«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Si nadie, yo sí

11 de junio de 2025

Hace dos semanas escribí un artículo en el que, con solidaridad de género —digamos— recordaba dos cositas a las chicas que suspiran por un Mr. Darcy, esto es, por un caballero perfecto y amantísimo como el que describió Jane Austen en Orgullo y prejuicio. La primera, que para merecerse un novio como Mr. Darcy había que ser Elizabeth Bennet, que era brillante, libre, buena, valiente, divertida y finísima. (Ellas ya lo son, pero han de ejercerlo a conciencia.) Si quieres un caballero, hay que ser una dama, digamos, si se me permite el impertinente recordatorio. La segunda, que había que saber reconocer al Mr. Darcy y valorar la caballerosidad, y no beber los vientos por el primer malote (Mr. Wickham) que se te cruza o por el último pazguato (Mr. Collins) que te ofrece alguna ventajilla antirromántica. Había que aguzar la mirada.

Como las chicas que me leen son, además de guerreras, estupendas, me dieron la razón sin hacer mala sangre. Ya eran ellas bastante como Lizzy Bennet, como pude comprobar. Además, por otra parte, estaban por la labor de no cejar en la búsqueda de Mr. Darcy, pasando entre la Caribdis de Wickham y la Escila de Collins. El problema no estaba en la calidad, sino en la cantidad. Me informaron de que escaseaban los caballeros.

Confieso que estuve un tanto escéptico. Espero que me perdonen, pero es que yo veo caballeros por todos lados. Tengo tan buenos amigos que he llegado a pensar que lo normal es ser un intachable hidalgo. Sin embargo ahora tengo que reconocer a mis lectoras que quizá tenían mucha más razón de la que yo les di, ay.

La Fundación Catherine L’Ecuyer ha organizado un fin de semana de estudio y convivencia bajo el título «Lo clásico es épico», que quiere reivindicar la caballerosidad, los buenos modales (los de la sociedad y los de la inteligencia, que sólo otorga —como dijo Proust— la lectura), la fina ironía y el amor a los clásicos. El curso es en septiembre, pero la oferta de plazas salió hace poco. Me informan desde la Fundación que la demanda femenina de plazas está siendo mucho mayor que la viril. Yo estoy atónito.

La organización busca cierto equilibrio, no por esa cosa de la paridad, sino porque quieren crear esa tensión de Ortega y Gasset, tan vivificante. ¿La recuerdan? El filósofo madrileño tenía en su despacho, colgadas en parades enfrentadas, una buena reproducción de La Mona Lisa de Leonardo y otra del Caballero de la mano en el pecho, de El Greco. Una es la excelencia de la feminidad y otro el epítome de la virilidad. Así, cara a cara, según Ortega, se creaba una tensión sexual, un atractivo, una química, como dicen los del cine, que cargaba el ambiente de una energía que el bueno de don José aprovechaba para la incitación intelectual. Don Quijote ya sabía de antes que no podía haber caballero sin su dama y seguro que Aldonza tenía claro que, sin un caballero siquiera fuese de la triste figura, ella no ascendía a Dulcinea.

¿Por qué se presentan, entonces, menos chicos a este curso? Creo que la caballerosidad exige, como bien vio Cervantes, un peaje peligroso de risas de venteros y de pedradas de pastores, y que eso cohíbe a cualquiera. El papel de la chica, que ha de hacer de donna angelicata y elevar e inspirar al hombre que la venera no es nada fácil, en absoluto, pero es verdad que se arriesga menos al tropezón.

La cosa, más allá de la broma y del delicioso deber de reconocerles con una reverencia que las chicas tenían razón al hablarme de la escasez de Mr. Darcys, tiene mucha importancia, porque –se apunten o no al curso, que es lo de menos–este mundo necesita, además de un cambio de gobierno y de una reforma en profundidad del sistema educativo y del régimen fiscal, un renacer de los nobles ideales. Lo dijo alguien tan poco sospechoso de esnobismo como Albert Camus: «Este mundo se mueve tanto —como un gusano al que cortan en pedazos— porque ha perdido la cabeza. Busca a sus aristócratas. Por más que pretenda otra cosa, el siglo anda buscando una aristocracia».

Y si alguno dice que tampoco van un puñado de jóvenes empeñados en la rebeldía de la tradición a cambiar el mundo, yo les diría lo que dice Miguel Cienfuegos en la novela Rompimiento de gloria del Marqués de Tamarón: «Sé que nada de lo que yo haga va a cambiar el rumbo de los acontecimientos, salvo en lo accesorio. Aunque a veces lo accesorio es cuestión de vida o muerte para muchos y hay que actuar; además, es más divertido actuar que lloriquear».

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