Está pasando con Teresa Ribera como cuando en las partidas de ajedrez todas las fuerzas de ambos contrincantes se concentran más y más sobre la suerte de una pieza. Su destino acaba siendo decisivo para el desarrollo de la partida con una inevitabilidad que se retroalimenta. Cuanto más empeño ponen los jugadores, más mágicos rigores, que dijo Jorge Luis Borges, se concentran en esa casilla. La tensión se palpa.
Pedro Sánchez trató de cobrarse el peón que es Manzón —con perdón por la aliteración—, en una típica maniobra girardiana, para usarlo de chivo expiatorio, pero esta vez el PP no ha caído en la trampa y apunta al alfil de Ribera con una insólita determinación. Declara un desconocido Feijoo: «Hemos defendido y seguiremos haciéndolo hasta el final que quien ha demostrado ser una mala ministra, no sólo ahora, pero especialmente en estos momentos de emergencia nacional, no merece ser premiada ni promocionada en ningún sitio y menos nombrada vicepresidente de todos los europeos». Son palabras duras, inesperadas, imprescindibles. Subrayemos ese inequívoca fijeza de Feijoo: «Hasta el final». Para que no quepan dudas, añade que el hecho de que la ministra de Transición Ecológica «no haya tenido tiempo para aparcar sus aspiraciones personales y remangarse» demuestra que no tiene «el más mínimo pudor». Ea.
Sánchez le ve el envite y se propone salvar a la soldado Ribera. Es lógico, porque el PSOE no tiene costumbre de perder batallas reputacionales. No deja caer piezas y, si caen, las amnistía como a Griñán y a Chaves, pero mejor que no caigan. El PP, en cambio, las pierde todas, pero ésta parece que no quiere. ¿Se ha dado cuenta al fin? Las espadas están, pues, en alto sobre el tablero en el que —de nuevo, Borges— se odian dos colores. Y entonces empiezan a concentrarse las fuerzas rivales sobre la casilla de Ribera. El PSOE mueve torre: tiene mucho peso en la Internacional Socialista, pues es su único partido en el ejercicio del poder efectivo. Puede forzar que los socialistas europeos rompan la baraja de la Gran Coalición si no sale Ribera. El PP tampoco es manco: es el segundo partido de su grupo y cuenta a su favor con la rivalidad política que se tienen Von der Leyen y el bávaro Manfred Weber, auténtico caballo, capaz de desbocarse y saltarse la disciplina de la Reina Leyen.
El PP cuenta a su favor con la debilidad de Teresa Ribera, cuya gestión de la DANA de Valencia es escandalosa a poco que se escarbe; y Weber sabe que las prisas de Von der Leyen por pactar con el grupo socialista la pueden hacer tropezar en una piedra muy difícilmente asumible por los europeos. Promocionar a quien se ha equivocado tan gravemente en el ejercicio de sus funciones nacionales es un error de bulto.
Tal y como están las cosas, tras las declaraciones de unos y de otros, parece que ya nadie puede dar un paso atrás sin quedar muy desautorizado. Feijoo tiene que cumplir con sus votantes en general y con los valencianos en particular, que no entenderían que reculase con Ribera, y menos tras sus bravas declaraciones, que no pueden quedar en bravatas. Ha empeñado su autoridad. Se ha reservado, además, la posibilidad de ofrecer un gambito de Manzón, si hiciese falta.
Pero todavía hay más presión sobre esa casilla, y más trascendente. La duda hamletiana del Partido Popular Europeo, sobre todo tras la victoria de Trump, es con quién van a pactar a partir de ahora. En ese contexto internacional, si apuestan por Ribera, apuestan por el socialismo, que es una asociación a medio plazo perdedora, de acuerdo con las tendencias globales. Si bloquean el nombramiento de la ministra de Sánchez, desbloquen la posibilidad de pactar con los diversos movimientos conservadores y patrióticos de Europa, que son la corriente ascendente, y la que cuenta con un peso atlántico.
Las encuestas en España son igualmente tozudas. El PP no logra, por más posturitas que ha adoptado, desembarazarse de la necesidad o de sumar con Vox, berroqueño a su derecha, o de pactar con un utópico PSOE bueno que nadie sabe dónde está ni nunca estuvo ni se espera. Culminar el rechazo a Teresa Ribera, implicaría una apertura sutil y elegante en este sentido, respetuosa con las víctimas, realista, inédita hasta ahora. Aquí y en Europa.