«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Zapatero zapatea

10 de mayo de 2023

La mejor disposición para escribir una columna no es el pasmo desalentado, lo sé. Es mucho mejor acometerlas desde la lucidez y la ironía. Pero qué le vamos a hacer si es la única disposición que tengo. Ver a Zapatero, José Luis Rodríguez, dando lecciones de política nacional e internacional, con esa voz engolada y su estilo amerengado, me produce un grandísimo estupor.

Ese hombre reventó la economía, condujo a sabiendas a la sociedad española («nos conviene que haya tensión») a una crispación propia de los años 30 en la que aún nos retorcemos, hundió la educación secundaria más, puso en almoneda nuestra política internacional, remató el plan hidrológico nacional, inyectó a los partidos independentistas en el organismo del Estado, blanqueó a ETA con la fermosa cobertura de un proceso de paz cuando ya estaba prácticamente vencida, demonizó a los conservadores y logró que España fuese un país progre de pensamiento único. Su paso por la presidencia del Gobierno debería abochornar a cualquiera, incluyendo a los socialistas más serios, si los hubiera o hubiese. Supuso el final del mito de la España de la Transición. Eso en sí no tenía que ser malo porque si era «transición», tendría que transitar, como pide el verbo, aunque sea intransitivo, en significativa paradoja. Pero Zapatero nos transitó para abajo y no hacia arriba, como estamos viendo.

Soy el primero que sabe que muchas veces las cosas nos salen mal y también que hay distintos criterios de juicio. Zapatero podría haberse retirado a un confortable segundo plano y ponerse a escribir sus memorias, para defender lo bueno que él se creerá que sí que hizo y también para justificarse entre líneas de lo mucho más dudoso. Eso sería comprensible y respetable. Pero verlo haciendo lobby de todas las izquierdas radicales de Iberoamérica y dándonos clases particulares de gobernanza es demasiado, se mire como se mire.

Mas si se mira detenidamente hay dos lecciones que nos deja el pasmo. La primera es que Zapatero es un modelo para toda la izquierda que sigue llevándolo de aquí para allá en volandas. No es un dato baladí. El zapaterismo no fue una excepción, un caso friki, una anomalía de la socialdemocracia, sino un arquetipo del que se sienten tan orgullosos como para darle al personaje un micrófono y muchos escaparates a la mínima ocasión. Por lo tanto, no debería sorprendernos que Pedro Sánchez siga sus pasos ni, tampoco, que la izquierda española tenga pensado profundizar [sic] en ese camino, aquí y en Iberoamérica. El sanchismo debería llamarse zapaterismo 2.0 y el Foro de São Paulo el Foro São Zapatero.

La segunda lección todavía la tenemos que aprender. ¿Cómo es posible que los años de gobierno de Rajoy no hayan dejado en la sociedad, al menos, una visión tan crítica de los años de Zapatero que hicieran imposible su engolamiento autosatisfecho de ahora? Y no quiero limitarme a rajar de Rajoy. El halo de prestigio de Zapatero es un fracaso de toda la derecha cultural y de la opinión política más crítica, que no ha sabido construir una crítica serena pero contundente de un período de España que terminó siendo en términos objetivos bastante ruinoso.

No añoro la destrucción del personaje, entiéndaseme. Sino una lectura crítica que bloquease su exhibicionismo político. La capilaridad de una crítica basada en datos y en la memoria de tantos españoles que lo pasaron muy mal bajo el gobierno de Zapatero. Ante el hecho de que ni siquiera una trayectoria gubernamental tan discutible merezca un rechazo transversal, tendríamos que llevarnos las manos a la cabeza. Y luego a la obra.

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