«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.

OnlyFans

18 de mayo de 2023

Hace años que utilizo, en clases y conferencias, una anécdota de Groucho Marx para explicar qué son los principios. Groucho está en un bar y le pregunta a una chica si se acostaría con él por una cantidad obscena de dinero (digamos, hoy, cien millones de dólares). La chica entiende que, dada la enormidad de la suma, la pregunta es retórica, y por lo tanto accede. A continuación, Groucho planta un billete de diez sobre la barra y la invita a consumar el trato. «¿Qué se ha creído que soy?», le dice ella, a lo que él responde: «Lo que usted es ya ha quedado claro, ahora sólo estamos discutiendo el precio».

Lo que siempre ocurre tras contar la anécdota es que la audiencia se ríe, desde lo socarrón a la carcajada, según el arte que me dé como narrador o el momento. Bueno, ocurría. Lo que vengo detectando entre los más jóvenes (18-20) en las últimas hornadas es que se quedan impertérritos. Al principio pensaba que era cosa mía por no haberlo contado bien, y hasta hacía algún torpe intento de explicarla. Pero ya no, porque he entendido por qué no hay risas: hay cada vez más adultos recién estrenados que no entienden que haya cosas que no estén en venta.

Hay muchos signos de adónde nos está llevando esto; hoy quiero hablarle de una de sus consecuencias, OnlyFans. Me interesa especialmente por el grado de penetración que tiene entre los jóvenes, no ya sólo como usuarios, sino como productores. Este servicio de suscripción, creado en 2015, se acerca a los 200 millones de usuarios y creció un 1.300% entre 2019 y 2021 (se ve que en la pandemia no sólo nos dio por las visitas virtuales a los museos). Por supuesto, a los dos millones de personas que se venden en este canal no las vamos a llamar «prostitutas», sino «creadoras de contenido». Excuso decir que el femenino está más que justificado: esto siempre ha ido de lo mismo, de mujeres cosificadas, y ellas son en enorme proporción las que se están vendiendo. Pongamos el caso de Elle Brooke, boxeadora que, confiesa, llega a sacarse hasta 33.000 euros mensuales en la plataforma, cobrando a demanda por cosas como ladrar como un perro, botes con su saliva o fingir ser violada por un fantasma. Bella Thorne, exactriz Disney, tiene más de 25 millones de seguidores y ha llegado a facturar cerca de 10 millones de euros mensuales.

Había hace tiempo —y todavía habrá— una cosa llamada PeepShow donde un cliente echaba unas monedas y se iluminaba un cubículo en el que una chica que no le podía ver hacía entonces desnuda sus posturitas. Sabíamos que esa basura existía, pero, lejos de combatirla, ahora la hemos trasladado a la red, viralizándola. Porque ya no es desnudarse en un sórdido local de un deprimido barrio, sino grabarse en casa con el móvil en braguitas o enseñar un inesperado pecho para así monetizar la vida de una. Y ya no hace falta estar en riesgo de exclusión social, ni que la necesidad empuje demasiado, porque sacarse unos euros está al alcance de todos, y, ya saben, que ponga cafés a mil euros su puñetera madre. Y así vamos convirtiendo el mundo en un macroprostíbulo de baja intensidad, a la espera de que los «usuarios» demanden o no emociones más fuertes, conclusión lógica de la precarización del mercado de trabajo, el empuje de la tecnología y el vaciamiento ético de nuestras prósperas sociedades.

No hace falta tener un máster en psicología para saber cuál es el impacto en la autoestima y, lo que es más importante, en el autorrespeto de alguien que se vende. Hay mucha gente que tiene trabajos difíciles e incluso desagradables, ocupaciones que no les hacen sentir bien, por más que cualquier ocupación bien realizada que cubra necesidades de otros sin atentar contra la dignidad propia o ajena sea justo motivo de orgullo. Digamos una obviedad: lo anterior no tiene nada que ver con prostituirse, que comporta «deshonrar o degradar algo o a alguien» (DRAE). La dignidad es este lujo que se concede la especie humana: que haya cosas cuyo valor inconmensurable exige que no tengan precio. Si esta idea es necesaria no es por un capricho académico, sino porque sabemos que son mejores, más justas, las sociedades que se la toman en serio.

En un capítulo de Peaky Blinders, Thomas Shelby le hace la de Groucho a Grace, directamente por un puñado de dólares. Cuando esta se enfada, le dice: «Todos somos putas, Grace. Tan sólo vendemos diferentes partes de nosotros mismos». Si la cita viene a cuento es porque Shelby es un modelo de liderazgo para muchos jóvenes. No estoy bromeando. En mis clases de Liderazgo suelo pedir un trabajo sobre esta cuestión, y de una clase de entre veinte y treinta alumnos he llegado a tener tres —el único «referente» que se repetía— sobre Shelby. Hay artículos y vídeos con cientos de miles de visualizaciones sobre ese modelo de liderazgo, adaptaciones específicas para el mundo de los negocios, de todo. Estamos hablando de un despreciable asesino, putero, corruptor y violento; pero este parece ser el signo de los tiempos, jaleado además por autoproclamados liberales que creen a pies juntillas que lo que dice Shelby es cierto, gente que tira de neolengua para hablar de «las trabajadoras y los trabajadores sexuales».

Todavía habrá quien le diga que en OnlyFans «hay muchas cosas», que «no es todo erótico» (nadie lo niega) y, a la que se descuide y critique, que es usted un «puritano» o una «puritana» si no comulga con ruedas de molino. Un par de pistas adicionales: vea los creadores (las creadoras) del TOP10 o recuerde el conocido suceso de agosto de 2021, cuando su fundador y CEO anunció planes para prohibir los contenidos sexuales y tuvo que pararlo en semanas por cómo se le echaron encima las «creadoras de entretenimiento para adultos». Pero el asunto es más fácil: hable usted con gente joven, fundamentalmente chicos, que sean usuarios. En sus sonrisitas cómplices verá qué es lo que prima y si abunda le contarán en qué ranuras echan ellos sus moneditas.

«Ahora sólo estamos discutiendo el precio».

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