La vanidad hace sufrir mucho. Lo digo por experiencia propia, sin señalar a nadie, salvo a mí. Todos hemos visto la cruenta contestación de Pedro Sánchez a la carta de Núñez Feijoo. La carta del popular nos dio vergüenza ajena y la de Sánchez dolor ajeno. Han sido comentadas ya mucho, pero a mí —por mi vanidad— no se me quita una vaga sensación de culpa.
Escribí un artículo aquí mismo aconsejándole a Feijoo que se pusiese inmediatamente en contacto con Pedro Sánchez. Y ahora no se me va de la vanidad que la dichosa carta de Feijoo sea por culpa de mi apremiosa columna. Ya sé que no, que teniendo él a Borja Sémper y a Cuca Gamarra de consejeros aúlicos, ¿de qué va a echarme cuenta? Pero la vanidad es la gran aliada de la mala conciencia. Y me siento impelido a justificarme.
Lo que propuse a Feijoo es que propusiese a Sánchez que el socialista presidiese el Gobierno a cambio de la vicepresidencia y, sobre todo, de un plan serio de regeneración democrática. La clave era que, como a Sánchez le da lo mismo Juana que su hermana con tal de no bajarse del Falcon, del BOE, del Presupuesto y del famoso colchón de La Moncloa, condescendiera a hacer, de paso, un cierto bien a la nación española. Era difícil que aceptase, pero así se ponía en evidencia que el pacto con Bildu, ERC y el prófugo es lo que le pide su cuerpo serrano.
Feijoo, ojalá que no motivado por mi columna, le escribió, en cambio, recordándole en tres ocasiones que él había ganado las elecciones y que Sánchez le tenía que dejar el Falcon. Ja. Ja. ¡Yo le aconsejaba todo lo contrario! Como es natural, a eso Sánchez le suelta una sucesión de zascas que hacen daño. Hasta una clase de Derecho Constitucional le da, recordándole que, en las democracias parlamentarias, la mayoría que vale es la que se consigue en el Parlamento, no la simple de las urnas. Feijoo se podría haber ahorrado la clase porque no sé la de veces que he escrito que eso de «la mayoría suficiente» y «la lista más votada» eran malabarismos verbales y nada más. Encima, le sirve en bandeja un zasca más. Sánchez le recuerda, delectándose, que en Extremadura no gobierna la lista más votada… sino el PP con… Vox. Lo de Vox, nadie sabe por qué, duele mucho a Feijoo, y Sánchez lo sabe bien, y le ha sacado petróleo a esa alergia del gallego. Parece que seguirá sacándoselo.
Es la tónica del intercambio epistolar, como si estuviesen en Twitter. Al tuteo de Feijoo, Sánchez responde de usted, el paradójico «usted faltón», como podríamos clasificarlo en un manual de semántica. A la amenaza de bloqueo, le recuerda el del CGPJ, del que le culpa. A la sugerencia de un sistema de alternancia responde con un silencioso ja, ja, ja, ja atronador.
Mi propuesta tenía una fisura. La oferta de la presidencia a Sánchez implicaba reconocer que tiene mejores cartas para negociar un pacto de investidura superpuesto a otro de gobierno, contando con un ejercicio o dos a base de presupuestos prorrogados y con sacar las normas por Decreto-Ley. Que es lo que va a pasar. Pero Feijoo apuesta porque esa jugada no salga. Es una apuesta legítima, con alguna probabilidad de éxito y, sin duda, lo mejor que le puede pasar a España. Pero con su carta no se puede decir que Feijoo haya jugado de farol. Se le ha visto la jugada de lejos, que es algo que ningún jugador se puede permitir, y menos si es gallego, que se supone que los demás no tenemos que saber si sube o baja.
Si yo hubiese barruntado que en vez de la carta que yo proponía (la carta por derecho ofreciendo la gobernabilidad de España y que luego se retratase Sánchez, como habría hecho), iba a mandar ésta con lo de la lista más votada (ay), le hubiese aconsejado que no la mandase. Si la cosa es esperar que Sánchez se estrelle, mejor callado, agazapado, sigiloso.