'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Queda claro que Alá es grande
Por José Antonio Fúster
6 de septiembre de 2013

Por algún motivo que desconocía, pero que siempre le había gustado, Yussef era barbilampiño. A los 15 años, cuando los hijos de sus vecinos se tiraban de sus ridículas barbas, Yussef se pasaba la mano por la quijada y le gustaba sentir que era más parecido a aquellos actores europeos que veía en las películas que traía el camión de Omán cada dos meses.

A pesar de esa diferencia, Yussef era un tipo respetado. Incluso querido. Incluso temido. Él fue quien le quitó la pistola al piloto del Black Hawk que cayó en 1993 cuando los demonios yanquis trataron de entrar para matar a todos los niños o algo así. Él fue quien remató al Delta americano que se arrastraba. Él fue quien degolló a su propio hermano, al cobarde de Hamil, cuando comprobó que no había disparado su fusil en la batalla de Mogadiscio. Él fue quien decapitó a aquel sacerdote y quien enterró vivo al cooperante italiano. Yussef recordaba todo aquello cuando a 20 metros, Haktun, el salvaje, le llamó a gritos. Yussef dejó el espejo, levantó la cabeza y vio a Haktun que le indicaba con dos dedos los días que faltaban para ir a luchar a Siria. “¿Sabes lo mejor de todo, Yussef, hijo de un chacal? ¡Que ahora Estados Unidos nos apoya! Incluso Rusia… ¿Te lo puedes creer?”.

Yussef sonrió, se acarició la quijada, apretó la empuñadura de su cuchillo de matarife y murmuró: “¡Alá es grande!”. Haktun el salvaje se volvió hacia Yussef, le dio un pescozón y gritó: “¡Ya lo creo que sí! ¡Alá es grande!”.

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