«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

No es la batalla

11 de diciembre de 2024

Como escribo todos los días o en un periódico o en otro, termino diciendo más con lo que no digo que con aquello de lo que escribo, a veces impelido por la imperiosa necesidad de tener que decir algo, como Pancho Villa en el trance de su muerte. Para no hablar de algo sí que tengo que empeñarme. He logrado pasar todo el puente de la Inmaculada sin mentar la Constitución Española, ni para bien ni para mal.

Y cuando ya veía la meta, este tropezón. Ahora tengo que mentarla. Porque para ganar una partida de ajedrez hay que estar muy pendiente de los movimientos del contrario. Hay quien juega a la política, sin embargo, como si hiciese solitarios. Eso espantaría a todos los sabios, pero especialmente a Carl Schmitt. El caso concreto es que tanto Pedro Sánchez como Ione Belarra han empezado a decir abiertamente que urge reformar la Constitución. Cuidado.

Lo que me ha hecho recordar a los que, desde admirables posiciones de defensa de la nación y urgencia por poner pie en pared, acostumbran a denigrarla con insistencia de estribillo. Hacen bien porque es necesario mandar el mensaje de que nosotros no jugamos sólo a la defensiva y que también tenemos un proyecto alternativo de nación y no les va a gustar… Yo tampoco soy entusiasta de la Constitución del 78 ni ahora ni antes ni al principio. En mi casa, no la votó ni el Tato, salvo una tía mía política, que la defendía a capa y espada en las comidas dominicales en casa de mi abuela, y su marido, mi tío de sangre, que caballerosamente la acompañaba, más por honrar al sacramento que por convicción. Yo estaba a punto de cumplir 10 años y recuerdo bien aquellas épicas peloteras políticas de sobremesa, que creaban afición en la chavalería. Mis padres y mis tres abuelos vivos y el resto de mis tíos votaron en contra sin un resquicio de duda. Luego, he ido viendo como los peores augurios expuestos por mi madre se iban cumpliendo unos tras otros. Lo cuento no como una exposición de nostalgia búmer, sino para dejar clara mi postura teórica.

Sin embargo, en otros puentes de la Inmaculada ya dije que —con esas salvedades teóricas— tocaba bajar a defender la Constitución, no por gusto ni por admiración ni por gratitud, sino por tacticismo. ¿Resignación conservadora? Lo veo al revés. Es como cuando, frente a la invasión napoleónica, los sobrepasados leales se vieron teniendo que defender el Puente Zuazo… ¡en San Fernando! ¿Pensaban los sitiados en Cádiz que esa última esquinita de la nación era la España ideal? Por supuesto que no, ellos aspiraban a los Pirineos, como se consiguió, pero sólo tras haber defendido muy heroicamente el caño de Sancti Petri y las murallas de Cádiz.

El equilibrio (desequilibrio) de las fuerzas políticas no está ahora para abrir el melón constitucional. Basta hacer las sumas y las restas y contar con la querencia del PP por tratar de agradar a las izquierdas. Los últimos movimientos idiomáticos de Juanma Moreno Bonilla y de María Guardiola, más los viejos movimientos gallegos de Feijoo, nos indican a las claras que el Partido Popular estaría encantado con la solución (disolución) federal.

Si prefieren las letras, no sumen, pero pregunten a nuestros amigos de la Iberosfera. En todas partes (Venezuela, Ecuador, Chile) la reforma constitucional ha sido una artimaña de la izquierda para dominar la agenda política y colar su programa de máximos. La unidad de España, la misión de los ejércitos, la propiedad, la libertad de enseñanza, la Corona misma son detalles de importancia que nuestra imperfecta y manoseada Constituciones aún sostiene.

Incluso vale con hacer la cuenta María de Schmitt, que es fijarse en el enemigo. ¿Qué dirigentes políticos de primera fila han comenzado a pedir la reforma constitucional? Sí, Ione Belarra y el mismísimo Sánchez. ¿De ahí puede venir algo bueno? Ellos han hecho sus sumas y saben que nada puede aplacar más a sus socios nacionalistas que reventar del todo esta Constitución en tenguerengue. Se han fijado también en las experiencias hispanoamericanas. Tienen tomada la medida al pactismo del PP.

Y como mínimo, les va bien enredarnos en discusiones de grandes reformas constitucionales, de neo-derechos y de discursos para la galería. Mejor eso que hablar de procesos judiciales abiertos, de indicadores de seguridad, de vivienda y de la tragedia de Valencia. Ellos se mueven de lujo en el limbo de los malabarismos programáticos. No nos gusta la Constitución. No. Nos ha traído hasta aquí. Sí. Tampoco a los defensores de Cádiz les gustaban, como línea de batalla de su nación, el Puente Zuazo y el Baluarte de la Candelaria, pero, para dar pasos adelante, lo primero no dar más pasos atrás. 

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