«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Pasta y políticos

5 de octubre de 2022

El sueldo de los políticos es un tema poliédrico. Yo soy partidario de que todos cobremos mucho y más y mejor, incluidos los políticos. Sin embargo, leo con preocupación lo que ya sabía y se nota: el despeñamiento del poder adquisitivo de los españoles en los últimos años. Somos cada vez más pobres. Y entonces resulta impúdico que los políticos se apresuren a subirse el sueldo a sí mismos, medida que se suma a la multiplicación de sus prebendas y privilegios. Para hacernos una idea del peso específico del salario de los políticos, a los sueldos hay que añadir, las dietas, los coches oficiales, las ventajillas fiscales y de dietas, las pensiones, las relaciones personales, las puertas giratorias, los portones en las esquinas, la cafetería ad hoc, las comidas de trabajo, las cenas discretas, el peloteo resignado del ciudadano medio que sabe que necesitará un cable alguna vez, la cobertura del partido, que no te dejará de la mano y el calendario de sesiones, que no es exhaustivo.

Muchas de las indignidades que hacen los políticos con sus declaraciones y su renuncia a sus principios tienen un precio contante y sonante

Triangulemos: 1) el sueldo ya está bien, 2) la situación general todavía está fatal y 3) viven mejor de lo que sus sueldos permiten por razones y sinrazones que están en la mente de todos. Concluimos: el aumento de sueldo de sus señorías no ha sido ni ético ni estético. 

Por ética, he defendido a veces un sistema utópico de pagar a los políticos que, quizá sea imposible, pero que resultaría justísimo. Que cada político cobre milimétricamente lo mismo que ya cobraba en su vida profesional. Si uno era profesor de secundaria, su sueldo. Si uno era cirujano plástico, el suyo. Si no tenía ni oficio ni beneficio, pues nada. Aseguraríamos dos cosas. Que ningún profesional o empresario exitoso dejase de entrar en política, con la falta que nos hacen, porque perdiese ingresos. Y, a la vez, de la misma tacada, que nadie se metiese en la política para subir su nómina y, sobre todo, que nadie se empeñase en no dejar la política para no perder. Muchas de las indignidades que hacen los políticos con sus declaraciones y su renuncia a sus principios tienen un precio contante y sonante. 

Que cada político cobre milimétricamente lo mismo que ya cobraba en su vida profesional

Ganar lo mismo que uno ganaba en su trabajo particular, para que ni los más valiosos profesionalmente se empobrezcan ni los menos valiosos tuviesen un premio para entrar en política, resultaría de una equidad indudable. Y tendría un valor pedagógico. Cada político representaría con la misma dignidad a sus electores, pero saber que quien tienes sentado a tu lado o habla desde la tribuna cobra diez veces más que tú, introduciría un elemento de autoridad moral del que andamos muy necesitados.

Por estética, habría otro sistema de cobrar. Que los señores parlamentarios cobrasen exactamente el salario medio del pueblo al que representan. Sería bastante menos que ahora, me temo, pero su preocupación por los salarios en España sería bastante mayor. Hasta para los diputados de izquierdas, el bienestar de los trabajadores pasaría ipso facto a primera preocupación. Los nacionalistas dejarían espacio en sus reivindicaciones sobre los derechos de la lengua y de los territorios y tal y cual para ocuparse de los derechos de los individuos, de los salariales al menos. 

Por estética, habría otro sistema de cobrar. Que los señores parlamentarios cobrasen exactamente el salario medio del pueblo al que representan

Estas medidas se enfrentan a un problema y a un escollo. El escollo es que se las tendrían que aprobar los propios políticos. El problema es que quizá desincentivarían la dedicación a la política, que es —lejos de mí la demagogia barata— muy sacrificada y con una exposición pública casi insoportable. La satisfacción moral de servir a tu país, la conciencia satisfecha de defender unos ideales y los muchos privilegios añadidos de los que hablábamos antes tal vez equilibrasen la balanza, pero ¿lo suficiente?

Nunca lo sabremos porque estas medidas salariales jamás se adoptarán. ¿Por qué las explico entonces con tanto lujo de detalles? Porque, aunque no se pongan en práctica sobre el papel de sus nóminas, sí pueden estar presentes como símbolos o puntos de referencia. Lo que cobra el español medio y lo que se valora el trabajo profesional de cada cual en el mercado libre son dos parámetros absolutamente imprescindibles para orientarnos.

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