«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

…y España

27 de diciembre de 2023

Que los independentistas y nacionalistas son más listos que el hambre ya se sabe. Siendo una ínfima minoría en el conjunto de la nación, van cumpliendo uno tras otro sus objetivos. Eso, objetivamente, merece un respeto y les concede una autoridad. Si ahora están tan enfadados con el discurso del Rey, será por algo. Del enemigo el consejo, se dice, o del enemigo el cabreo, podríamos decir, mejorando el refrán. Nos interesa saber por qué están tan irritados.

No es por la defensa de la Constitución del rey, que se da por sentada y consabida, sino por la articulación de conceptos —tan hábil como verdadera— que hizo su majestad. Dejó claro, para empezar, que están los problemas concretos de la vida cotidiana de tantos españoles (el paro, el precio de los servicios público, ¿habló de su degradación?, la economía, etc.), pero rápidamente estableció la relación existente de estos asuntos domésticos con el deterioro de nuestro marco jurídico. La Constitución no es un mantra, sino, primero, para todos los españoles la pieza clave de un ordenamiento que les protege. Es algo interesante de decir a un pueblo soberano al que le venden por activa y por pasiva que nada tienen que ver los juegos políticos con la Carta Magna con sus vidas corrientes. Esa demagogia quedó desactivada a las primeras de cambio.

Después de la esperada defensa de la Constitución, en paralelo, el rey dejó claro que había otra realidad superior al texto legal. Fue cuando dijo: «Y junto a la Constitución, España». El discurso puede analizarse en esas dos líneas paralelas, dibujadas a mano alzada con un pulso firme. La de la nación, claramente diferenciada, aunque al lado, de la de la Constitución, sosteniéndola. Su fortaleza y permanencia [sic y sic] se hacen descansar sobre «profundas raíces históricas y culturales» También estaban paralelos el Nacimiento y la foto de la jura de la Constitución de la princesa de Asturias. Y las banderas de España y la de la Unión Europea, aunque la de España significativamente adelantada.

Cada palabra de este discurso estaba pensada, pesada, sopesada. Así que cuando el rey califica a la Constitución de «instrumento» está presentándola como lo único que puede ser cualquier texto escrito: una herramienta. Hay una sutil desacralización en todo el discurso, pero no por nihilismo, sino para dar su sitio fundamentante a España. A la que no se define como «instrumento» sino como «comunidad política» de inmensa trascendencia histórica por cuyo buen nombre, dignidad y respeto hay que esforzarse con convencimiento personal. Nos instó el rey «a tomar conciencia del gran país que tenemos» y de preocuparnos del legado que vamos a dejar a las nuevas generaciones.

Lo que ha irritado a nacionalistas y, sordamente, a los socialistas es esta articulación de los conceptos y esta finísima recolocación de los principios y valores. No se reniega, como es lógico e inteligente, del valor instrumental de la Constitución, pero se constata dónde se halla la fuerza y la potencia de nuestro país. En el mensaje subliminal se decía: «Vamos a defender la Constitución, pero la Constitución, tan maleada en sus instituciones y en sus consecuencias, no va a ser la última palabra, porque tampoco fue la primera». La articulación del discurso fue extraordinaria; su mensaje sustantivo, aún más afinado.

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