Vi la foto en redes sociales y de inmediato sentí el fogonazo de la genialidad: ese hombre había creado algo.
En la foto, Santiago Abascal posa amigable con el dueño del asador Guadalmina, un restaurante que se ha hecho famoso por sus viandas y por su línea ideológica. No es habitual que un restaurante tenga línea ideológica.
Además de un restaurante muy de derechas donde comer buena carne en una línea alternativa de los acontecimientos, el dueño del Guadalmina ha creado o se ha atrevido a poner, que para el caso es lo mismo, una prenda que puede ser revolucionaria.
Las mujeres tienen el vestido camisero y esto sería como un vestido polero o, masculinizándolo, un polo túnica o niqui chilaba.
El hombre español de derechas se mueve al vestir entre tres referencias: el golfista, el cazador y el patrón de yate. El cazador manda en invierno, el golfista en entretiempo y el náutico en verano, cuando se impone el polo.
El verano es caluroso e incómodo y cada vez más hombres visten de corto. En eso pensaba yo este agosto. El sentido del deber me ordenaba pantalón largo, pero todo lo demás me pedía ir de corto. En esos momentos, envidiaba a los árabes: ojalá un sayo fresquito, ojalá dejar de luchar con el cinturón o con el elástico.
Todo el tiempo lo pensé, porque vestido con pantalón largo yo ya era un anacronismo. Abusé del lino todo lo posible, pero cada vez estaba más arrugado y cada vez más fuera de lugar. Ojalá vestir moruno, pensaba, pero de nuevo, ¿cómo hacerlo? ¿cómo dar ese paso, además, en este momento? Todos defendiendo la civilización occidental ¡y yo en chilaba!
Pero el dueño del Guadalmina, que por algo se apellida Arias-Camisón, harto de pasar calor en el asador, ha dado el paso estirando el polo, un polo de ruptura que llega hasta más abajo de las rodillas bajo el que pasar el verano, bajo el que comer, beber, sudar, leer… El polo chilaba, polo-carpa, sienta bien porque tiene el vuelo que en cada caso exija la barriga. Reconcilia al hombre con su apéndice más importante. Es la holgura hecha prenda y sienta mejor al ventripotente, como ir vestido de Demis Roussos.
Sigue siendo un polo (con su reglamentario mocasín náutico) pero no tiene fin. Se salta el debate entre el pantalón largo y el pantalón corto, lo elude, lo supera con un vestido polero que occidentaliza la chilaba y que aun podría mejorarse si sacaran una línea con bandera y silueta de toro.
No se pierde con ello en elegancia sport, pero se gana, y además en verano, la comodidad versátil de la batamanta, una batamanta fresquita.
No es casualidad que la propuesta salga de Marbella porque, en cierto modo, es una alternativa a la sahariana y a las guayaberas que tanto llevara Jesús Gil.
La guayabera tiene algo exótico y ultramarino que nos queda muy lejano. Queremos algo concretamente ibérico, operativo y funcional. El polo camisón del Guadalmina (¿el guadalmino?) españoliza la holgura moruna y sintetiza lo playero con el barrio de Salamanca.
¿Les molesta e irrita a los lugareños ver llegar turistas madrileños? Pues imaginen cuando lleguen con eso puesto…
Interpreto esa prenda, que debería popularizarse el próximo verano, como un hito. El español le imita la soltura al moro con un diseño propio de la mujer; es una doble apropiación cultural genial: el vestido polero de la mujer, el concepto sueltecito del árabe. ¡Por fin se pone a la altura de los dos!
Los escoceses también tienen sus faldas y eso no les quita masculinidad; al contrario, lo más masculino es llevarlas sin ropa interior. Esto nos daría la libertad de llevar debajo el bañador o… de no llevar nada, que descansaran un poquito las gónadas en verano. ¡Que nos descansen un poco los co…!
Los de izquierdas dirán que la ultra derecha se despiporra, que se pone cómoda, que va muy suelta; y los tiquismiquis de derechas (que abundan) recordarán que así no es posible vestirse por los pies. El famoso vestirse por los pies que tanto daño ha hecho. Eso es lo rompedor del invento. Igual que hubo minifalda en los 60, ahora hay macropolo contrasesentayochista. El dueño del Guadalmina, con su guadalmino, nos presenta una forma de liberación masculina que también es una reafirmación.