuyentes madrileños cada mes. Conocíamos el liberalismo austriaco y el de los Chicago boys, pero Milei no ha tardado en percatarse de que en España el que triunfa de verdad es el egipcio

En fin, mantengamos perfil bajo y sigamos tragando, que ya estamos en vísperas de vacaciones y tenemos la Eurocopa en abierto. Como decía Mark Twain, es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada.

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