Simeón, al levantar en brazos al niño Jesús en el Templo, pronunció unas sorprendentes palabras sobre el Apocalipsis del pueblo de Israel y de los paganos. Lc 2, 22-40.
Un niño, primogénito, es presentado en el Templo de Jerusalén, conforme a la ley mosaica, como hijo de un tal José y una tal María. Nada fuera de lo normal. Aparentemente. Un anciano justo y piadoso (δίκαιος καὶ εὐλαβής) nota algo excepcional en aquel tierno infante: ha llegado el Apocalipsis para judíos y no judíos. Y ese Apocalipsis es ese mismo niño en persona.
Apocalipsis para los paganos
Mis ojos vieron tu salvación. La alegría de Simeón al tomar al niño Jesús en sus brazos es inmensa. Dios le ha hecho saber que ha llegado la salvación tantos años prometida al pueblo de Israel, es decir, el Apocalipsis, la Revelación Final. El anciano nos detalla algunas características de ese acontecimiento, referidas a los no judíos, a los que no formaban parte del Pueblo de Dios. Ha llegado el Tiempo de Luz para el Apocalipsis de los paganos (φῶς εἰς ἀποκάλυψιν ἐθνῶν).
– Proyecto de Dios. La salvación de la que habla Simeón proviene de Dios, es Suya, es Tu salvación. El hombre no se puede redimir a sí mismo. Son innumerables las ideologías intramundanas que se han proclamado salvadoras del hombre, sobre todo en el pasado siglo, el siglo del rechazo de la fe católica. Todas han terminado o terminarán “en la papelera de la historia”, en palabras del gran Papa Benedicto XVI. El hombre necesita salvación del sinsentido profundo de su vida y de la guadaña de la muerte. El hombre no se puede salvar a sí mismo. Por eso Dios ha venido a salvarlo.
– Preparada a los ojos del mundo. Dios no improvisa, sino que prepara pacientemente su salvación. Algunos Padres de la Iglesia vieron una triple manifestación de esa preparación por parte de la Providencia:
• Preparación religiosa por medio del pueblo de Israel y su Revelación.
• Preparación racional por medio del genio griego y su filosofía.
• Preparación social por medio del poder romano y su ‘pax’.
– Apocalipsis luminoso. Simeón concibe la presencia del niño Jesús en el mundo como el Apocalipsis o Revelación Final de Dios para todas las gentes que no pertenecen al Pueblo Elegido. El Apocalipsis para los paganos no es tenebroso, sino luminoso; no es sentencia de condena, sino palabra salvadora. Jesús es la Palabra final y definitiva de Dios para los no creyentes, y esa Palabra es Luz de Luz, Luz para alumbrar a las naciones, sumergidas en las tinieblas de la ignorancia, de la injusticia y del desamor. Con Jesús, el Apocalipsis para la humanidad ha llegado. Sólo queda esperar a su manifestación plena al final de los tiempos, pero el germen de ese Apocalipsis Final ya está entre nosotros. Jesús inaugura y es en persona el Apocalipsis, la Revelación Definitiva, el Último Tiempo, revelación y tiempo para la salvación, no para la perdición.
Apocalipsis para los judíos
Las palabras de Simeón sobre el Apocalipsis para los judíos son más duras que para los paganos. Puesto que la Iglesia Católica es el Pueblo de Dios, vástago de la fe de Abraham, continuador espiritual del Pueblo Judío, pueden entenderse las palabras de Simeón dirigidas a Israel como dichas para los católicos. ¿Cómo es el Apocalipsis para los católicos? La respuesta coincide con la de esta otra pregunta ¿Quién es el niño que está en brazos de Simeón para el propio pueblo al que pertenece?
– Es Mesías y Salvación de Dios. Ese bebé, judío de religión y de raza, es denominado por Simeón como Salvación (σωτήριόν) de Dios, como Mesías (Χριστὸν) prometido por Dios y esperado por su pueblo. Jesús es miembro supremo del Pueblo de Israel y Cabeza del Israel Espiritual, y supone para ambos pueblos su Salvación, como Ungido (Mesías) de Dios que es. Porque ambos pueblos son en definitiva uno solo: el pueblo de Dios anterior a la venida del Mesías y su continuación después de su venida.
– Es gloria y consolación de Israel. La presencia del niño Jesús para el pueblo de Israel es, en principio, según Simeón, absolutamente beneficiosa. Él trae la plenitud que el pueblo de Israel esperaba y, según la comparación que estamos haciendo, Jesús es en persona todo lo que un católico puede anhelar, expresada en estas significativas palabras: gloria (δόξα) y consolación (παράκλησις). Pero no todos los suyos reciben al Mesías con este gozo.
– Es criba para dilucidar quién es quién dentro del Pueblo Elegido. Con tres apuntes delinea Simeón la convulsión que ocasiona dentro del mismo Pueblo Elegido la presencia de su Salvador:
• Caída y levantamiento. Caen los miembros del pueblo de Dios que no aceptan la mesianidad divina, espiritual, trascendente y amorosa de Jesús. Son elevados los sencillos de corazón que reciben la salvación abiertos al modo en el que Dios la ha entendido y realizado.
• Señal que es contradicha. ¿Y cuántos hijos de Dios no contradecimos nuestro ser imágenes de Jesucristo con nuestros criterios, palabras y vida?
• Apocalipsis o revelación de los pensamientos (ἂν ἀποκαλυφθῶσιν διαλογισμοί). El Apocalipsis, revelación final y plena de Dios, lleva consigo la revelación de lo que hay en la mente y el corazón de los creyentes. La presencia definitiva de la Verdad que es Cristo saca a la luz necesariamente si sus supuestos hermanos están realmente con Él o contra Él.