Con la elección del nuevo papa León XIV, muchos se han apresurado a buscar paralelismos con su homónimo del siglo XIX, León XIII. Desde ciertos sectores de izquierda se han mostrado curiosamente entusiasmados, quizá sin saber que el nuevo pontífice ha explicado que toma su nombre «para dar luz a este mundo desde el patrimonio de la doctrina de la Iglesia», en referencia directa a la encíclica Rerum Novarum. Y conviene tomarle la palabra, porque ese patrimonio tiene mucho que decirnos todavía, también en el terreno político. En particular, en materia de vivienda, donde sigue alumbrando caminos que muchos han olvidado.
Escrito en 1891, Rerum Novarum fue el primer gran documento del magisterio social moderno. León XIII no se dejó arrastrar por las modas ideológicas de su tiempo, ni por el pesimismo ante la agitación social que sacudía Europa. A cambio ofreció una lectura realista y profundamente humana del conflicto entre capital y trabajo. Denunció con claridad los abusos del liberalismo económico que empobrecía a los obreros, pero fue igualmente tajante contra el socialismo que pretendía abolir la propiedad privada. «Quitar a cada cual lo suyo para dárselo a la comunidad es manifiestamente injusto», escribió con contundencia.
Hoy, más de 130 años después, esta afirmación no sólo conserva toda su fuerza, sino que parece escrita para responder a algunas propuestas que escuchamos con demasiada frecuencia: expropiaciones de viviendas vacías, tolerancia con la ocupación ilegal, control político del parque inmobiliario, fiscalidad punitiva al pequeño propietario, o la pretensión de convertir al Estado en gestor total de las necesidades habitacionales. Todo esto se presenta como justicia social, pero en el fondo se basa en una visión equivocada del ser humano: no como sujeto libre y responsable, sino como pieza de una maquinaria estatal.
León XIII proponía justo lo contrario: enseñaba que la propiedad privada no es un privilegio, sino una prolongación natural de la libertad y la dignidad personal, especialmente cuando sirve al proyecto de vida de una familia. Por eso defendía que el objetivo no debía ser multiplicar subsidios estatales, sino promover que «la mayor parte de la clase obrera llegue a tener algo en propiedad». No dependencia, sino arraigo. No control, sino libertad real. No ocupación, sino habitación.
Como portavoz de vivienda en la Asamblea de Madrid, defiendo esa visión. Porque la vivienda no es un «recurso» que el poder reparte; es un derecho ligado al esfuerzo, a la familia, al futuro. Y porque buena parte de las políticas que hoy se nos presentan como progresistas, en realidad repiten viejos errores colectivistas: anulan la iniciativa privada, castigan al propietario, desincentivan la inversión, y convierten al inquilino en rehén del Estado.
Rerum Novarum no es sólo una crítica. Es también una propuesta: una economía ordenada al bien común, donde el Estado cumple su papel subsidiario —ayuda, no sustituye—, donde la justicia y la caridad se complementan, y donde el centro de toda política no es la estructura, sino la persona concreta y su familia. La vivienda, en esta perspectiva, no es un arma ideológica ni una línea de gasto: es un espacio de dignidad, un bien que debe poder adquirirse, conservarse y transmitirse.
¿Y cómo se traduce esto en el debate actual? En medidas que liberen suelo en lugar de restringirlo. En seguridad jurídica para propietarios e inquilinos. En apoyo fiscal a la compra de vivienda habitual. En menos burocracia y más libertad para construir. En un parque de vivienda pública bien gestionado, sí, pero complementario, no excluyente. En premiar el esfuerzo, no la pasividad. En tratar a las familias como base de la sociedad, no como anomalías del mercado.
Muchos se preguntan qué puede aportar hoy la doctrina social de la Iglesia. Pues bien: Rerum Novarum ofrece una respuesta de plena actualidad: nos recuerda que el ser humano no es una cifra en una hoja de cálculo, ni un número de expediente social. Es una persona con derechos, deberes y aspiraciones legítimas. Y que ninguna política será justa si no respeta su libertad, su propiedad y su deseo natural de tener un hogar propio.
Frente a quienes quieren hacernos vivir como eternos tutelados por el poder, en inquilinos perpetuos, la voz de León XIII sigue resonando con claridad: más personas con casa propia, menos Estado ocupando espacios que no le corresponden. Esa es la verdadera justicia social. Y también la mejor política de vivienda.