Está de moda lo místico, envolverse en una sábana más o menos limpia y convencerte de que entras en comunión con los chakras. Lo moderno es decir “Namasté”, no “Que Dios te bendiga”. Hay dos aspectos que al observador de la tontería inherente a esta época de plástico e incultura se le antojan incoherentes. Los modernos, entiendan que uso el término peyorativamente, huyen como gato escaldado de todo lo que tenga que ver con el cristianismo, abominando de lo que dicen es una religión represora, castrante, defensora de la ignorancia, malvada. Pero como todos los humanos llevamos en nuestro interior una chispa de divinidad, queramos aceptarlo o no, el impulso religioso que autoniegan esos adalides de lo avanzado los lleva a buscar a Dios en esos paraísos artificiales en los que se mezclan en un batiburrillo risible conceptos que no resisten el menor análisis teológico. Eso, por no hablar de lo que cuestan, porque ir a meditar a un “retiro espiritual”, entre la esterilla, el sándalo, los mantras y las croquetas de mijo que te dan para comer puede costarte un ojo de la cara, el otro, e incluso ese Tercer Ojo que aseguran tenemos en la glándula pineal.
Detrás de esa gigantesca operación de ingeniería social existe el propósito de erradicar a Dios de nuestra cotidianidad
Lo segundo es que, detrás de esa gigantesca operación de ingeniería social existe el propósito de erradicar a Dios de nuestra cotidianidad. Y, cuando eso sucede, la humanidad se torna más malvada. Ser católico en España, me temo, es hoy en día algo casi revolucionario. E ir a misa, ni les cuento. Usted puede decir que tiene una tarotista de confianza, que admira al Dalai Lama – yo también, que conste, porque es uno de los máximos exponentes de la lucha contra el comunismo -, que cree en la reencarnación, en los rituales con piedras, en acudir cada solsticio a no sé lugar donde hay un dolmen. Toda la pijoprogresía sonreirá feliz. Ah, pero si usted, por el contrario, dice que ha ido a peregrinar a Lourdes, a Fátima, que se ha propuesto hacer el Camino de Santiago, que se va de ejercicios espirituales organizados por la Iglesia o que antes de algo importante – una intervención quirúrgica, una entrevista de trabajo – le reza a San Judas poco menos que lo correrán a gorrazos por fascista. Uno, que ha leído con igual interés a Gurdjieff o Fulcanelli que a San Agustín o San Ignacio, sabe que puedes huir de la idea de Dios encarnado en el Cristo crucificado, pero no por eso Él te abandonará. Sirva esta anécdota personal. Cuando murió mi padre teniendo yo dieciséis años me enfadé con Dios. No entendí por qué se lo llevaba cuando a mí me hacía tanta falta. Le preguntaba y nada. Silencio. Cuando comprendí, años más tarde, mi error, hablé con un sacerdote amigo mío de ese silencio, preguntándole la razón de este. Me dijo “En ese silencio estaba Dios, solo que tú no lo sabías ver”.
Ser católico en España, me temo, es hoy en día algo casi revolucionario. E ir a misa, ni les cuento
Por eso sonrío ante los que intentan disimularlo detrás de naipes, péndulos, mancias diversas o rituales más o menos ridículos. Que no se preocupe nadie, porque incluso ahí, si buscan, encontrarán al Señor.