«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.

Ya hemos ganado

24 de mayo de 2024

Ayer por la tarde me examiné de Historia de las religiones en una universidad privada de Madrid. De la pared del aula colgaba un crucifijo de más de veinte centímetros y poco después, por los pasillos, me crucé con el padre Jacobo, que es sacerdote y lleva alzacuellos. Entonces un amigo, que ha heredado el coche diésel de sus padres, me acercó a casa. Terminé cenando con algunos compañeros, la mayoría con escapulario, en un sitio asiático de carnes junto al Palacio de Liria.

Mi jueves fue un jueves normal porque en España los Cristos aún cuelgan de las paredes. Se puede rezar el rosario en el metro sin que nadie te diga nada; y se puede incluso ir a misa. A alguna de las más de trescientas misas que cada día se celebran en la capital. Por la mañana antes me había cruzado con un grupo de monjas, todas ellas de mediana edad, que llevaban a un paso de salmodia el ABC bajo el brazo. España tiene periódicos fachas, monjas que los compran y pan recién horneado.

Yo me sorprendo porque hay en nuestras filas un tufo de desesperanza y al filo de la noche, cuando uno examina su conciencia, me cuesta ver tal persecución. No hablo ya de abandonar Twitter, sino que muchos de los nuestros se empeñan en ver el apocalipsis en lo que nos rodea. «En España se persigue a los cristianos», dicen, y yo he estado más de cuarenta días seguidos frente al abortorio Dator con mi denario y mis letanías lauretanas entre los dedos. «Nos van a prohibir la carne», cacarean, cuando lo cierto es que antes acabaremos nosotros con gota.

Ayer no sólo repostaron gasolina contaminante miles de coches, sino que además toreó en Las Ventas Juan Ortega. Una verónica de ese torero desmonta el tinglado de nuestra angustia, porque nuestro pesimismo no tiene coartada. Pese a que muchos digan que vamos perdiendo, en mi cabeza resuena una cantinela irremediable: ya hemos ganado. Todo lo que vemos a nuestro alrededor es la prueba fehaciente de que el Bien no sólo es visible y reconocible, sino también atractivo; y por eso la victoria está asegurada. No hablo sólo de los cruceiros, los nombres del callejero o de que, sencillamente, vivamos en el año 2024 después de Cristo. Es mucho más.

El último de nuestros aliados es el ministro Pablo Bustinduy. Al titular de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 le tenemos que cuidar mucho porque es nuestro caballo de Troya en Moncloa. El tipo ha descubierto que tener hijos es un bien, que la familia es necesaria y que la natalidad debe ser protegida; y precisamente por eso está batallando por aprobar una prestación a la natalidad. Y algunos, repito, claman la gehenna, cuando todos nosotros deberíamos estar celebrando ésta victoria. Estar en el lado correcto de la historia es ilusionante porque poco a poco las filas se van engrosando, y qué gozoso es verlo desde dentro. A mí la llegada de Bustinduy me tiene conmovido, lo reconozco.

Un día me encontré con el ministro de Podemos en la puerta de una parroquia. Supongo que él iba de paso, pero me estrechó la mano con la educación con que lo hacen los hombres nobles. Los que se empeñan en buscar el bien. Entonces comprendí que él es sin saberlo uno de los nuestros. No hay persecución así. No encuentro inferioridad de nuestras ideas cuando quienes legislan las quieren llevar al BOE. La pena de algunos de los nuestros es que ellos no lo hicieron primero. Pero las palabras de Jesús son claras: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro». A favor de los que ya hemos ganado.

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