Pedro Sánchez atribuye al cambio climático la muerte de más de doscientos valencianos, que es como achacársela a la ira de los dioses. Vuelta a la prehistoria. ¡Cómo retrocedemos! Por supuesto, es mentira; el cambio climático no mató a nadie. Lo hizo la incompetencia de unos políticos y la falta de infraestructuras hidrológicas y su mantenimiento, algo que se viene pidiendo desde hace mucho por estas tierras.
No se puede ser más miserable. Bueno, sí: también dijo que el mundo, ¡el mundo!, necesita más Teresas Ribera y menos negacionistas del cambio climático. Menos pecadores. Su querida ministra, una de las máximas responsables del desastre, todavía no se ha dignado a pasar por Valencia. Sigue empeñada en conseguir su silloncito europeo, por el que cobrará casi treinta mil euros al mes. Estos dos personajes, junto a Robles y Marlaska, deberán responder algún día.
También los socios de Sánchez. Los compromiseros que impiden limpiar barrancos o construir presas, que apoyaron a Sánchez sin que los valencianos consiguieran nada a cambio, meros palanganeros, y también los inútiles de sumar, que fueron incapaces de frenar a Errejón y ahora quieren crear un escudo climático, ni más ni menos. Pensamiento mágico progre. En Valencia, la izquierda ya instrumentaliza las manifestaciones. Son especialistas. Una Charo de manual ordena retirar una pancarta que critica tanto a Sánchez como a Mazón. Otra echa a la multitud encima del periodista negro y facha.
Al final, los de siempre, acaban vandalizando el ayuntamiento y la puerta del palacio de la generalidad. Parece que a estos Marlaska les permite acercarse, no como a los de Ferraz. Hay clases. La poli se defiende como puede cuando le acorrala una turba. Ya no disponen de bolas de goma. Ahora sólo pueden tirar de porra y disparar gominolas. Les bastó. Somos una tierra de segunda. La peor financiada.
No han querido utilizar lo que gasta Sánchez al año en publicidad institucional para construir la infraestructura que nos soluciona el problema de las riadas. A Cataluña le perdonan la deuda, a nosotros nos retrasan el pago del irpf y nos dan un puñado de millones, que deberemos devolver, para reconstruirnos tras una de las peores tragedias imaginables. Lo que das te vuelve, dicen los de hacienda. Menudos sinvergüenzas. Estos dramas hacen que la gente abra los ojos.
El domingo pasado, en Paiporta, le eché una mano a un malagueño que se plantó allí para dar de comer a tropecientas personas al día. Tiene una tienda de patinetes eléctricos y le gusta cocinar. Allí andaba una muestra de la España que ayuda. El grupo de malagueños, unos mallorquines que se volvían pitando al barco que les trajo hace ya una semana, vecinos de Paiporta… Daban de comer a varios cientos al día. Incluidos algunos soldados que venían hartos de la mierda de rancho que les daba Margarita Robles. La cola era constante. Mucha gente joven. También mayores que lo habían perdido todo. Niños que sonreían ante un zumo o una chuchería. Personas que no aceptaban más de una pieza de comida o un plato porque «hay que repartir». Bomberos venidos de Huesca, de Aragón, de Córdoba o Extremadura. Voluntarios de toda España.
Paiporta ha cambiado bastante desde que entraron las máquinas y el ejército. Pero queda mucho todavía. Y un rastro de dolor y ruina que tardará en borrarse. «Yo tengo cuarenta y tantos, Toni, me reharé. Pero las personas mayores»… me dice Vicente. María, de más de ochenta años, me cuenta que ha vivido dos riadas ya. La izquierda acusa a algunas de las organizaciones que se plantaron aquí de aprovecharse de la tragedia. Dudo que lo hayan hecho, que formara parte de su intención, pero, en cualquier caso, poco me importa. ¡Mientras el pueblo valenciano saque ventaja! Está inventado, se llama simbiosis. Ambas partes sacan algo positivo. La izquierda practica otra cosa estos días. Es la principal responsable del desastre. Y aprovecha la desgracia de los valencianos para sacar rédito político sin aportar nada. Eso tiene otro nombre: parasitismo.