Si la vuelta al curso político se le hace muy cuesta arriba, quizá le consuele pensar que a William Shakespeare, en su tiempo, no le apetecía tampoco lo más mínimo. En el Soneto 66, un número que presagia mal fario, confiesa que está tan cansado de todo que hasta pediría la muerte: «Tired with all these, for restful death I cry». O sea, que nosotros, tan mal, tan mal, todavía no estamos.
Sin embargo, los motivos de desesperanza del gran William los tenemos uno tras otro. ¿O acaso no vemos hoy también «al mérito en la miseria», mientras que «el necio se goza con las galas más ricas», como traduce Carlos Pujol? En su versión, William Ospina le da más intensidad al mismo verso, y vemos «a enormes nulidades gozar de dicha y suerte». Lo clava.
Shakespeare, escurridizo criptocatólico, no andaba pletórico con los tiempos que le había tocado vivir. «La fe es traicionada por el más firme amigo», anota, y uno recuerda que Enrique VIII había sido nombrado por el Papa Defensor Fidei un poquito antes de ponerle los cuernos a la Iglesia universal. Shakespeare veía entonces «al áureo honor cedido a la vergüenza» y nosotros no vemos otra cosa a nuestro alrededor. Y más: «el pudor virginal postrado en los burdeles», con perdón. Uno lee a renglón seguido: «La recta justicia vendiendo su conciencia», y se acuerda ipso facto de Conde-Pumpido & Cía. Con «el poder ejercido por mezquinos tropeles», ya no hace falta decir de quiénes nos acordamos. Cuando añade lo del «arte amordazado por la fuerza iletrada», pensamos en la peruana Sandra Gamarra, que representa este año a España en la Bienal de Venecia. Su obra es un alegato a favor de la leyenda negra o de color. «Y a los bobos pedantes gobernando el talento», traduce Carlos Pujol el siguiente verso; y nos viene a las mientes el compatriota de Gamarra, llamado Herbert Rodríguez, que dice que lo que pintó Velázquez no es arte, sino lo suyo y lo de Gamarra. Ya, ya. El verso 11 es maravilloso y por eso lo dejo en inglés: «And simple truth miscalled simplicity», que es calificar a la verdad sencilla como simpleza, que se hace ahora mucho. O por populismo, que así llaman a la verdad con frecuencia. O por fake news, si no conviene al Gobierno. Por último, el Bardo ve «al bien encadenado por un amo violento».
William Shakespeare, nuestro hermano y semejante, cansadísimo como es natural, se iría con gusto de este mundo, «salvo que, si muriese, dejaría a su amor a solas». Es un grandísimo verso final, que también nos salva a nosotros in extremis. Los jaleos del mundo, como ya le pasaba al pobre Hamlet, nos quitan las ganas de todo, pero, ah, nuestros amores… Por ellos sí merece la pena aguantar tanta confusión y hasta plantarle cara. Es importante, por tanto, ser muy conscientes de a quiénes amamos y lo que les debemos y lo que, aunque no se lo debamos, queremos dejarles. Al final, lo que parecía un soneto desesperadamente melancólico, termina siendo un canto al amor más fuerte que la muerte.
Nosotros no estamos tan mal como Shakespeare, porque a los católicos no los destripan en la plaza pública, pero sí estamos muy cansados de tantos pellizcos a nuestra moral y a nuestros bolsillos. Un consuelo sobrevenido es que podemos leer a Shakespeare. Él justo ese consuelo no lo tenía, salvo a medida que iba escribiendo su soneto con el corazón en carne viva. Hagámonos fuertes en el amor y en la literatura. A este curso político que se nos abalanza, le vamos a poder, como mínimo en nuestro ánimo.