«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Universal opositor a la caverna

3 de febrero de 2025

Hace más de siete décadas, en plena Guerra Fría, España se vinculó, por no decir, se subordinó, a los Estados Unidos. La opción alternativa era la ligazón, que años atrás también había sido subordinación, por parte de socialistas y comunistas, a la Unión Soviética. Al corazón del españolito que al mundo llegaba se le planteaba una de esas dos helazones. En cuanto a las filias y fobias imperiales, al menos desde 1898, la caricaturización que de España hizo la prensa amarilla yanqui desencadenó una aversión por el americano, ya fuera por su protestantismo ya por ser la proa del capitalismo. En los albores de la actual democracia coronada, el giro atlantista del PSOE, al que siguió el desahogo aznariano —aquellos pies encima de una mesa durante una cumbre del G8—, hicieron converger a los partidos hegemónicos del régimen del 78. El OTAN no, bases fuera, se fue acallando. El hundimiento de dos estructuras, la central de Chernóbil primero, y el Muro después, hicieron que los prosoviéticos comenzaran a mirar al otro lado del Atlántico para sumarse a un nuevo socialismo aderezado con ingredientes negrolegendarios e indigenistas. El Tío Sam seguía siendo el enemigo. Viviendo contra él, aunque se asumieran los postulados contraculturales elaborados en sus universidades, esos que ahora se vuelven contra algunos de sus heraldos, se podía simpatizar, incluso, con el Islam.

En ese contexto, las marcas indignadas fueron domesticadas con facilidad por el principal constructor de la España que, décadas antes, se acostó franquista y se levantó demócrata. Por el camino, el PSOE acusó el desgaste, pero sobrevivió y, lo que es más importante, gobierna apoyado por toda suerte de sediciosos a los que sujeta entregando jirones de la nación, es decir, de lo público. Con las encuestas en contra y la corrupción anegando las plantas más nobles de Ferraz, el entramado que encabeza Pedro Sánchez busca algo nuevo que ofrecer a sus devotos, pues el antifranquismo retrospectivo no es suficiente en 2025, aunque algún rédito le quede por dar, siquiera en forma de agradecimiento por parte de los agraciados por los fastos organizados por la muerte, natural y en un hospital público, del general gallego.

El nuevo coco con el que se pretende asustar a quien está dispuesto a asustarse, siquiera como ejercicio de falsa conciencia, es la ultraderecha, la extrema derecha y otras etiquetas similares que garantizan cierto heroísmo, el de la izquierda autodefinida como valiente. Dentro de esta estrategia de consumo interno, la llegada al poder de Donald Trump resulta de lo más oportuna, pues ha permitido a Sánchez autoproclamarse universal opositor a la caverna. El método escogido para retar a lo que ha calificado de «Internacional ultraderechista» no tiene nada de original: vincularse a otro imperio. A China, naturalmente, país que los reyes visitarán en noviembre. Así pues, el Eje Madrid-Pequín, a tal apunta la propaganda, se opondrá a Washington, sede de la intolerancia y el fanatismo propagados por el multimillonario Musk. Trump ha servido en bandeja al doctor los argumentos, incluyendo, por error, a España entre los BRICS, a los que China, a cuyos productos va a poner altos aranceles, pertenece. En ese contexto, España formaría parte de ese + que se añadió hace tiempo al acrónimo.

Sin embargo, las cosas de la geopolítica no son tan simples. A pesar de que China, pero también la Rusia gobernada por un Putin con el que Trump siempre encontró un punto de equilibrio, aporta su sigla, el imperio de las barras y las estrellas no percibe a todos sus miembros por igual. Prueba de ello es el hecho de que Trump parece estar en sintonía con Narendra Modi, presidente de la India que ha superado en población al Imperio del Centro, esa China a la que Gustavo Bueno comparaba con un convento sobre el que convergen recursos atraídos por su fuerza centrípeta. Frente a la China que compra tierras raras y arma puertos lejos de sus fronteras, la India, quinta economía del planeta. Nación joven dominadora de tecnologías de futuro, India es vista con tan buenos ojos por Trump, que ya ha establecido contactos por medio de su Secretario de Estado, Marco Rubio, encargado de hacer lo propio con Emiratos Árabes Unidos. Con tan, en principio, exóticas piezas, parece surgir un nuevo bloque que se alza frente al dominado por esa China a la que quiere ligarse, entiéndase en un sentido político, Pedro Sánchez.

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