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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Necia con felpa y papagayo

24 de mayo de 2024

Alguien lo dijo ayer y dio en el clavo: Pedro Sánchez es malvado, Yolanda Díaz es tonta. Parece un simple desahogo, pero es la descripción de algo difícil, de un proyecto político a la altura de los tiempos. El gobierno ha logrado cubrir el espectro entero y ya no se sabe, como en el poema de Cernuda, dónde acaba lo ruin y donde empieza lo cretino.

Yolanda Díaz dijo «desde el río hasta el mar» como quien canta Desde Santurce a Bilbao. Ni el más mínimo matiz, ni un miramiento. Un radicalismo cretinoide, temerario. Al menos no lo dijo ensortijándose el cabello.

Sánchez nos ha obligado a abrir los ojos y asumir que estamos en patocracia, el gobierno de la psicopatía, pero en Sánchez se trasluce a veces el humor, el cinismo, el actor. En Díaz hay realmente algo constante, incansable, instalado ya; una estupidez clínica. Un vacío interior como de muñeca.

Stultorum infinitus est numerus. Dalmacio Negro nos ha explicado que estamos bajo el influjo de Koalemos, el dios griego de la estupidez del que Yolanda parece suma sacerdotisa. Al escucharla, al mirar en sus ojos, se percibe una absoluta determinación hueca, ojos de carcelero que no oye. ¿Por qué el estúpido parece siempre estar sordo?

El gobierno diluye la maldad en tontería. Donde no llega una llega la otra, son Modric-Kroos. Es un gobierno hanloniano, por Hanlon y su ley: «No atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez».

El malo se lleva la palma, pero la estupidez no solo explica más cosas, también es más nociva. Aquí Cipolla estableció otra ley universal: la peligrosidad del tonto es mucho mayor. El tonto no descansa nunca, el malo a veces se toma cinco días. Decía el teólogo Bonhaffer que contra el malo podemos luchar, pero nada nos protege del tonto. Y es cierto, ¿cómo movilizarse contra la cretinez? Sus efectos, sin embargo, son geométricos, pensaba Livraghi, como el contagio en una pandemia. La estupidez sería una enfermedad que padecemos los demás y que saca o disculpa la nuestra, pues todos la tenemos más o menos.

Los gestos de Sánchez inquietan, pero los de Yolanda, envueltos en cursilería, dan miedito. Es necia «con felpa y papagayo», y va por la vida con unos auriculares invisibles, escuchando una música que solo ella oye. Sonríe para personajes de un cuento infantil en el umbral de Stephen King.

El tonto con poder deviene canalla, nos advierte Dalmacio, y en Díaz hay un potencial sadismo acaramelado disfrazado de rubia.

Es un gobierno tontimalo, perverso polimorfo, capaz en el mismo día de expresar todos los matices de la estulticia. Los cuatro tipos de necedad: stultus, fatuus, insipiens y demens los reproduce el gobierno en Yolanda, Sánchez, Puente y Albares. Son como una irisación patocrática, la descomposición de la luz en todos los colores del tonto.

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