Mientras contábamos muertos en Valencia, el Gobierno se repartía televisión española. Sólo así impedirá que se cuente lo que nos espera en Valencia: en La Palma, tres años después de la erupción del volcán, los afectados siguen en barracones sin recibir las ayudas prometidas. Sánchez en estado puro. Los buitres que se reparten el botín son los de siempre: PSOE, Sumar, ERC, Junts, Podemos y el PNV. Entre los consejeros que colocan en el ente público hay miembras tan plurales como la antigua jefa de gabinete de Bolaños, la de Junqueras, una cantautora rojeras o Angélica Rubio, antigua asesora de Zapatero y directora del panfleto ‘El Plural’, un periodicucho que vive gracias a las subvenciones del Gobierno.
Angélica se ha hecho famosa por atribuir al juez Peinado, que investiga a nuestra intocable primera dama, la propiedad de dos DNI distintos. Un bulo del tamaño de su jeta. Por servicios como ese cobrará 100.000 euros de nuestros impuestos. El mamporrero Plural daba un nuevo servicio al Gobierno repitiendo el bulo que la izquierda propaga estos días: el Gobierno valenciano desmanteló una unidad de emergencias local. Por supuesto, es mentira. No llegó a existir nunca. Los bomberos la llamaron capricho inútil y chiringuito de la izquierda. Todos los zurdos han comenzado a hacer lo que mejor saben: esparcir mierda. Así suelen tapar su inutilidad y desvergüenza. A cientos de miles de valencianos nos ha salvado una infraestructura, el nuevo cauce, que el impresentable Ribó, antiguo alcalde, quiso «renaturalizar y urbanizar». Pretendía meter ahí edificios, paseos, bosques y carriles bici. Los carriles bici son otra obsesión de esta gentuza. Hablamos de una obra de la época franquista construida gracias a la insistencia y los recursos de la sociedad valenciana.
La supuesta UME valenciana, eso sí, por fin tiene una utilidad: es un detector de miserables muy útil. Elisabeth Duval, tan calladita mientras su compañero Errejón hacía de las suyas, no tardó en abrir su bocaza para hablar del tema. Rufián hizo lo mismo. Un periodista de El País compara los muertos valencianos con los de Gaza. Otro, del mismo medio, habla de los coches destrozados que atribuye a «la venganza del combustible fósil». El podemita Pablo Fernández, que compartió sin problemas ticket electoral con una condenada por participar en un asesinato, ataca a Mercadona. Irene Montero habla sólo de fallecidas, así, en femenino. Puigdemont responsabiliza del desastre al cambio climático y al PP. El presidente de Colombia, exterrorista, habla de la «economía fósil» que es, como la UME y el cambio climático, otro detector de gilipollas. Lo dicho, cada uno aprovecha la ocasión para sacar a pasear sus obsesiones.
Margarita Robles sonríe mientras nos niega la ayuda del Ejército. Marlaska hace de las suyas. El Gobierno central espera a que pase el puente para decretar zona catastrófica en Consejo de Ministros. No hay prisa. Una consejera riñe a los familiares de los muertos y los desaparecidos. Sánchez anuncia que si queremos ayuda hemos de pedirla. Nos falta un impreso, le faltó decir. Es la ineficiente administración de cada día comportándose como si fueran nuestros dueños y no al revés. Ahora se dedican a echarse mierda entre ellos. ¿Qué esperábamos? Una tragedia cambia cuando conoces a tanta gente afectada. Escuchas y ayudas en la medida de lo posible a Merche, a Toni, a Sheila, a Roberto… todos relatan una experiencia que les marcará por vida. Tres o cuatro días después se sienten abandonados. Mantenemos un Ayuntamiento, una Diputación, un Gobierno autonómico y otro central para este servicio de mierda. La DANA que nos trae el nuevo cambio climático es la gota fría de siempre. Cambian su nombre para que no veamos que lleva ocurriendo toda la vida. Aquí en Valencia recordamos la altura de la última gran riada, que llegó hasta los cinco metros, porque nuestros abuelos colocaron unas placas en los edificios del centro. Era el 14 de octubre de 1957. Qué viejo es el cambio climático. Ahora deberíamos colocar otra: hasta aquí llegó la mierda que esparció la clase política mientras la gente arrimaba el hombro.