«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Que comamos pasteles

3 de mayo de 2023

No disimulan los políticos su condición de privilegiados. Hasta yo voy a terminar reconociéndosela, a pesar de mi resistencia. Por vanidad, me niego a envidiar a nadie y menos aún reconocerle un estatus o una casta superior (a la mía). Decía Ganivet: «Nosotros [los españoles] no conocemos más que dos orgullos: el aristocrático y el militar. El día que conozcamos el intelectual podremos aspirar a algo». Yo éste lo siento vivamente. Pero para compensar, los políticos están exhibiendo muy ostentosamente la vanidad de su casta muy por encima de los otros tres orgullos.

No hay más que ver la comitiva de Barack Obama para ir a un concierto en Barcelona, entrando a fondo en la ciudad con unos veinte coches de alta gama y bien blindados, como si fuese una procesión de carrozas versallescas, pero en negro. Previamente, para ir a Barcelona, se había venido en avión, dándole fuerte al CO2. No hace falta decir que el concierto lo podía haber visto por streaming o comprarse un disco o tirar de youtube. Calculen ustedes el ahorro energético que habría supuesto que Michelle hubiese hecho los coros desde el salón de su casa.

Conste que me parece muy bien que Michelle y Barack vengan a España. Me parece regular que lo hagan con tal despliegue de medios contaminantes y me parece directamente mal que sean los mismos que luego nos quieren con unas vidas miserables a cuenta del calentamiento global. Ésa es la escala de las distorsiones.

No sólo los ex presidentes de los Estados Unidos hacen un despliegue quizá simbólico de su poder imperial. Véanse los vuelos en Falcon, los helicópteros y «Las Marismillas» de Pedro Sánchez. El caso de Félix Bolaños ha sido por la querencia. No le bastaba la primera fila que tenía reservada: quería la tribuna. Porque él lo vale. Ayuso debería llevar a hombros como a Morante a la jefa de protocolo que —parar, templar, mandar— lo ha bordado.

También los políticos autonómicos y locales ejercen de casta de una manera impúdica. Se fotografían en los callejones de las plazas de toros, encantados de su privilegio. Están los ganaderos de las reses y los ganaderos de las plebes, codo con codo. Yo les aconsejaría acudir pagando la entrada o, si no, no me fotografiarse tan ufanos en el callejón o, si no, no invitar a mis colegas de partidos del parlamento europeo y repartir las invitaciones con un criterio más democrático, pensando en el interés de mi administración o del evento, y, desde luego, no presumir de aficionado taurino, encima.

En el circuito de Jerez para el gran premio de motos también hemos visto este mismo mismo fin de semana circular a los delegados provinciales entrando de gratis. ¿Dónde está la jefa de protocolo de Madrid, por piedad? Y hasta el concejal de Fiestas de mi pueblo, llamado Calleja, se ha ido a la Feria de Sevilla con un guardaespaldas o un chófer o un valet o ayuda de cámara. Es extraño porque Calleja, que le cae bien a todo el mundo, no sé para qué necesita un guardaespaldas o un chófer.

Se trata de mostrar séquito y de dejarse ver en las fiestas, en las ferias, en los conciertos, en las carreras, en los toros, en los eventos, en las tribunas y siempre en los primeros sitios. Representando a los súbditos, perdón, a los contribuyentes, echándose buenas fotos para las redes sociales. Dientes, dientes, dientes, que dijo la Pantoja.

No quieren fastidiarnos, y menos en un año tan electoral. Sencillamente lo ven natural. Son en verdad como la leyenda falsa de María Antonieta, cuando le dijeron que el pueblo no tenía pan y se inventaron que repuso: «Pues que coman pasteles». Así de despegados están de la realidad de la gente. Que tiene un móvil y redes sociales, eso sí, para verlos, apabullantes, en todas las primeras filas. Comiendo pasteles.

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