La cosa parece peor de lo que pensábamos. El nuevo Gobierno colombiano, el del extremista Gustavo Petro, pisó el acelerador en cuanto a las relaciones con su nefasto vecino, la dictadura narcotraficante de Nicolás Maduro. O, en vez de relaciones, digamos alianzas. Muestra de ello fue la designación de su enviado en Caracas.
Cuando uno escucha el nombre de Armando Benedetti lo que surge inevitablemente en la mente de uno es la caricatura de un político camaleónico y astuto. Sin principios, amoral, reflejo de esa frase trillada, pero relevante, que siempre le atribuyen a Groucho Marx: «Tengo estos principios. Y, si no le gustan, tengo estos otros».
La zigzagueante travesía política de Benedetti lo perfila como un político amoral e indecente. Porque no puede haber decencia en el individuo que no tiene principios
Benedetti, el embajador de Petro en Caracas, militó en el Partido Liberal para luego convertirse en un furioso uribista. De allí, al desleal e ingrato santismo para terminar embobado con Gustavo Petro. Embobado, insisto, a niveles casi patológicos, como para que le canten cumpleaños sobre una torta con el desagradable rostro del nuevo presidente de Colombia.
La zigzagueante travesía política de Benedetti lo perfila como un político avezado, porque siempre juega en el bando ganador, pero amoral e indecente. Porque no puede haber decencia en el individuo que no tiene principios.
Y, como se podría esperar de quien trafica con sus ideas, ahora Benedetti también es chavista, luego de catalogar en varias ocasiones al régimen torturador de dictadura y autoritarismo. De hecho, en el año 2015, si no me equivoco, cuando Maduro expulsó a cientos de miles de colombianos luego de marcar sus hogares como lo hizo Hitler con los judíos unas cuantas décadas atrás, Benedetti planteó que era urgente que Colombia rompiera relaciones con Venezuela —como debía de ser, claro—.
Hoy, Benedetti es otro. Es chavista, lo dejó claro cuando asumió el cargo diplomático que hasta ahora ejerce con una obscena vulgaridad
Pero todo lo dicho es irrelevante cuando hablamos de Benedetti. Pudo haber gritado la verdad y llamado a Maduro dictador, a Diosdado narcotraficante y a Tareck amigo del terrorismo, y no hubiera importado. Hoy, Benedetti es otro. Hoy es chavista, como lo dejó claro cuando asumió el cargo diplomático que hasta ahora ejerce con una obscena vulgaridad.
Benedetti llegó a Caracas con el propósito de ensuciarse de sangre inocente y cocaína. De lo contrario no se hubiera fundido en amistosísimos abrazos con Cabello, El Aissami, los hermanitos Rodríguez, Maduro y Padrino López —el jefe de los militares, quienes saben muy bien matar y torturar—.
Y Benedetti llegó a Caracas a declararse chavista. De lo contrario no hubiera dicho en una entrevista que nunca se debieron haber roto las relaciones con Venezuela o haber afirmado que Colombia debe de retirar la demanda contra Maduro ante la Corte Penal Internacional por las violaciones de derechos humanos.
No se avistan en el horizonte buenos días para los ciudadanos de ambos países. Parece, como fue bien denunciado, que los colombianos sí eligieron en las urnas a un chavista radical, que potenciará las dictaduras en la región —como también quedó ratificado cuando hace unos días Colombia se negó a condenar a la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua en una sesión de la OEA-.
Benedetti llegó a Caracas con el propósito de ensuciarse de sangre inocente y cocaína. De lo contrario no se hubiera fundido en amistosísimos abrazos con Cabello, los hermanitos Rodríguez y Maduro
Y, para los venezolanos, puede que las cosas no cambien mucho, lo que son pésimas noticias: seguirán gobernados por una tiranía cruel e implacable, que ahora ha ganado a un gran amigo en el continente. El responsable para que esta amistad perdure, brote y florezca: el chavista de Barranquilla al que ahora con fastidio debemos de llamar embajador.