La editorial sevillana Renacimiento ha publicado “Cuatro años bajo la media luna”, el diario de la Primera Guerra Mundial que el venezolano Rafael de Nogales escribió acerca de su experiencia combatiendo a los británicos al servicio del Imperio Otomano. Su vida de conspirador, aventurero, soldado, espía y mercenario merecería una película. Luchó del lado español en la Guerra de Cuba, estuvo presente en la Guerra Ruso-japonesa y terminó en el Asia Menor enrolado en el ejército otomano. Allí presenció el Genocidio Armenio.
Cada 24 de abril en la República de Armenia y en las comunidades de la diáspora se conmemora el Gran Crimen: la destrucción de los cristianos armenios y de otros (griegos, nestorianos) que vivían en el territorio del Imperio Otomano. Los estudios históricos oscilan entre los seiscientos mil muertos de los cálculos más conservadores y restrictivos hasta el millón ochocientos mil muertos. Todo depende de dónde se sitúe el comienzo del proceso genocida.
Por ejemplo, cabría sostener que los primeros pasos se dieron entre 1894 y 1896 durante las Matanzas Hamidianas. Hubo en torno a trescientos mil muertos durante ese periodo. El sultán Abdul Hamid se ganó el sobrenombre de El Rojo. So pretexto de reprimir una rebelión contra su autoridad -que, en realidad, era una exigencia de reformas por parte de los armenios- el sultán desencadenó una violencia devastadora sobre los cristianos armenios en toda la provincia de Van, la tierra que vio nacer al pueblo armenio. La catedral de Urfa, donde tres mil armenios se habían refugiado, fue incendiada con ellos dentro. Los líderes nacionalistas armenios que lograron sobrevivir tuvieron que huir del imperio. Algunos huyeron a Rusia.
El siguiente paso hacia el exterminio de los armenios fueron las llamadas “Vísperas Cilicianas” del 13 de abril de 1909 por la región donde se cometieron las masacres: Cilicia, que vio florecer un reino armenio en la Edad Media y acogía a la comunidad armenio de Adana. La carnicería comenzó en esta ciudad y se extendió por toda la provincia. La ideología panislámica y los rumores de una insurrección armenia en ciernes, alentaron a las masas, que asaltaron los barrios armenios. Hubo más de veinte mil muertos.
La entrada del imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial marcó la etapa final de los armenios en las seis provincias en que habitaban las provincias orientales: Van, Bitlis, Erzerum, Diyarbakır, Kharput/Elâzığ y Sivas. El Comité Unión y Progreso veía en los armenios la quinta columna de los aliados occidentales. Es irónico pensar que los armenios vieron en el triunfo de los Jóvenes Turcos una esperanza de reformas y cambios que mejorasen su situación. En realidad, fueron estos nacionalistas turcos quienes resolvieron acabar con las comunidades armenias por completo. Los planificadores fueron Ismael Enver, ministro de Guerra; Mehmet Talaat, ministro del Interior, y Ahmed Djemal, ministro de Marina y gobernador.
El 24 de abril de 1915 las élites armenias de Constantinopla fueron arrestadas. Escritores, periodistas, músicos, profesores, poetas, científicos… Más de mil fueron deportados a Anatolia. A centenares de ellos los mataron por el camino. El horror fue tal que Kómitas, el prodigioso músico, enloqueció y jamás se recuperó. Desde entonces, el 24 de abril es la fecha de conmemoración del genocidio.
El modelo se repitió de forma similar por todas las provincias. Los notables fueron seleccionados y muertos. Después, con las comunidades descabezadas, venía una orden de deportación. Los hombres en condiciones de combatir eran separados y fusilados en grupo. Las mujeres, los niños y los ancianos comenzaban marchas extenuantes por los desiertos hacia Siria so pretexto de alejarnos de las zonas del frente. En realidad, se trataba de que muriesen de enfermedades, hambre y sed. A finales de 1915, apenas quedaban armenios en las provincias orientales.
Rafael de Nogales fue testigo de las matanzas en Van, Bitlis y Diyarbakır. También presenció las deportaciones. Su relato nos muestra no sólo las atrocidades cometidas contra los armenios, sino también su resistencia. Sería un error pensar que los armenios se dejaron exterminar como ovejas llevadas al matadero. Allí donde pudieron, pelearon con una valentía admirable. Franz Werfel narró uno de los episodios más famosos de la resistencia armenia: la defensa del Musa Dagh, la “montaña de Moisés” -que eso significa Musa Dagh- durante cuarenta días hasta que los armenios recibieron el socorro francés y pudieron ser rescatados. Werfel publicó su novela “Los cuarenta días de Musa Dagh” en noviembre de 1933. Pocos meses después, en febrero de 1934, los nazis la prohibieron en todo el territorio del Reich.
Podrían contarse muchas más cosas. En Armenia Oriental, los armenios lograron proclamar la República de Armenia y vencer, in extremis, a los turcos en Sardarapat. Esta victoria salvó a los armenios del Oriente de una destrucción como la que habían padecido los de Cilicia y las provincias occidentales.
Es difícil describir la magnitud de la tragedia sin referirse al mismo tiempo, al doble crimen que fue su impunidad y que suponen hoy el olvido y el silencio. Hay testimonios y documentos en abundancia. Muchos de ellos se exponen en Tsitsernakaberd, el memorial y museo del Genocidio Armenio que se alza, a orillas del río Hradzan, cerca de Yereván. Allí puede verse, entre otros libros, este de Rafael de Nogales que se ha publicado ahora en España.
Numerosos países hispanoamericanos han reconocido el genocidio (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, Venezuela) así como la Santa Sede. En la Unión Europea, Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, Eslovaquia, Francia, Grecia, Italia, Lituania, Luxemburgo, los Países Bajos, Polonia, la República Checa y Suecia han hecho lo propio. Poco a poco, la verdad se impone sobre las presiones y las conveniencias políticas. Hace dos años, España perdió la ocasión de situarse en el lado correcto de la Historia y reconocer el exterminio de los armenios. Es una cita con la Historia a la que nuestro país está llegando tarde. La nueva legislatura que acaba de comenzar brinda una nueva oportunidad de colmar esta ausencia.
El próximo 24 de abril, decenas de miles de armenios acudirán a Tsitsernakaberd a honrar con flores a las víctimas del genocidio. Por todo el mundo, se elevarán oraciones y sonará música en memoria de los muertos. Un amigo me dijo una vez que el pueblo armenio tiene una relación muy especial con la cruz porque ha sido crucificado en la Historia. Cuando uno lee los relatos, las memorias, los testimonios, es inevitable pensar en el Calvario que fue este periodo funesto.
Esta columna conmemora hoy el 102º aniversario del Genocidio Armenio.