Cada año, cada día que han ido pasando a lo largo de mi vida profesional – ya más de 45 años viendo y opinando sobre las grande temporadas que se celebran en las plazas más importantes de España y en las más señeras de Francia y de América mas del vario acontecer en el mundillo taurino – me siento más solo y, a la vez, más desaprovechado. La afición se lo ha perdido y yo también a cuenta de envidias y de odios de la mediocridad siempre reinante en esta España nuestra.
Aunque he trabajado en todos los medios – prensa especializada y diaria, radio, televisión y desde hace bastante tiempo en portales de internet, propios y ajenos, aparte mis libros gracias a Dios todos vendidísimos y eso no hay quien pueda quitármelo –, mi carrera se ha visto importunada con bastante frecuencia con puntuales desaires, campañas difamatorias y hasta expulsiones, como consecuencia de no haber sido nunca lo que se entiende por “políticamente correcto”.
Mi querido amigo y colega, Ignacio Álvarez Vara Barquerito, escribió sobre todo esto en el prólogo de mi libro “Cómo ver una corrida de toros” y la verdad es que nunca le agradeceré bastante lo que dijo de este servidor de ustedes y que paso a reproducir no sin antes pedir perdón por lo que pueda parecer pecado de inmodestia. Si lo hago es porque como, tantas otras veces, estoy harto de maledicencias y suposiciones en mi contra:
<< … Está avalado sobre todo por su conocimiento, pero igualmente por su honradez y por una independencia tan feroz que no ha temido nunca nadar contra corriente.
Lo cómodo de nuestro oficio de críticos taurinos ha sido asentir con los tópicos, de cualquier clase y de cualquier signo. Haberse atrevido a desafiar las visiones tópicas le ha granjeado a José Antonio del Moral el respeto de muchos, particularmente dentro del mundo de los profesionales del toreo, donde goza de crédito y prestigio, pero también le ha obligado con frecuencia a atravesar más de un desierto y a subir más de un calvario>>.
El antepenúltimo calvario y digo esto porque seguro que habrá más, lo estoy subiendo por discrepar de los que están a favor de la protesta en forma de chantaje que cinco figuras del toreo han intentado obligar a la Real Maestranza de Sevilla a cambiar de empresa de su plaza de toros. En mi opinión, que sigo manteniendo contra viento y marea, ha sido precisamente la forma de chantaje empleada la que les ha quitado la razón por muchos motivos que tuvieran contra el proceder de los empresarios. No creo necesario incidir más en el asunto salvo en el fondo de lo que motivó el atrevimiento en su aspecto colectivo – o de banda – del que ni ellos ni casi nadie quiere hablar ni, por cierto, nadie ha desmentido formalmente: la creencia de que una poderosa empresa mexicana estaba dispuesta a desembarcar con una oferta millonaria en la importantísima plaza. Y que, una vez fallido el bastardo propósito, ha deparado un montón de declaraciones más o menos justificadas y justificables de los amotinados tratando de quitarse el “muerto” de encima. De los cinco, el único que tenía sobradas razones de protesta ha sido Miguel Ángel Perera. Pero como no se atrevió a denunciarlo en solitario, se agarró cual naufrago al embarque. Y el más perjudicado, mira por donde, el que gozaba de mayor beneficio, José María Manzanares. ¿O no?
Con su pan se lo coman aunque quepa señalar que los grandes perjudicados serán los aficionados, los que por cierto les han convertido en ricos. El próximo viernes empieza la gran temporada en Olivenza y allí estaremos como luego en Valencia, en Sevilla, en Madrid y en todas las demás ferias importantes para seguir en el machito sin renunciar ni un ápice a la independencia por mucho que me cueste y mira que me está costando.
Gracias desde aquí a todos mis seguidores y también, por qué no decirlo, a todos mis detractores que son tantos o más que los que me quieren.