'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El principio de inercia
Por Alejo Vidal-Quadras
9 de abril de 2015

La primera ley de la Mecánica de Newton, también conocida como el principio de inercia, establece que todo cuerpo sobre el que no actúa ninguna fuerza mantiene inalterada la velocidad y la dirección de su movimiento. La actual cúpula del Partido Popular actúa como si sobre su formación no se ejerciese ninguna acción procedente del exterior, como si el universo social y político que la rodea permaneciese estático y, en consecuencia, confiada en los efectos benéficos de la mejora de la situación económica internacional y del respaldo pleno del Banco Central Europeo, no emprende ninguna reforma, no toma ninguna medida, no contempla ninguna nueva estrategia que responda a las demandas ciudadanas o que afronte los graves defectos estructurales de nuestro sistema institucional y de nuestro modelo productivo. Sin embargo, el mundo sí cambia y las frustraciones y las exigencias de los españoles se agudizan, por lo que esta pasividad asombrosa ha producido ya dos serios avisos en las elecciones europeas y en las andaluzas.

Cabe preguntarse las razones por las cuales Mariano Rajoy conduce impávido a su partido hacia el desastre y a su país hacia la inestabilidad y la incertidumbre. En primer lugar, se trata sin duda de una cuestión de carácter. El Presidente del Gobierno es un fatalista escéptico, además de un indolente crónico, rasgos de su personalidad letales en un hombre de Estado que debe resolver una crisis de la profundidad de la que atraviesa la Nación. En segundo, si se decidiera a liderar un cambio constitucional que fortaleciese la unidad y la cohesión nacionales, a llevar a cabo una reforma de la educación que la dotase de la calidad de la que ahora carece, a implantar una auténtica democracia interna en el seno de la organización que encabeza abriéndola al debate y a la elección de los cargos y de los candidatos, a transformar la economía española para que fuera competitiva liberalizándola y poniendo el acento en la creación de valor añadido, a adelgazar y racionalizar las Administraciones eliminando duplicidades y organismos superfluos y a despolitizar la Justicia, la consecuencia inmediata de esta ambiciosa operación renovadora y regeneradora sería que él dejaría de ser Presidente del Partido Popular y del Gobierno porque a estas alturas de su desgaste no resistiría el coste de semejantes iniciativas ni una confrontación con otros aspirantes a la jefatura del PP. Otra cosa hubiera sido si, tal como recomendamos algunos al inicio de la presente legislatura, esta panoplia de reformas se hubiese impulsado desde el minuto cero de su mandato. Hoy Podemos no existiría, Ciudadanos no habría adquirido el auge que ahora exhibe y que seguirá mostrando, los independentistas catalanes estaría neutralizados y el crecimiento y el empleo mostrarían un vigor superior al que experimentan. 

Vemos así como la incapacidad de asumir riesgos y de convencer combinada con el miedo a perder el control de su partido ha motivado la aplicación del principio de inercia en un entorno de dinámica turbulenta, en contra de la evidencia y de la lógica más elemental. Hemos de prepararnos, pues, a vivir en un escenario de Ayuntamientos y Comunidades ingobernables, de un Congreso de los Diputados atomizado y fluctuante y de la aparición de un riesgo-país de negativos efectos para la recuperación. Tan sólo una reacción saludable del electorado que diese el poder suficiente a la única opción que en estos momentos garantiza que el cambio necesario sea también un cambio seguro nos podría salvar de la quema que se avecina. Al fin y al cabo, la democracia, incluso la imperfecta, pone en manos de la gente el derecho a equivocarse y a acertar.

 

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