Ha llovido mucho desde entonces, incluso a pesar de la pertinaz sequía que padecemos. Hace muchos años cené por primera vez con Santiago Abascal, cuando Vox era un partido recién fundado. Yo estaba muy crecido con mis dotes como profeta, pues llevaba años sosteniendo contra toda esperanza en el Diario de Cádiz que una opción verdaderamente de derechas era imprescindible… e inevitable. La deserción ideológica del PP no dejaba otra posibilidad. Vox vino a darme la razón, con el líder más ilusionante posible. Yo estaba eufórico.
Así que me vine arriba como analista político y lancé nuevos pronósticos como si fuese el oráculo de Delfos sentado a la mesa de la cena. Vaticiné que un partido conservador tendría unos 9 o 10 escaños y que eso le permitiría negociar en la política española y mandar al modo del PNV, pero para forzar el cambio de rumbo necesario. Ahí Santiago Abascal me sonrió y me dijo no. Aspiraban a más.
Con el tiempo, o sea, cuando ya no valía para presumir de vate, vi que mi futuro como profeta se había agotado con la aparición de Vox. Primero, lo que yo creía que eran 9 escaños se multiplicó por muchísimo más, ya fuesen 52, ya fuesen 33, siempre más del triple de lo que un optimista patológico como yo había considerado óptimo en un momento de euforia.
¿Fue mi único fallo? No. Yo había hablado de un partido conservador porque yo lo soy, al modo clásico, no al modo caricaturizable con que lo usan los medios para hablar de Rajoy. Pero Vox, como me corrigió entonces Santiago Abascal, estaba llamado a agrupar a muchas otras sensibilidades políticas también. No iba a ser un partido de una denominación ideológica exclusiva, sino casa común de varias.
Hasta aquí me había quedado yo contabilizando mis fallos, que ya eran bastantes. Pero no eran todos, como estoy aprendiendo ahora, diez años después. No hay dos sin tres, y tampoco Vox está llamada a negociar a lo PNV, aunque fuese el PNE, esto es, el Partido Nacionalista Español. Precisamente porque esto es un oxímoron. Si es español, sólo puede ser patriótico, no nacionalista, y si patriótico, no cabe una negociación interesada en la que unos objetivos políticos, por muy loables que sean, se impongan al interés general.
Esta tercera equivocación es quizá la más amarga. Mientras todos se aprestan a negociar ya con el PSOE ya con el PP y a sacarnos los higadillos a los contribuyentes, Vox se ha ofrecido a no negociar con sus muchísimos votos y muchísimos escaños. Es un caso único. Un verdadero hecho diferencial. Una auténtica peculiaridad. Que sólo se explica precisamente por su carácter de fuerza nacional, no sólo por implantación, como las otras dos grandes, sino por esencia, por esperanza, por convencimiento.
Espero que mi catálogo de juicios políticos erróneos de aquella cena ya haya llegado a su fin. Apostaría a que sí, pero no porque tuviese luego espectaculares intervenciones preclaras, sino porque, afortunadamente, hablé poco. Que si no…