Lo mejor, sin duda, es que tu marido no te engañe y, si te engaña, que no te enteres y, si te enteras, que no te importe. Con las víctimas del terrorismo sucede algo muy parecido. En una España de ensueño, no habría terrorismo ni víctimas, pero en la España que vivimos existen ambas cosas. Y en esta evidencia, las víctimas del terrorismo nunca, jamás se equivocan. Y si, en alguna ocasión, se equivocan, no tiene que importarnos. Con ellas hay que estar siempre, incluso cuando se equivocan, incluso cuando no se explican, incluso cuando no se las entiende. Incluso. Siempre.
Por eso no hace falta argumentar la infamia que supone la salida prematura de las cárceles de asesinos terroristas como consecuencia de la derogación de la aplicación retroactiva de la ‘doctrina Parot’. No es necesario explicar cómo esta decisión promovida desde España por el anterior gobierno de Rodríguez Zapatero a través del juez por él designado en Estrasburgo, Luis López Guerra, responde a una estrategia encaminada a un final negociado de la banda terrorista ETA. Sobra darle vueltas al lema escogido por las asociaciones convocantes de la manifestación en la que hoy tenemos que estar todos (a la una en la madrileña Plaza de Colón): “Justicia para una final con vencedores y vencidos”.
Es una obviedad sin fisuras que ha de haber, necesariamente, vencedores y vencidos. Es de justicia y debería ser de ley, cosas que no siempre coinciden. Conviene, sin embargo, tener claro el criterio y no convertir a las víctimas en perdedores humillados del fin del terrorismo y a los asesinos en políticos ganadores de prebendas varias. Ese escenario es el que se temen los familiares de los miles de muertos y heridos a manos de ETA, es del que muy alto y bien clarito están advirtiendo estos días un par de veteranos del Partido Popular con el colmillo retorcido, la política avezada y el olfato finísimo. Esperanza Aguirre y Jaime Mayor Oreja serán dos de los cargos ‘populares’ que han confirmado su asistencia a la manifestación de este mediodía. Y lo han hecho, claro, porque prevén la que se nos viene encima, porque con las víctimas hay que estar aunque sea a uno mismo a quien critiquen y porque no se puede permitir que quienes deben ser vencedores acaben vencidos. Y, sobre todo, porque Otegui ni ha sido ni es un hombre de paz, ni debe ser puesto en libertad, ni se le puede permitir participar en política. Otegui no puede llegar a ser lendakari, que es lo que se temen Aguirre y Mayor Oreja, si por arte de birlibirloque, del Tribunal Constitucional o del Gobierno, su pena de inhabilitación hasta 2022 se pierde en ese teatro del absurdo llamado fin negociado.
A la una, en la Plaza de Colón, y a partir del 8 de noviembre, pendientes de la Audiencia Nacional porque cada viernes el pleno decidirá sobre la revisión de las condenas de los etarras afectados por la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Huamnos (TEDH). Y nos tememos lo peor.