'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Yihadismo y miseria
Por Alejo Vidal-Quadras
18 de marzo de 2015

En los numerosos estudios existentes sobre el fundamentalismo islámico, se ha puesto la atención en diferentes aspectos de este fenómeno regresivo y letal, que acaba de provocar una nueva matanza en Túnez. Los elementos religiosos, psicológicos, culturales, financieros y geopolíticos han sido ampliamente analizados, pero no se ha entrado demasiado a fondo en la vertiente económica del modelo de sociedad diseñado por los fanáticos que pugnan por imponer en todo el mundo musulmán una versión integrista y violenta del Corán. La tragedia recientemente acaecida en el Parlamento tunecino y en el adyacente museo del Bardo, junto con otras similares en Egipto, Jordania o Marruecos, nos indica claramente en qué dirección se mueven en el campo económico los ideólogos de la sharia a machamartillo.

Los ataques a visitantes occidentales que acuden a países musulmanes atraídos por sus riquezas artísticas o por la belleza de sus paisajes tienen una intención evidente: debilitar la industria turística de estas zonas cortando así el crecimiento, el aporte de divisas y la actividad hotelera y comercial. En determinados puntos del mundo islámico, el turismo ofrece un enorme potencial por el interés que despierta su patrimonio monumental, arquitectónico, museístico o natural y estos atentados resultan eficazmente disuasorios, con lo que se incrementa la pobreza y la frustración de sus habitantes. Una población sumida en la escasez y carente de expectativas se aleja de la modernidad y es más susceptible de entregarse a la visión totalitaria de Al Qaeda, el Estado Islámico, los Hermanos Musulmanes o la teocracia iraní. La destrucción de obras de arte o de vestigios arqueológicos también obedece al propósito de cortar el flujo turístico.

El esquema económico o, si se quiere, el modelo productivo del fundamentalismo islámico es, al igual que el conjunto de su concepción antropológica o moral, de un arcaísmo inaudito. Para los impulsores de la comunidad musulmana universal regida por la aplicación literal y parcial de su libro sagrado, conceptos tales como libre mercado, competitividad o innovación tecnológica son completamente ajenos a sus planteamientos. Su idea de la economía es estática y se basa en el tipo de relaciones comerciales o de sistemas de producción existentes en la Arabia del siglo VII, es decir, autarquía, depredación mediante guerras de conquista, apartamiento total de la mitad de la gente -las mujeres- del mercado de trabajo, trueque y condena del crédito como motor de la inversión. En otras palabras, el regreso a la alta Edad Media, como si la revolución industrial o la globalización comercial no hubiesen tenido lugar. El método favorito de los fundamentalistas islámicos de propagar y afirmar sus valores sangrientos y sus reglas de conducta opresivas y atroces es el terror apoyado en la violencia extrema, clima social absolutamente incompatible con la estabilidad, la previsibilidad y la seguridad física y jurídica indispensables para la creación de riqueza y de progreso. Por tanto, en el califato ideal con el que sueñan estos asesinos en serie que dicen inspirarse en el Profeta, sus súbditos no sólo vivirían despojados de cualquier asomo de libertad o de respeto a sus derechos humanos, sino sometidos, tal como se puede observar hoy en las áreas geográficas que dominan, a la la más terrible de las miserias.

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