«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La provocación como expresión

8 de marzo de 2017

Tras los trágicos acontecimientos de las dos últimas guerras en Occidente, en que los sistemas de valores tradicionales entraron en crisis tras el colapso económico, militar y moral colectivo de las viejas naciones europeas, unas sociedades que participaban de unas raíces y culturas comunes y que durante años se habían vanagloriado de haber alcanzado la cúspide del éxito histórico, se produjo una catarsis violenta, un volver a cuestionarse la razón y el sentido de todos los cánones morales, estéticos y emotivos anteriores.

Viendo derrumbarse todas esas grandezas a su alrededor, de la noche a la mañana, contemplando cómo se convertían en humo aquellos ideales, honores y principios, hasta entonces considerados sagrados, bajo el abrumador peso del conflicto y sus consecuencias, en cuanto a la universalización de la desgracia humana, se reaccionó, ¿Cómo?: rechazando indiscriminadamente precisamente todos esos elementos aglutinantes de las raíces y cultura europeas, aquellos que constituían los esquemas valorativos en todas las áreas del conocimiento y de la expresión, artística, filosófica y política.

De ese estado de ánimo colectivo entre las clases denominadas genéricamente “intelectuales” académicas, mediáticas y políticas, surge un movimiento de signo totalmente contrario al tradicional, que fue apoyado como arma arrojadiza en la guerra fría por nuestros oponentes más allá del telón de acero, en el que lo estéticamente repelente, desequilibrado, repulsivo incluso, al igual que lo patético, desagradable, despreciable se corteja como realismo redentor, mientras la moral se desprestigia como guía o norma de conducta para dar paso a un mundo desestructurado sin rumbo y norma orientadora, un puro devenir más allá del bien o del mal.

Sin duda tal reacción resultaba una respuesta psicológica colectiva muy humana que además coincidía con un momento de decadencia creativa considerable tras el esplendor cultural del fin del siglo XIX y principios del XX, que fueron particularmente destacados en todos los campos , una edad de oro, intelectual, artística y científica en Occidente. Lo que está apareciendo de unos años a esta parte, sin embargo, no es tanto una repulsa a los criterios tradicionales del pasado, sino la introducción de un canon de lo absurdo o incoherente, de lo banal, de lo ridículo, de lo insustancial, superficial, de aquello que pertenece más a la pintura de brocha gorda, en el mejor de los casos utilizando un símil artístico, que a un lienzo que pretende expresar o comunicar una realidad que trascienda o ilumine al que lo contempla.

Un mundo en que cualquier sandez es ponderada como si fuera un gran descubrimiento, cualquier idea ·a la que se le da el calificativo de “original”, en el sentido exclusivo de que a nadie se la había ocurrido antes, es considerada una expresión artística o un acierto de gran profundidad intelectual.

En ese contexto es en el que hay que entender la actuación de muchos personajes hoy en día, si no fuera por lo que subyace bajo ese acto y quienes desde detrás de la bambalinas lo fomentan, los artistas lo que persiguen es llamar la atención ya que hay miles de ocurrencias con las que competir, sorprender para bien o para mal, y nada como escandalizar, ser irreverentes, provocar a un grupo de personas para las cuales determinados símbolos son sagrados, imágenes o principios que encarnan sus ideas y creencias más profundas, impactar por tal escándalo es el gran acierto del actor, artista o pensador, pues es fácil ofendiendo asaltar la conciencia de los demás y llamar la atención; se busca protagonismo, es el medio más fácil, lo malo es que eso se pretenda hacer pasar por arte o por libertad de expresión lo que no es más que un insulto, una provocación a un colectivo –hoy en día pacífico –para tener notoriedad. Cobarde a su vez, pues si lo que se busca es más notoriedad y un mayor escándalo: nada como hacer lo mismo con el Islam. La cuestión no pasaría de anécdota muy desagradable, si no fuera porque, además, esos comportamientos encierran odio, un odio radical hacia el contrario buscando ofenderle en sus convicciones más profundas al no poder eliminarlo…

Lo que no es permisible es que la autoridad pública y la judicatura, que se supone han de defender el interés de los ciudadanos, ¡de todos los ciudadanos! permita semejantes desmanes y ofensas contra un sector de la población y que tales provocaciones, amparándose en la expresión artística y la libertad de opinión queden impunes.

 

Se está jugando con fuego: la religión de cada cual es una cuestión muy seria, las agresiones en esta materia pueden llegar a enardecer sentimientos que hasta ahora han estado dormidos en la conciencia colectiva de una sociedad pacífica. No es necesario que sea mayoritario el sentimiento, basta con que sea lo suficientemente decidido como para darle un vuelco a la convivencia pacífica alcanzada hace unos años y parece que hoy perdida; estas cuestiones pueden sublevar conciencias con mayor efectividad que las disputas económicas, aunque muchos crean que las ideas y emociones ya no cuentan: Se comienza por excitar los sentimientos, hostigando y ultrajando aquellos símbolos y creencias de unas personas, y se termina repitiendo lo que ocurrió en el pasado, no tan distante… ¡Parece mentira que no se aprenda de una generación a otra simplemente con unos años de diferencia!     

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