«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Para despistados

8 de junio de 2024

En día de reflexión escribo una columnita de servicio público con la sana intención de ayudar, si es posible, al votante despistado, al equivocado y al descentrado. Cuando digo ‘descentrado’ no hablo en términos ideológicos, sino en el sentido que señala mi querida RAE de desorientado o disperso.

Empecemos por lo básico. Lo ideal a la hora de ir a votar es saber qué elecciones exactamente se celebran. Como con el fútbol: quién juega y qué se juega. Si son municipales, autonómicas, nacionales —mientras existan— o europeas. Es muy probable que más de un lector considere que acabo de decir una perogrullada, y acierta. Creo que si de algo está necesitada esta triste sociedad es de obviedades. Deberíamos repetir con más frecuencia, así a lo loco, que lo blanco es blanco y lo negro es negro. Sin miedo al qué dirán.

Las elecciones europeas no son un plebiscito sobre Sánchez ni sobre su presunta amada —por él— esposa, esa emprendedora de impulso irrefrenable. Aunque mañana el PSOE sacara cero mil cero cientos votos, cosa que de forma inexplicable no va a suceder, Sánchez seguiría siendo presidente del gobierno el lunes y no se le pasaría por la cabeza dimitir. Y tampoco son estos comicios un plebiscito sobre el liderazgo de Feijóo en el Partido Popular. Siendo los dos personas importantísimas, cosa que no dudo, esto no va de ellos.

Por otro lado, hay que aclarar que el voto europeo no es lo que en mi época llamábamos en la facultad «una maría», es decir, una asignatura irrelevante (saludos a todos los boomers, queridos, somos legión). Durante mucho tiempo se ha percibido así y ha dado lugar al voto gamberro. Que tiene su punto, no digo que no. El caso del cuñado que vota al PACMA a las europeas para ser el más gracioso de la familia, a Ruiz-Mateos —qué jóvenes y guapos éramos, qué pena— a PENSIONISTAS CABREADOS o al MABDUADN, MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS, que le queda un telediario para constituirse como partido. Yo diría que ahora mismo el voto exótico, gamberro, simbólico y divertido no es una buena idea. Quizá en otra ocasión.

Estas elecciones son de una importancia extrema. En Europa —dicho en modo progre con eco: opaaaa, opaaaa, opaaaa— se dictan leyes cada día que afectan de forma directa a nuestro modo de vida. Qué comemos, qué tipo de energía usamos, quién atraviesa nuestras fronteras, cómo y cuánto nos movemos, cómo se ordenan nuestras ciudades, qué tiene que cultivar un señor de Badajoz, cómo tiene que explotar su finca otro de Jaén, o incluso qué tenemos que pensar y qué no.

Europa —opaaaa, opaaaa, opaaaa— diseña poco a poco nuestras vidas, y lo que es peor, la de nuestros hijos. En nada ya no se hablará de Agenda 2030, que está a la vuelta de la esquina, sino que ya se trabaja con la de 2050. Una elite compuesta por personas que nosotros ni elegimos ni conocemos regula de forma muy pormenorizada nuestro entorno vital. Si no lo remediamos, las ursulinas europeas que mañana pueden ser las gertrudis europeas, da igual, harán exactamente las mismas políticas invasivas de la naciones que componen la unión, despojándolas —despojándonos— de toda capacidad de decisión. Nunca con un voto se ha cedido sin saberlo tanta soberanía, tanta libertad.

En España esto resulta más cómico. Nuestras comunidades autónomas tan celosas de sus competencias cedidas o usurpadas al Estado y tan reacias a que el gobierno central decida sobre ellas, parece que no tienen ningún problema en que organismos supranacionales les marquen el paso. Pero es que se trata de Europa —opaaaa, opaaaa, opaaaa—. Cuánto cateto, qué pena. Muy bien, pues votemos para que Europa —opaaaa, opaaaa, opaaaa— haga otras políticas que nos hagan crecer en libertad y defiendan los intereses de los europeos.

Votar distinto del bloque sociopopular no significa ser eurófobo ni euroescéptico ni antieuropeo ni fascista ni ultraderechista ni blablablá. Por más que lo repitan. Tan sólo quiere decir que hay millones de personas que queremos una Europa auténtica y segura para los europeos, no fruto de una ingeniería social peligrosa y liberticida, y que esto es posible.

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