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Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Resaca europea: el marco se vacía

11 de junio de 2024

España es posiblemente el país más «europeísta» del continente. Es un europeísmo beato y un tanto papanatas, basado en una admiración acrítica e irreflexiva hacia una Europa que habitualmente se reduce al espacio francoinglés (porque el europeísta español rara vez piensa en Grecia o en Polonia) e identificada sistemáticamente con el progreso, la libertad, la eficiencia y cualesquiera otras bendiciones que el beato tenga a bien adorar. Eso se debe a razones históricas y culturales bien conocidas: es una variante singular de la leyenda negra y de nuestra endofobia moderna. Miramos arrobadamente a Europa para que nos libere de la pesadumbre de ser españoles. La mejor expresión es aquella frase de Ortega: «España es el problema, Europa la solución». Cierto que muy poco después del célebre apotegma orteguiano, como ha recordado Quintana Paz, Europa se entregaba a la brutal carnicería de la primera guerra mundial, que fue el principio del suicidio europeo. Pero ello nunca fue óbice para que el europeísta español mantuviera su fe inquebrantable. Más modernamente, este europeísmo ha sido algo así como la ideología común de nuestras oligarquías; un europeísmo entendido como anglomanía y fiebre «atlántica» y globalista, pero que, en cualquier caso, coincidía en el sentimiento de que España es el problema y “Europa”, la solución. Que la participación en las elecciones europeas sea tan baja no contradice lo anterior, al revés: el Paraíso no se somete a votación.

En los medios políticos y periodísticos dominantes es casi blasfemia aportar un punto de vista distinto. Ocurre que es muy difícil explicar las cosas cuando hay un marco mental previo que determina cualquier interpretación. En el caso del debate sobre Europa, ese marco mental consiste en dar por sentado que Europa es igual a la Unión Europea y que la Unión Europea es igual a la sustitución de las soberanías nacionales por un órgano supremo que a todas ha de absorberlas (y muy particularmente, a la soberanía española). Lo que los políticos y los comentaristas denominan «construcción europea» se interpreta siempre como destrucción de las soberanías nacionales, como si no fuera posible otra conformación de la UE. Este marco mental lo han venido configurando desde hace largo tiempo las dos fuerzas principales del continente, eso que se llama centroderecha y eso que se llama centroizquierda, o sea, los democristianos (y asociados) y los socialdemócratas (y asociados), y han tenido éxito hasta el punto de que cualquiera que se sitúe fuera del campo queda inmediatamente descalificado como euroescéptico, antieuropeo, eurófobo o, como diría un progre español, «negacionista de Europa».

Una vez definido el marco mental de esta manera, de él se deduce casi naturalmente que sólo cabe un poder legítimo en Europa: el de los que sujetan el marco, claro. Cualquier otra opción representa un peligro, un riesgo, una amenaza, un «suicidio de Europa» y una larga lista de adicional de calamidades. Casi daba ternura escuchar el otro día, en un debate sobre la cosa, a un ramillete de tertulianos institucionales explicarnos que, si Europa se alejaba de la «centralidad», o sea, de la perpetua coalición socialistapopular, caería en el caos, la pobreza, el trastorno social e incluso la guerra. Pero, muchachos, por Dios, bajaos de la euromula y mirad alrededor: deterioro galopante de la potencia industrial, erosión palpable del poder adquisitivo, anomia social a golpes de inmigración ilegal y trompetas que nos llaman a hacer la guerra en Ucrania. ¿Esto es la centralidad? Da igual: a casi todos les ha parecido muy bien que Úrsula von der Leyen anuncie su disposición a mantener el pacto con los socialistas y así perpetuar el marco.

La buena noticia de las elecciones del 9J es que el marco está empezando a vaciarse. Las consecuencias prácticas del perpetuo pacto socialistapopular están siendo tan graves, tan hondas, que millones de europeos han decidido mirar hacia otro lado. Eso abre por primera vez la opción de que podamos concebir Europa como algo distinto a este parque temático de la globalización en el que nos la quieren convertir. Y en lo que concierne al ciudadano español, siempre sometido a nuestro tradicional europapanatismo, quizá comience a entender que él, aunque le cueste creerlo, también es europeo y, por consiguiente, Europa no le redimirá si antes no se redime a sí mismo. Ya sería un adelanto.

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