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TRIBUNA | HERMANN TERTSCH |

27 de septiembre de 2023

Motivos para la alarma… y también para la esperanza

Acto en Colón (Madrid). Twitter

El mundo vive momentos tan fascinantes como aterradores. España, por desgracia, muy especialmente.  Todas las certezas y tantas lealtades y leyes —la Constitución por encima de todas— están siendo abolidas, ignoradas o violadas en nuestra patria.

Lamentablemente no es catastrofismo decir que España sufre hoy una descomposición política, económica, social, moral y territorial sólo comparable al proceso sufrido durante la Segunda República y los cinco años nefastos que condujeron directamente a nuestra Guerra Civil. Un número creciente de españoles está convencido de que nuestra Monarquía Constitucional Democrática, un régimen basado en la reconciliación y la buena fe que ha proporcionado a nuestro país su más larga y próspera época de paz en libertad, está condenada.

Ha sido un largo proceso que comenzó el 11 de marzo de 2004, cuando, tres días antes de nuestras elecciones generales la detonación de cuatro trenes provocó la mayor masacre desde la Guerra Civil y cambió para siempre la historia de España. El seguro ganador, Mariano Rajoy, fue derrotado, y el candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, sin posibilidades antes del atentado, salió victorioso. España se ha deslizado desde entonces de forma casi venezolana hacia un sistema diferente.

La llamada «alianza progresista» entre la izquierda y los separatistas está socavando nuestra Constitución, la integridad territorial y la igualdad entre regiones; también nuestra libertad y derechos fundamentales, y casi ha abolido toda comunicación veraz entre el poder y el pueblo. Ni el desastroso final en crisis económica de los siete años de gobierno de Zapatero ni los otros siete del Gobierno supuestamente tecnocrático de Mariano Rajoy cambiaron el rumbo que la izquierda impuso al llegar al poder tras el atentado. Su objetivo es crear las condiciones de posibilidad de un régimen sin alternativa a la alianza entre izquierda y separatismo. Si Sánchez consigue mantenerse en el poder, entraremos en lo que podría ser la última fase de este desmantelamiento del régimen de 1978 y de su Constitución.

Quiero reseñar que la Unión Europea, que ha estado imponiendo sanciones a países con gobiernos conservadores como Polonia y Hungría por actuaciones mucho menos lesivas para el Estado de Derecho, ha financiado sin embargo con enorme liberalidad a este Gobierno socialcomunista que ha puesto a su servicio todas las instituciones y ha destruido en el proceso la credibilidad de estas. España puede verse, como en los años 30 del siglo pasado, en la vanguardia de la progresión global hacia el abismo. En todo el mundo las ilusiones de un mundo fácil que creíamos había comenzado en los 90 con el celebrado triunfo universal de la democracia liberal y el libre mercado ya son pasado y parecen remotas, si no antiguas.

Pensamos que el absurdo criminal de la ideología comunista había terminado para siempre con la caída de las tiranías socialistas. Lo mismo pensó la Sra. Margaret Thatcher, fundadora de New Direction, think tank de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) a los que VOX se adscribe. Thatcher, Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo II son tres figuras decisivas en un cambio radical que trajo mucha libertad y dio un tremendo revés al poder totalitario. Son personalidades históricas a las que debemos mucho, pero que hoy parecen inmensamente lejanas y ajenas a los nuevos escenarios a los que nos enfrentamos.

Ahora sabemos que las fuerzas que creíamos vencidas para siempre lograron recuperarse con velocidad endiablada y regresar bajo múltiples caretas con nuevas formas y tácticas, aunque su objetivo sea el mismo: el anhelo marxista de erigir un poder incontestable sobre los pueblos bajo el firme dominio de la uniformidad, la dependencia, el control, la escasez, la ignorancia y la desinformación.

Muchas cosas han pasado desde que Gramsci analizó los fracasos del leninismo y la Escuela de Frankfurt, tras exiliarse de la Alemania nazi formó, promocionó e inundó con sus seguidores las mejores universidades americanas primero, y las europeas después de 1945. Conquistaron primero el sistema educativo, luego la industria cultural, el periodismo, la información en general, la comunicación y el entretenimiento, la administración pública, las instituciones estatales y hasta los niveles superiores de las grandes corporaciones privadas. Las élites occidentales ni siquiera son conscientes de que su weltanschauung es producto de un adoctrinamiento generacional que se remonta a estos viejos profesores marxistas alemanes.

¿Qué han estado haciendo mientras tanto los conservadores? Se centraron en sus vidas privadas, en los negocios, en la economía y en la gestión sin ver que ellos mismos estaban promoviendo, a condición de que fuesen rentables, «modas», «nuevas ideas» y «mensajes» que alimentaban una lenta pero colosal y masiva ofensiva contra sus valores, su poder y su legitimidad. Y así sucedió que, desde los años 60, los conservadores han estado en permanente retirada y las fuerzas progresistas a la ofensiva. De muchas maneras. Con bombas y oraciones, con terroristas y pacifistas, con ciencia y arte, con sindicatos de profesores y el trabajo académico, con ONG y ayuda humanitaria —que nunca es exclusivamente ayuda humanitaria—, y por supuesto con el recurso masivo de la mientras tanto casi completa hegemonía en información y comunicación. Los objetivos son, como decíamos, los mismos de la Revolución de Lenin, no asaltando empero el Estado, sino utilizando eficazmente la penetración de 80 años de acción sin reacción, de avance en la conquista del espacio social sin encontrar resistencia.

Se mueven de forma diferente en ambientes diferentes. Tenemos una izquierda vegana, como yo llamaría a Von der Leyen o Donald Tusk, y una izquierda caníbal representada por los líderes narcocomunistas de Iberoamérica, tales como Díaz-Canel, Maduro o Morales (no descartemos que Sánchez se convierta en el primero de estos en suelo europeo). Entre estos extremos hay todo un abanico de actores diversos, pero que a la hora de la verdad reman en la misma dirección. Hugo Chávez solía decir que la revolución necesitaba que la gente siguiera siendo pobre. «Los pobres nos votan. La clase media no nos vota. Los pobres deben seguir siendo pobres con esperanza». La socialdemocracia globalista piensa igual. Por si no se habían dado cuenta, la izquierda occidental es ahora neomalthusiana y decrecentista. Los enemigos del crecimiento están ahora en el poder en Bruselas y sus planes de ingeniería social son cada vez más despiadados y desprecian los intereses y las necesidades de la gente casi como los dictadores caribeños. Por eso hay que combatir esta Bruselas centralista y socialista tanto como la alianza forjada entre el crimen organizado y el narcotráfico y el movimiento socialcomunista, que ya ha pisado Europa. En esa lucha feroz estamos, con la Fundación Disenso, Foro Madrid y el Grupo de Acción Política ECR-Eurolat.

El objetivo de nuestros rivales es el empobrecimiento de nuestras clases populares. La excusa es la lucha contra el cambio climático: «por el bien del planeta» no todo el mundo puede comer carne, ni volar en avión, ni viajar en coche. Lo que el modelo económico socialista prometió a las masas, pero nunca cumplió, ahora lo han anatematizado. Toda fuerza e imposición se justifica en aras de la salvación del planeta. Y para este proyecto empobrecedor la soberanía de las naciones europeas es un obstáculo en el camino. Es, de hecho, el gran obstáculo.

Cuando hace tres décadas, el socialista francés Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión, expresó su deseo y su intención de transformar la Comunidad Económica Europea en una federación de Estados, la respuesta de Lady Thatcher fue: «no, no, no». Los discípulos de Delors preparan ya una modificación de los Tratados en sentido federal —lo que significa, en sentido centralista—, nosotros, admiradores de Thatcher, debemos responder «no» con la misma vehemencia.

Pero ni la perversidad del proyecto totalitario al que nos enfrentamos, ni la formidabilidad de nuestro enemigo, que se ha hecho fuerte en las instituciones europeas y las ha puesto a su servicio, ni el secuestro del Partido Popular, siempre dócil y corto de miras, deben hacernos caer en el derrotismo. Hay motivos para la esperanza. Hace 15 años no teníamos diagnóstico, hoy sí: el objetivo de la izquierda europea es desposeer a la mayoría, y el método para lograrlo es la concentración de poder en Bruselas. Tener el diagnóstico es el primer motivo de esperanza.

El segundo es que hemos articulado una propuesta alternativa que pasa inexorablemente por la defensa de la soberanía nacional, un dique de contención frente al proyecto de depauperación que tenemos enfrente. Y el tercer motivo es que, en junio del año que viene, cuando estemos llamados a votar, tendremos la inmejorable oportunidad de cambiar la correlación de fuerzas en el Parlamento Europeo e inclinar así la balanza a favor de nuestro proyecto soberanista, conservador y de libre mercado. Por tanto, que nadie desespere. Recuerden que Lady Thatcher no soportaba a los llorones. Nosotros tampoco.

Conferencia en la gala del Advancing Freedom, un encuentro de Think Tank Central celebrado el pasado 21 de septiembre en Madrid.

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