«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Vivir en una columna de Prada

26 de mayo de 2024

El amor intempestivo suele ser violento. Violento y tierno. Llega y anega la tierra baldía, arrasa intersticios y epitelios, vivifica aquello que se marchitaba escondido del mundo, alejado de la esperanza.

La divina sorpresa sacude al corazón nimbado por la soledad que late desganado. Urge a vivir de júbilo y muerte, a reír a borbotones, a esquivar el sueño y la responsabilidad doméstica y gris. Sopla el desván polvoriento del alma agostada como un dios creador.

Tengo un amor intempestivo y una columna fetiche. La firmó Juan Manuel de Prada en 2011, la tituló Temblor. La guardo desde entonces y la recito cada vez que la herida sangra. El autor rememora en una pieza de gran potencia lírica el primer encuentro con la que iba a ser su esposa, María Cárcaba. Prada se reconoce íntimamente devastado, «tentado por el cinismo, la misantropía y la abulia» cuando recibe la llamada de la periodista invitándole a un programa de televisión. Accede movido por una locuacidad atolondrada y chispeante que, ya desde el otro lado del teléfono, comienzan a desperezar su descreimiento. Recuerda a Victor Hugo para explicar cómo «el ser divino temblaba dentro del ser querido» tras besarla por primera vez; a Lázaro para certificar, hombre de poca fe, la resurrección a la vida nueva que sólo el amor es capaz de producir en un hombre reducido a escombros.

Me llamó a comienzos del mes más cruel y me pidió que participara en la presentación de un libro y que nos tomáramos una cerveza, convirtiendo así mi vida en mi columna fetiche de Prada. Él —último soutullista—, conjuró la leyenda de su labio inferior y despertó todo lo que en mí era letargo. Señaló horizontes nuevos; tiró la cabra, que, a su vez, ya tiraba al monte. Desairó mis años malvividos, las pasiones derrochadas en algunos vertederos; besó las cicatrices y abrazó mi rock and roll.

Él, guardián noble de caminos y tradición —culta alegría, dichosa inadaptación al mundo, desmesura y contención— baliza mis senderos con rosas suaves, reúne con sus manos nuestras dos almas —juveniles y cansadas— ardiendo. Concita con su voz de maravilla y eternidad todas las promesas inscritas en mi corazón desde antes de que me formara en el vientre de mi madre.

Él, protector y defensor —tierra sagrada, pequeño príncipe, hombre infinito—, ensancha su pecho y acoge en él mis hojas de servicio emborronadas, los días enmarañados, el viento de levante, la alegría tumultuosa y la escritura de conticinio.

Brújula al sur y al Sol que nace de lo Alto, pelo de trigo, selva estragadora, ribera poblada de álamos, cicerone en Agincourt, caricia nívea, principio activo de mi felicidad, sombra de encina extremeña, descanso y remanso, gota de agua sobre piel gastada.

El Dios providente, sastre cuidadoso que tiene anotadas las medidas exactas de nuestro corazón, gusta de milagrear cuando peor nos viene. Nos observa debajo de la higuera, tranquilos o atribulados, cuenta nuestras lágrimas y entonces recuerda a aquel hombre, poeta apolíneo de jirones de alma y levedad, grande cuando se arrodilla. En un juego divino, consultadas las hechuras de ambas criaturas, cruza sus caminos para convertirlos en refugio, consuelo y exorcismo de tinieblas. En seres para la eternidad.

Felices aquellos que habitan el amor intempestivo como habitarían la casa encendida de Rosales, un fado, el Cristo para rezar de Pemán o una columna de Prada.

Felices aquellos que, esta mañana, al besar al ser amado, sintieron cómo dentro temblaba el ser divino.

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