El Papa Francisco ha celebrado el jueves la fiesta de la Conversión de San Pablo, que desde hace años coincide con la clausura de la Semana de Oración por la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Durante la celebración, el Santo Padre ha arremetido contra los que intentan «dividir a las personas».
«La división nunca es de Dios, es del diablo», ha comenzado Francisco en su homilía, en la que ha aprovechado a reflexionar sobre el episodio evangélico en el que un doctor de la Ley se dirige a Jesús llamándolo «Maestro». Según el Papa, «no quiere dejarse instruir por él, sino ‘ponerlo a prueba’, y le pregunta qué debe hacer para heredar la vida eterna».
Francisco ha explicado que se trata de «una religiosidad distorsionada, basada en la posesión más que en el don, donde Dios es el medio para obtener lo que quiero, no el fin a amar con todo el corazón.
Coincidiendo con la clausura del octavario por la unidad de los cristianos, el Santo Padre ha animado a todos los cristianos a «rezar por la unidad, pues es la primera tarea de nuestro camino«. A continuación ha explicado que la segunda misión consiste en «seguir rezando también por el fin de las guerras, especialmente en Ucrania y en Tierra Santa».
El Pontífice ha celebrado la Eucaristía en la basílica de San Pablo Extramuros, ante la presencia del arzobispo de Canterbury, Justin Welby y el metropolita Policarpo, del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Con ambos el Papa Francisco ha mantenido sendos encuentros, para trabajar en proyectos conjuntos en favor de la unidad de las iglesias. Así, ha tenido una mención especial para el «amado pueblo de Burkina Faso»: «Que el amor al prójimo sustituya la violencia que aflige a ese país».
