«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Basta de ridículos en Eurovisión

Como recordó en uno de sus libros más famosos Antonio Domínguez Ortiz, nuestro país tiene más de veinte siglos de historia. Durante dos mil años, España ha enriquecido la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura y, en general, las bellas artes. No hay campo de la creación desde las jarchas hasta el cine en el que no sobresalga algún hombre o mujer de España. En español escribieron Garcilaso y García Márquez, Jorge Luis Borges y Sor Juana Inés de la Cruz. La Hispanidad es una realidad vibrante y luminosa de creatividad y renovación. Desde El Río Grande hasta la Tierra del Fuego, millones de personas piensan, viven y aman en español. Gracias a ellos, nuestra lengua tiene aseguraba la vitalidad y el futuro.

La riqueza de España no se agota solo en la más extendida de sus lenguas. Ahí está la poesía medieval de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y uno de los escritores más delicados en la lengua galaico-portuguesa de la que brota el gallego de hoy. Tomen a Ausias March, a Joanot Martorell, al gran Ramon Llull. Invoco hoy a Gabriel Aresti y a todos los bertsolaris de los valles vascos. Traigo hoy aquí la riqueza de los dialectos de Andalucía, Aragón, las dos Castillas, Murcia y Extremadura. Presento ante ustedes los veinte siglos de literatura escrita en las lenguas de España, los dos mil años de canciones, romances y nanas de nuestra tierra. Sólo con las canciones de cuna de Andalucía y los cantares de Granada de noviembre a noviembre, escribió Lorca dos ensayos bellísimos. Si sumamos los más de cinco siglos de músicas y letras de la América Española, el caudal de maravillas es simplemente inabarcable. Hasta la actualidad, los cantantes y grupos musicales de España en todos los géneros musicales triunfan a ambos lados del Atlántico y más allá.

Sin embargo, la selección de los representantes de España en Eurovisión parece encaminada a garantizar la humillación además del fracaso.

Demos algunos datos.

Desde el año 2000, España solo ha superado el puesto 15 en seis ocasiones. No ha ganado nunca. De hecho, lleva sin alzarse con el triunfo desde que ganó dos veces seguidas en 1968 y 1969 representada por Masiel y por Salomé respectivamente. En 2016 quedó en el puesto 22; en 2015 en el 21; en 2013 en el 25; en 2011, solo alcanzó el puesto 23. Sumamos en el olvido la vergüenza del año 2008, que sin embargo no obtuvo un resultado tan malo como el de 2016. El agravio es aún mayor. Si no fuese porque nuestro país es uno de los grandes contribuyentes de la Unión Europea de Radiodifusión, responsable de la organización del festival, los cantantes de España normalmente ni siquiera hubiesen llegado a las semifinales. Solo la contribución garantiza el privilegio de pasar directamente a las semifinales del concurso. Tal vez por eso, España ha renunciado a la excelencia para optar por la extravagancia o la mediocridad tan a menudo.

Eurovisión es un espectáculo, pero también es una oportunidad de mostrar la imagen de un país y su cultura. Se trata del programa de televisión más antiguo aún en emisión de todo el mundo. Cuando comenzó a retransmitirse en 1956, el hombre no había llegado aún a la luna y Stalin solo llevaba tres años muerto. Lo ven entre 100 y 600 millones de personas según el año, incluso en países que no participan en el concurso. España no puede permitirse perder una ocasión privilegiada de exhibir ante el mundo el talento, la creatividad y la calidad que la ha distinguido durante tanto tiempo. Tal vez no se trate necesariamente de ganar -aunque obstinarse en perder es absurdo- pero, en todo caso, sí hay que mostrar lo mejor del campo de que se trate; en este caso, la música.

Quizás uno debería comenzar por asumir que un cantante que representa a España -nada menos que a España- en un festival internacional no debería cantar en inglés. Podemos hablar sobre si debería hacerlo en la lengua común de todos los españoles o en alguna de las que se hablan en nuestra tierra, pero no tiene sentido cantar en el idioma de Shakespeare cuando uno puede hacerlo -representando a España- en el de Miguel Hernández, Juan Rulfo o José Rizal.

No deberíamos minusvalorar el impacto negativo que ridículos como el de este año -y los de años pasados, por cierto- tienen sobre la imagen de España. Si reconocemos que el éxito de grandes deportistas como Rafa Nadal contribuye al engrandecimiento de España allende sus fronteras, habrá que admitir que nuestro país se viene obstinando en fracasar año tras año ante millones de televidentes por motivos incomprensibles.

España se merece algo mejor.

TEMAS |
.
Fondo newsletter