«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Nos queda Trump y/o rezar

30 de junio de 2024

Cuando este texto se publique, el mundo será ya muy consciente del estado de Biden; es posible, incluso, que para entonces le hayan buscado un sustituto. Su galopante senilidad convirtió el debate electoral con Trump en algo penoso de ver porque tampoco Trump pudo ser Trump. Le frenaba un escrúpulo de piedad.

No fue como solía el rutilante espectáculo de la política estadounidense que visto desde Europa asombraba como los Oscar de la política o las series finales de la NBA. No lo fue salvo por una cosa. Porque Trump sí dijo algo espectacularmente libre, algo distinto, algo imposible de escuchar en Europa, algo que nos hizo admirar y envidiar la libertad americana —lejana aun la libertad madrileña—.

Trump dijo que Ucrania está perdiendo la guerra, que esa guerra nunca debió producirse, que la gente muere estúpidamente, sin necesidad, y se comprometió a detenerla.

Trump habla con falsa dureza de Europa («que paguen ellos su parte a Zelenski») pero Europa ya paga de muchas formas, y el dinero que a Ucrania afluye, además, y lo ha explicado el falcónido senador Lindsey Graham, acaba retornando en parte a Estados Unidos, solo que ya no al contribuyente.

Trump concita esperanzas de paz y de verdad. Un poco de verdad siempre sienta bien. Frente a un Biden ininteligible que representa el rapto de una presidencia sin poder y la desorientación demencial del imperio en su decadencia, Trump puede oponer cierto vigor, alguna independencia y una personalidad, que no es poco. Una persona es mejor que un holograma. Es mejor que una marioneta. Trump no será perfecto pero es, es alguien, alguien de quien se puede esperar algo. Su nostalgia de los clásicos valores y formas estadounidenses, perdidos o a punto de perderse, constituye una promesa de moderación más que de grandilocuencia. Biden simboliza la hibris imperial, una pérdida de sentido, una cierta locura, una enajenación, una ceguera. Trump, con su humor y su realismo, con la verdad común que aun sale de su boca, es muy posible, casi seguro, que no pueda cambiar la mayoría de las cosas, que ni siquiera pueda alterar la dirección de los acontecimientos, pero sí su velocidad, la velocidad con la que se dirigen al desastre.

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