«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu

TRIBUNA | AITOR CASTAÑEDA ZUMETA |

1 de septiembre de 2023

El PNV y el jardín psiquiátrico

El presidente del PNV, Andoni Ortuzar. Europa Press

Como quien escribe estas líneas indicaba en una carta publicada en el periódico El Correo (2 de agosto, pág. 22), el Partido Nacionalista Vasco se halla recuperándose de la importante pérdida de votos desde accidentado 23J. En aquella carta traía a colación un tuit que merece aquí recuperar en parte, publicado por el escritor guipuzcoano Álber Vázquez el 24 de julio: 

«El PNV ha sido siempre un partido democristiano (…). Su gran masa militante y votante ha sido la gente conservadora y nacionalista que vive en el País Vasco (…). Por reducirlo a una caricatura, al PNV se lo votaba después de salir de misa. En los últimos tiempos, sin embargo, (…) ha apostado por declararse políticamente transversal. Su revolución pasaba por convertirse en un partido sin ideología que aglutinara a un gran centro político donde tuviese cabida prácticamente todo votante vasco. Baste un ejemplo: votaron a favor de la ley del “sólo sí es sí“, algo que, a mi juicio, su base electoral no entendió».

Independientemente de la ideología de Vázquez —no me interesa—, el escritor y guionista dio en el clavo. Como él, me limito a diagnosticar aquí algunos matices sobre los valores del partido de referencia en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), dejando de lado otras variables que posiblemente influyan en sus resultados tanto o más que las que aquí se tratan.

Observando a los de Andoni Ortuzar en Madrid, el histórico senador Iñaki Anasagasti expresó en su blog (31-7-2023) perplejidad por el voto favorable del partido a algunas leyes de corte sanchista, como la ya mencionada en el tuit. Y es que desde la toma de posesión Iñigo Urkullu como lehendakari en diciembre de 2012, aquel partido nacido en Vizcaya gozaba de una salud de hierro: regía en mayoría las tres capitales; presidía diputaciones forales, Gobierno vasco, asociación de municipios, e incluso el Parlamento de Navarra —dentro de Geroa Bai (Futuro Sí, PNV + Socialverdes)—. Todo ello, sin embargo, con la muleta del PSOE.

No debe aquí olvidarse la ortopedia socialista. De nuevo en Twitter, el avatar Martín Zamacois (@martinzamacois) empezó a usar la expresión PSOE state-of-mind en diciembre de 2019, popularizada después por Miguel Ángel Quintana Paz, quien lo considera esencial para entender la política española (The Objective, 25-3-2021). Yo diría que lo es también para comprender lo que le pasa al PNV.

Si el vocablo anglosajón state-of-mind refiere resumidamente al estado mental en que se mueve un sujeto (individual o colectivo), no es descabellado afirmar que la CAV ha vivido décadas con una psicología jeltzale; con algunos logros estatutarios en la época republicana, la formación de José María de Leizaola logró inocular en todos los partidos la idea de que una alta autonomía vasca era buena; que la reintegración foral aportaría grandes beneficios; que las tradiciones locales y el euskera eran un patrimonio a proteger.

Hasta los populares vascos llegaron a probar algo de aquel jarabe, mientras los socialistas incorporaban el vocablo «Euskadi»a sus siglas (PSE-PSOE) junto con la autodeterminación y la unidad vasco-navarra a su programa. Ahora son los socialistas quienes hipnotizan al PNV con su state. Baste un ejemplo; desde la Transición hasta 2013, el PNV se consideraba democristiano. Desde entonces, se dice a sí mismo socialdemócrata y practica políticas fiscales que han provocado la erupción del colectivo Zedarriak, crítico con aquellas.

Por otra parte, el PNV jamás se opuso a posturas cristianamente controvertidas, si bien se daba libertad para que, en materias sensibles sus diputados votaran en conciencia. Hoy, la ideología de género es un dogma para él, toda vez que su apoyo a la ley Celaá lo ha llevado a la cruzada contra los colegios católicos, especialmente los de educación diferenciada.

Todos estos comportamientos no son una mera estrategia electoral, claramente poco fructífera, sino un síntoma moral; el PNV ha estado ingiriendo sustancias ideológicas ajenas a su cuerpo electoral, para evitar que sus adversarios (PSOE incluido) lo tilden de derechas, en cierta medida como el PP desde la época de Rajoy —véase su postura sobre la ley del aborto—. El mismo Anasagasti lo declara: «No podemos llevar a cabo políticas de otras ideologías por el miedo a que quienes nos quieren derrocar no nos otorguen la etiqueta de progresistas».

No acuso al PSOE de la debacle del PNV —los socialistas contagian sus valores como otros hicieron antes—, ni digo que los partidos no puedan evolucionar o entenderse entre sí, por diferentes que sean. Pero es obvio que el PNV se ha ido vacunando de sí mismo, lo que resulta muy provechoso para una izquierda que, coaligada con él, succiona parte de sus votos. Tuitea Vázquez: «¿Qué necesidad tiene el votante del PNV de votar al PNV, si el PNV va a hacer lo mismo que EH Bildu o el PSOE? Ninguna».

El caso de Navarra, donde el PSN-PSOE crece a medida que Geroa languidece, es un ejemplo manifiesto de lo expresado, sin olvidar que el socialismo vasco ya venía de fagocitar a la Euskadiko Ezkerra (EE) de Mario Onaindia, que de tanto PSOE state-of-mind, acabó transformándose en una sigla dentro del PSE-EE-PSOE. Algo así como el acrónimo JEL —sigla euskérica de «Dios Y Fueros»— en la formación jeltzale (amigos de JEL), de la que sólo quedan las letras.

En el último libro de Disenso editado por Quintana Paz, ¡Menos Ideas y Más Moderación! (2023), el ensayista José María Marco compara la política española con un jardín psiquiátrico, en una aproximación más literaria que clínica. La «no izquierda» sería para Marco el paciente neurótico, que acomplejado de sí mismo, trata de encorsetarse a las normas de lo políticamente correcto hasta caer enfermo (págs. 65-70). Tal vez lo que enferma a los de Ortuzar no sea su supuesto derechismo, o sus errores de gestión. Quizá solo sea neurosis. 

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