«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

‘Pacta sunt servanda’

31 de mayo de 2023

El adelanto de las generales no es la rendición de Sánchez, sino la madre de todas las resistencias. Contra lo que se dice apresuradamente, no deja en un segundo plano los pactos pendientes tras las municipales y regionales, sino que les pone un foco. Los urge a la vez que trata de envenenarlos.

Como Feijoo es el más dubitativo y renqueante, ya le he explicado en varios artículos que los pactos con Vox le convienen; aunque no se convence. En cambio, doy por hecho las razones por las que a Vox le interesan, habida cuenta de la mano tendida de Santiago Abascal. Desde su experiencia en Ciudadanos y con la experiencia de Podemos, me advierten algunos amigos que, en los pactos de Gobierno, el partido pequeño sale —como el pez— devorado por el grande. Que hay que andarse con tiento y que son más seguros los pactos parlamentarios puntuales sobre aspectos particulares.

Responderé con tiento. Primero, un repaso rápido de las razones por las que sostengo que Vox ha de entrar en todos los gobiernos que pueda. Como ha dicho Abascal, su prioridad tiene que ser la defensa y la representación de sus votantes, que para eso —y no es tanta obviedad como parece— les votan. Desde fuera de los gobiernos, el PP arrastra los pies con maestría de años en la práctica remolona y se resiste a realizar las medidas de Vox (ni las suyas). Se vio la pasada legislatura en Andalucía y ahora en la Comunidad de Madrid. No se puede permitir al PP más inacción, que es la traducción práctica de la moderación, según ellos. Hughes nos recordaba con gran sentido de la oportunidad la emergencia nacional mediterránea

Si en el PP aceptasen algunas —pocas— propuestas desde fuera de Vox, como terminarían resultando un éxito, ellos se lo apuntarían, pues serían los que las habrían ejecutado y además sus votantes comparten secretamente las ideas de Vox. En términos políticos, por tanto, para Vox controlar una parcela propia de la administración, con sus funcionarios y su presupuesto, permite un margen de independencia esencial para cumplir con el programa propio, además de un trato directo y responsable con cientos y miles de administrados a los que se solucionan sus problemas concretos día a día. Se crea, de paso, un escalón de liderazgos intermedios y de políticos con creciente experiencia. Éstas son las razones para entrar en pactos de gobierno.

¿Y los riesgos de absorción por parte del partido grande que me señalan los generosos amigos desde su experiencia traumática? Aquí hay una diferencia esencial. Ciudadanos y el PP compartían sus planteamientos profundos en una gran medida, salvo diferencias de estilo y de personalismos. El grado de compenetración entre Juan Marín y Juanma Moreno en su gobierno al alimón fue casi amalgama. También ocurre en la banda izquierda: Sánchez es el socialista más podemizado que se recuerda. A menudo hemos tenido una sensación Rebelión en la granja con este Gobierno: los mirábamos y no sabíamos cuál de ellos era el más radical y revanchista, todos a una.

Entre Vox y el PP las diferencias de fondo son profundísimas. Lo enfatiza, engallándose, Margallo: la Agenda 2030, las políticas de género, el cambio climático, el estado autonómico, la globalización y kikiriki. Se pone muy campanudo hablando de las líneas rojas que el PP no podrá traspasar.

Esas líneas rojas, precisamente, son la garantía de que Vox saldría indemne y reforzado de un pacto con el PP. No se confundiría Juana (o Juanma) con su hermana (o Juan Marín). Entre Abascal y Feijoo la confusión deviene imposible metafísico. Habría una alta tensión constante, como se ve en el gobierno de Castilla y León. Y nos conviene que haya tensión. En aquella región de España, tanto el PP como Vox han mejorado sus resultados en las municipales y siguen ofreciéndoseles pactos, como el de los ayuntamientos de Valladolid y de Burgos, de enorme trascendencia.

Si en vez de sus dirigentes negociasen los votantes del PP, los pactos serían mucho más flexibles, operativos y confiables. Ahora mismo, sin embargo, también hay una ventaja en los pactos estancos por áreas compartimentalizadas que se tendrán que alcanzar. No habrá posibilidad alguna de confusión de políticas ni de transfusión ideológica ni de baile de letras. Si Feijoo se resiste a pactar como gato panza arriba es, precisamente, porque sabe muy bien que no va a poder dar a Vox el abrazo del oso.

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