«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Enrique GarcĆ­a-MĆ”iquez (Murcia, pero Puerto de Santa MarĆ­a, 1969). Estudió Derecho en la Universidad Navarra y lo enseƱa en un instituto de secundaria de Puerto Real. Ha publicado seis libros de poesĆ­a, recogidos en 'Verbigracia' (2022), tres dietarios (el mĆ”s reciente, 'Un largo etcĆ©tera', 2017), tres colecciones de sus columnas periodĆ­sticas (la Ćŗltima, 'El burro flautista', 2019), dos libros de aforismos, 'Palomas y serpientes' (2016) y 'El vaso medio lleno' (2021). Ha traducido a Mario Quintana, a G. K. Chesterton, en prosa y en verso, y el TomĆ”s Moro, de William Shakespeare, nada menos, y de otros. Codirigió la revista literaria ā€œNadie parecĆ­aā€.

BiografĆ­a

Enrique GarcĆ­a-MĆ”iquez (Murcia, pero Puerto de Santa MarĆ­a, 1969). Estudió Derecho en la Universidad Navarra y lo enseƱa en un instituto de secundaria de Puerto Real. Ha publicado seis libros de poesĆ­a, recogidos en 'Verbigracia' (2022), tres dietarios (el mĆ”s reciente, 'Un largo etcĆ©tera', 2017), tres colecciones de sus columnas periodĆ­sticas (la Ćŗltima, 'El burro flautista', 2019), dos libros de aforismos, 'Palomas y serpientes' (2016) y 'El vaso medio lleno' (2021). Ha traducido a Mario Quintana, a G. K. Chesterton, en prosa y en verso, y el TomĆ”s Moro, de William Shakespeare, nada menos, y de otros. Codirigió la revista literaria ā€œNadie parecĆ­aā€.

No nos dejan ser ni damas ni seƱores

15 de febrero de 2023

Padecemos una falta de sutileza en el debate moral que desmoraliza. Se da por sentado que pagar impuestos es un acto virtuoso, y ninguna instancia o institución entra ni un poco a analizar los límites de esa moralidad dogmÔtica. ¿Hay un nivel de presión impositiva a partir del cual podríamos hablar de afÔn confiscatorio o todo impuesto es una bendición absoluta que roza la beatitud laica? Esto tiene una trascendencia que va mÔs allÔ de lo económico o tributario, y entra de lleno en los Ômbitos de nuestra libertad de ciudadanos, de nuestra soberanía personal y de nuestra responsabilidad social.

JamƔs me meto con la Iglesia y me parece muy bien que nos insistan tanto en que marquemos la X famosa, pero se echa de menos que tambiƩn recuerden que hay prƔcticas impositivas que subvierten de principio a fin el principio de subsidiaridad, uno de los pilares de la Doctrina Social de la Iglesia.

El vizconde de Tocqueville ya advirtió del peligro de la intromisión de lo público en la responsabilidad personal. La distorsiona y puede aplastarla. Puso el caso del padre que denegó el auxilio a un hijo indigente porque ya pagaba suficientes impuestos para que el Estado se ocupase de atenderlo en sus necesidades. Es un caso ejemplar, en el peor sentido, y extremo, porque va a contrapelo de todos los instintos humanos. ¿No sucede algo anÔlogo con otras obras de asistencia social o de compromiso ciudadano? Hagamos examen de conciencia y de contabilidad.

Unas familias que tienen como primer gasto de sus maltrechas economías pagar sus impuestos pueden estar tentados a marcarse un toqueville o, mÔs allÔ, no sólo tentados sino obligados. Esto es, a esperar que el Estado del Bienestar tenga a bien asistir a aquellos que lo necesitan, porque él ya no puede. Incluso a sus hijos. Tampoco les da para comprometerse en proyectos comunitarios, como cuando las ciudades levantaban sus propias catedrales, sus hospitales, sus escuelas y sus asilos gracias a las donaciones de sus buenos vecinos. AdemÔs del resultado religioso y asistencial, se forjaban comunidades unidas por un proyecto común, por un sacrificio compartido y por un orgullo comprensible. Estéticamente el resultado era muchísimo mÔs afinado, como es lógico, porque los que lo pagaban eran los que vivirían junto a esos edificios y exigían una belleza pareja a su hermoso gesto colaborativo. La estética de los edificios pagados por dinero extraído por el Fisco es correlativamente impositiva.

Se hacen cosas, por supuesto, con el dinero de los impuestos, pero, como sabe cualquier moralista, su construcción ya no es un mérito personal de los contribuyentes. Los impuestos, como su nombre indica, son imposiciones. Y sólo tiene valor moral lo que se hace libremente. No es una pérdida menor. Estamos, como decíamos, frente a una pérdida de la soberanía personal.

Un Estado preocupado por el bien integral de los ciudadanos debería permitir que todo aquello que fuésemos capaces de asumir con autonomía quedase en muestras manos. Los liberales defienden que la iniciativa privada serÔ siempre mÔs eficaz. Yo creo que, en algunos casos, sí y, en otros, menos que el gran Estado, pero que en todos seríamos mÔs señores de nosotros mismos. Subrepticiamente han expropiado la caridad, la colaboración ciudadana y la dimensión patrimonial de las familias. Heteropatriarcales tampoco les gustan, pero heteropatrimoniales desde luego que ya no somos. Por si acaso nos preocupÔbamos por tener las cuentas claras y no deber mucho a nadie, que es otro de los fundamentos de la libertad, nuestros gobernantes se endeudan por nosotros y por las próximas generaciones. Previenen nuestra prevención. 

Resulta inquietante lo tranquilos que estamos ante este empobrecimiento prĆ”ctico (la inflación creciente y los sueldos menguantes), empobrecimiento periódico (los impuestos) y empobrecimiento proyectado (la deuda pĆŗblica). Nos dicen que es muy feo y egoĆ­sta preocuparse por estas cosas tan materialistas los que anhelan quedĆ”rselas todas para ellos, y lo estĆ”n haciendo. 

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