He leído con mucho interés la excelente entrevista que han hecho los colegas de la revista “6 Toros 6” al gran torero Paco Camino. Diestro que, por cierto, fue uno de mis predilectos aunque detrás del también por mi tan admirado como querido amigo, Antonio Ordóñez Araujo, que Dios tenga en su gloria. Disfruté muchísimas tardes viendo a Camino en infinidad de corridas pero también sufrí en otras tantas de las que salimos de la plaza echando pestes. Y es que su famosa “mandanga”, que tanto le criticó don Antonio Díaz Cañabate, le impidió a Camino mandar en el toreo de su tiempo. Pero claro, como estar mal tan frecuentemente para Paco era algo tan voluntariamente sui-generis o consustancial, afirmo solemnemente que, de todos los toreros que he visto en mi vida, del único que se puede decir que “no quiso” ser mandón es de don Francisco Camino Sánchez. De los demás con naturales virtudes para serlo, en cambio, hay que decir que “no pudieron”.
Sin embargo, Camino, al verse y enjuiciarse a sí mismo en esta postrera entrevista, deja ver sus defectillos al defender las virtudes que le adornaron aunque también le perjudicaron. En dos temas, el temple y la técnica, resbala el camero. Y resbala porque Paco, como otros grandes, solía torear ligerito, que dicen en Sevilla. Por eso, al responder lo que para él es templar, dice con gran parte de razón que templar es acomodarse a las velocidades de los toros en sus embestidas. Respuesta que he oído dar con iguales argumentos a otros toreros “rapiditos”. Pero bueno, dejémoslo en “ligeritos” que es un término más simpático.
Contrariamente, unos pocos toreros, poquísimos, se han distinguido precisamente por torear despacio, incluso por torear lentamente a la verónica en el recibo con el capote, cuando el toro no ha sido picado todavía y embiste con toda su pujanza. Camino dice al respecto en la entrevista que los que torean despacio es porque primero han dejado muy diezmados a los toros en el caballo. En eso Curro Romero fue el primer campeón. Puede que sí en otros casos de diestros con aroma también. Pero, repito, de los que más templaron de verdad, reduciendo la velocidad de los toros, el rey fue y sigue siendo Antonio Ordóñez. ¿O no?
Voy a contar dos anécdotas sobre Ordóñez y su manera de templar en relación con lo que ahora ha dicho Camino. Una fue la que ocurrió una noche de feria de Sevilla en la que, en vez de irnos al Real a beber manzanilla y a oír o ver bailar flamenco, varios amigos nos fuimos a El Puerto de Santamaría para que el famoso peluquero “El Cuqui” nos enseñara algunas películas de las muchas que filmó en el sistema habitual entonces, super-8. Efectivamente, descubrimos los muy buenas y curiosas que eran todas. Pero vimos una que nunca se me olvidará. El Cuqui, muy cuco, había repartido las imágenes en dos partes. En la que aparecía en la media pantalla de arriba, se veía torear a Ordóñez y, en la de abajo, a Camino. Pues bien, quedamos ciertamente asombrados al ver que mientras el rondeño daba un solo pase en redondo, el camero pegaba tres…
Otra sucedió en una corrida goyesca actuando ambos maestros. Pasada la muerte de los tres primeros toros, los empleados le preguntaron a Ordóñez que había que regar el ruedo porque la polvareda que se había levantado era insoportable. Y Ordoñez dijo que no. Yo mismo escuché lo que le dijo un tanto socarronamente al empleado en voz baja porque estaba muy cerca de ellos en el callejón: “Es para que se vea el polvo que levantan los demás y el poco que levanto yo”…. Toma del frasco, Carrasco. Así sucedió.
Por lo que se refiere a la técnica, Paco Camino la desdeña casi totalmente. Es cierto, y lógico, que no la dé la importancia que ahora tiene, sencillamente porque los toros de sus mejores años tenían infinitamente más movilidad, y más casta también que los actuales. Nadie entonces hablaba de técnica. Había que quitarse “aquello” de en medio con la mayor quietud, la mayor habilidad y la mayor gracia posibles. Y Camino fue hasta su tiempo quien más unió la gracia a la inteligencia. Pero ahora, desde hace ya bastantes años, la técnica es imprescindible aunque lo mejor es que, al que torea, no se le note.
Habla Camino en la entrevista de otros toreros. Habla maravillas de Ordóñez. Para él, el mejor. También para mí como ya he dicho Pero de los más recientes, solamente salva a Paco Ojeda y a José Tomás. Y no habla nada de Enrique Ponce aunque, al despreciar y desmerecer en tantos aspectos la técnica, alude profusamente al valenciano sin nombrarte. Y en esto discrepo abiertamente, querido Paco Camino. En cuanto a quietud, cercanía, intensidad y temple unidos en una sola persona, Ojeda es y sigue siendo el mejor de los mejores. Años luz por encima de José Tomás que, en la mayor parte de sus faenas, incluidas las más celebradas, se deja enganchar la muleta más un mercancías.
Comprendo, no obstante, su preferencia por Tomás, por haber sido ambos de común acuerdo los que hace años devolvieron la Medalla de las Bellas Artes que les había sido concedida, a raíz de haber sido otorgada a Francisco Rivera Ordóñez. Recuerdo que, en medio de la polémica que se formó por tan inapropiado e ineducado desprecio, Francisco me llamó por teléfono muy dolido y me preguntó: “¿Por qué razón crees que Camino, sobre todo Camino, y José Tomás lo han hecho”. Y yo le contesté que había sido por no poder ocultar la mala bilis que en el fondo tenían y que tuviera la seguridad de que, “si hubiera vivido tu abuelo, ninguno de los dos habría tenido bemoles para hacer lo que hicieron”. Lo mantengo.
Pero siguiendo con lo de la técnica, también comprendo que Camino no haya dicho nada de Enrique Ponce. Sencillamente, porque ni él ni nadie a lo largo de la historia han sido capaces de pegarle pases y, mucha veces, muy buenos a la infinidad de malos toros, incluso a muchos aparentemente imposibles por peligrosísimos, a los que Ponce ha sacado partido lucido ante el asombro de cuantos le estábamos viendo. Y eso, no solo lo consigue Ponce por su ingente e indeclinable aunque invisible valor, sino por su enorme inteligencia y, consecuentemente, por su portentosa técnica.
A cada cual lo suyo, don Francisco, que usted a la inmensa mayoría de esta mala clase de toros, salvo puntuales excepciones, no los quería ni ver. Con gran facilidad y rapidez, sí, pero se los quitaba de en medio. Aquí paz y después gloria, maestro.