Que Iván Espinosa de los Monteros es un señor lo sabe hasta el más pequeño cachorro de los ciento y un dálmatas. Por eso, estoy seguro que las razones personales y familiares que expuso de su dimisión son ciertas, sin perjuicio de que no lo contase todo, porque es, como digo, un caballero, y siempre hay cosas que no se pueden contar, quiero decir, no se deben. No deber, para un caballero, es no poder.
Pero que nadie me lea entre líneas, por piedad. Yo no tengo ni idea de los motivos ocultos, de las conspiraciones submarinas, de las presiones de las placas tectónicas, etc., Ni idea, ea, ya lo he reconocido; porque luego viene mi vanidad y procura enredarme. Muchísima gente buena, afiliados de base y votantes fieles, quieren saber, como es lógico. Y como yo paso por aquí, me preguntan. Y ahí entra la tentación de no querer defraudar a quienes tan alto concepto tienen de mí como de alguien informado y que conoce todos los intríngulis de la política nacional. La querencia entonces es, no sé, dejar caer una sugerencia, subir un poquito de tono una especulación, poner cara de callar lo que uno sí que sabe, oh, claro, por supuesto… Esos truquitos.
No me queda más remedio que defraudarles, aunque no por humildad, sino por una vanidad superior. En su alto concepto ellos también me tienen adjudicada la sinceridad y la buena fe. Y, por tanto, no voy a inventarme nada o a fantasear haciendo cabriolas en el aire como un lector de bolas de cristal o echador de cartas astrales. Si tengo que quedarme con la mitad de mi prestigio, que sea el trozo de la honestidad.
No lo cuento sólo para justificarme, que también, sino principalmente porque mi sensación es que se están escribiendo historias por ahí por encima de las posibilidades de la realidad. Hay varias razones. He empezado por la vanidad de ser uno el que está en el ajo porque es la mía (a estas alturas espero que vencida), pero también está la explicación profesional de que los periódicos y las cuentas de Twitter hay que llenarlas de algo y el show must go on.
Todo lo cual viene multiplicado por otro factor: el enorme interés que produce Vox. En sus votantes, como es lógico; pero igualmente en sus afueras. En general, se percibe al partido como una gran fuerza latente. Y eso explica tanto miedo de sus contrincantes, desproporcionado a su número de diputados, y tanto regodeo rival en lo que pueda significar una crisis interna.
Lo entiendo todo, lo que, según el famoso aforismo, es perdonarlo todo. Únicamente no me perdonaría a mí mismo medio engañarles a ustedes dando una falsa imagen y una mala información o no denunciando la tramoya que hay por detrás de tanto análisis de urgencia.
El gran consuelo siempre es aquello de que no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz. Ni a los tenebrosos ni a los editores de periódicos esto les consolará mucho: a los primeros por la luz final y a los segundos por el plazo largo de tiempo. Pero nosotros podemos esperar tranquilamente a la sombra de nuestra conciencia clara. Todo se sabrá. Para empezar, ya sabemos las cosas esenciales. Que Iván es un señor, que confía en el futuro de España y en Vox, que espera ver a Santiago Abascal en La Moncloa, que cuenta como un gran honor haber servido [bien] a España y a su Majestad el Rey. También sabemos que estamos enormemente agradecidos por su trabajo y dedicación.