«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

Un hombre, una mujer

28 de junio de 2024

Un hombre, una mujer van a trabajar cada día. Con el fruto de su trabajo sostienen una familia y apenas les queda margen para algo más. Su vida está hecha de sacrificio y, en ocasiones, de alguna que otra satisfacción inesperada. Tiene, su vida, ese aire un poco descolorido de las vidas sujetas a la circularidad de una rutina y al esfuerzo insomne que se necesita para sostenerla, pero prevalece en ella una propensión instintiva a hacer las cosas bien.

Este hombre, esta mujer, piezas minúsculas y a la vez imprescindibles en la gigantesca maquinaria que hace que una sociedad funcione, rigen su conducta por una ética sencilla: no pisotear a nadie, no mentir, no aprovecharse de las debilidades ajenas, cumplir con sus deberes en el trabajo y en la familia, lo que incluye, esto último, no sólo cubrir las necesidades materiales de sus hijos, sino esforzarse por educarlos como personas de bien.

Por lo demás, hay un fondo de cansancio habitual en estas vidas, una soterrada familiaridad con el desaliento que aflora en los instantes en que las penurias y las preocupaciones se agravan; pero hay también, sobreponiéndose al desánimo, la tozuda creencia de que existe un remedio para casi todo y de que mostrar una disposición favorable a encontrarlo es uno de los elementos decisivos que dotan de contenido a la existencia.  

En su modo de encarar los problemas predomina un sentido innato de apego a la realidad. Ninguna de las estupefacientes patrañas que cierta clase política pone de tanto en tanto en circulación ha logrado que sus pies se despeguen del suelo. Ninguno de los disparates que los ingenieros sociales de nuestra época proclaman como un avance incontestable en el progreso de la humanidad ha servido para apartarlos un milímetro de las virtudes en las que quieren que sus hijos se formen. Contemplan las cosas como son, no como los aparatos de propaganda y los satélites mediáticos al servicio del poder intentan hacer que las vean. El roce diario con la calle ha servido para formarles una costra de escepticismo contra la que se estrellan los discursos que predican las bondades de un mundo supuestamente abierto y multicultural. Ellos constatan, día tras día, la degradación que se apodera de sus barrios, el deterioro de los servicios públicos, el incremento de la inseguridad, la caída del nivel de vida, las dificultades que, en un futuro cercano, encontrarán sus hijos para emanciparse del hogar familiar. Y el sigiloso avance de una pobreza que no deja de engrosar las bolsas de población dependientes de los subsidios estatales.

Este hombre, esta mujer, con su sustrato insobornable de integridad y sensatez, con su presente de agobios y su razonable preocupación por el futuro, resulta que son un peligro para nuestra clase gobernante. Y lo son porque, pese al torrente de mentiras y tergiversaciones que se vierten sin cesar sobre ellos, permanecen conscientes —dolorosamente conscientes— de que mientras las élites políticas y financieras viven encerradas en su lucrativa burbuja de privilegios, ocupadas sólo en medrar y habitando un universo distinto al que delimitan las leyes que rigen para el común de los ciudadanos, su mundo más próximo podría  estar desmoronándose.

De modo que el poder los ha puesto en su punto de mira. La asfixia impositiva a que les somete es un primer paso en su proceso de aplastamiento, sin duda, pero es necesario ir más allá. Los intelectuales orgánicos y los narcisos de la cultura subvencionada les dicen lo que deben pensar. Ciertos deportistas multimillonarios les orientan acerca del sentido de su voto. La caterva de bufones que copan las pantallas de los televisores se mofan de ellos y los rebajan a una caricatura chusca a la que, dada la imposibilidad legal de decretar su desaparición física, hay que convertir en una suerte de fantoche subhumano sobre el que descargar toda la saña de su ácida inventiva.     

Este hombre, esta mujer, trabajadores, honrados, preocupados por el porvenir de su país, escandalizados ante cada nueva fechoría de un poder que no conoce la decencia ni el recato, se transforman entonces en la encarnación visible de un peligro social. La mirada pervertida de un público lobotomizado se habitúa a contemplarlos como los  portadores de una especie de lepra a quienes urge mantener al otro lado del muro donde habitan los seres limpios de impurezas ideológicas. Así, la democracia pasa de ser una forma de organización política a un ejercicio de higienismo segregacionista que excluye del ámbito público toda forma de disensión. Y así, criminalizando a la mitad de la sociedad, creando un monstruo ficticio sobre el que focalizar el odio de las masas adeptas, puede un régimen envilecido y autocrático prolongar un tiempo más su agonía, que —por descontado— es también la de todos.

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