«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Dolor de san José

19 de marzo de 2025

Para los güelfos blancos, esto es, para los partidarios del equilibrio perfecto entre la autoridad de la Iglesia y el poder del imperio, la festividad de san José resulta especialmente jubilosa. El poder civil no la contempla, ciego como suele ir, y la Iglesia ofrece una resistencia (¡y cuántas más necesitamos!) y sigue manteniendo la celebración solemne. Contra mundum se festeja mejor. La resistencia es doble: por ser fiesta sin que lo sea para el Estado, y por ser fiesta en un mundo tan lúgubre. Celebremos el doble.

En ese estado de ánimo, tengo que reconocer que uno de los siete dolores de san José me hace una gracia especial (sí, uno de los sufrimientos, y no uno de los gozos, que él sabrá perdonármelo). Hay una hermosa devoción para preparar bien esta fiesta, con tiempo. Son los llamados «Siete domingos de san José». En cada uno de los siete domingos previos a la fiesta se considera una pena y un gozo de la vida del santo.

Hay una pena, ya digo, que me da cierto gozo. La sexta. Es cuando san José, tras el destierro de la Sagrada Familia en Egipto, planea su vuelta a Israel. Piensa regresar a Belén.

Ese proyecto nos dice mucho de san José. Cuando llegó a Belén en Nochebuena no encontró ni posada, y tuvieron que conformarse con un portalillo o cueva de ganado. Pero cuánto no trabajaría y se movería el hombre que, para el tiempo en que tuvieron que poner pies en polvorosa por la amenaza de Herodes, ya había labrado allí una posición lo suficientemente cómoda como para desear volver. Es una hazaña de pater familias.

Hay otra razón para que José quisiera volver a Belén: el legitimismo. Era el pueblo de su casa solariega. Una tradición dice que él era no sólo un descendiente más, sino el heredero de la Casa de David. No lo duda Fabio Rosini: «José, por su sangre, es el Rey de Israel escondido. Y él lo sabe. Lo sabe muy bien. Y el ángel le llama la atención sobre este hecho» El ángel lo llama así, con su título: «José, hijo de David». Jan Dobraczyński, en su novela La sombra del padre sobre la vida de san José, lo da por seguro.

Lógico, por tanto, que José quisiera arraigar junto a sus raíces. Pero no pudo ser: se interpuso la sexta pena. Ya acercándose se enteró de que el sucesor de Herodes el Grande era su hijo Arquelao, todavía peor que el padre. Y sopesó el riesgo. Como dice Fabrice Hadjadj: «José es el único hombre que posee el privilegio de salvar al Salvador»; y se lo toma muy en serio. Así que decidió irse a Nazaret, que era el pueblo de su mujer, donde, hemos de suponer, vivía su suegra. Tal vez su suegro, también, con suerte.

Para más desgarro, esta decisión la toma por su cuenta, sin aviso angélico. El ángel del Señor se le había aparecido en sueños en cuatro ocasiones, pero esta vez le toca ejercer la vigilancia en la vigilia. Para advertencias políticas no están los ángeles: es campo que se deja a la prudencia de los hombres.

Y el muy viril san José decide resignarse a Galilea. La Virgen se guardaría por dentro el cascabeleo, pero José le adivinaría el júbilo, y eso también contó, además de lo de Arquelao.

José, como Trancos de El señor de los anillos, pero mito real, el heredero anónimo, Aragorn auténtico, fustigador de caminos, protector de débiles, se encamina a buen paso a Nazaret, a la sombra de sus suegros, a un pueblo que, como más tarde nos enteraremos por el apóstol san Bartolomé, no es nada glamuroso. He ahí su sexto dolor.

Un dolor que se transfiguraría pronto en gozo. Por el cumplimiento de la mínima profecía de «nazareno» como nombre del Mesías, desde luego; por la alegría de la Virgen en su pueblo a la vera de santa Ana; porque también allí ejercería José muy prestigiosamente su trabajo de constructor de casas y, porque las suegras, contra lo que quiere el tópico, son encantadoras. ¿Quién nos iba a decir que san José también se iba a erigir —ahora que tanto lo necesitamos— en patrón contra la bobería del enfrentamiento entre generaciones, coletazo a dúo del individualismo liberal, que nos quiere desgajados de la comunidad familiar, y de la lucha de clases marxista, a la que cualquier conflicto social le vale, con tal de que nos divida? San José, tras el inicial disgusto, estuvo en la gloria en Nazaret.

Fondo newsletter