«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los ratones que cantan para espantar a sus enemigos

A su izquierda, un ratón Alston. A su derecha, uno Chiriqui. Mismo hábitat y mismo alimento para los dos. Aunque las rivalidades parezcan inevitables, la sabia naturaleza se encarga de poner orden. Y lo hace, ni más ni menos que cantando.

 

 
La vida ahí fuera, en los arrozales indios, en la sabana africana o en la selva Amazonas, es dura. Es dura, pero -la naturaleza no iba a ser tan cruel- años de evolución han dotado a las diferentes especies animales de mecanismos, si bien no estrictamente defensivos, sí con un enorme poder disuasorio.

Ahí está la cobra real, que hincha su cuello para amedrentar a sus agresores y que luce en la parte posterior de la cabeza una suerte de antifaz con el mismo propósito. Otras especies más tímidas optan por el mimetismo y así, insectos palo, mariposas y pequeños reptiles adaptan los colores de su piel al entorno hasta confundirse con la hojarasca, una rama o la frondosa planta a la que se puede mirar durante horas sin apreciar la presencia del animal en cuestión.

Desprovistas de todo pudor, otras especies -algunas ranas, la mofeta…- segregan pestilentes sustancias o cubren su piel con colores brillantes para confundir a sus posibles predadores, y el armadillo -que si pudiera hablar seguramente diría a sus enemigos algo así como “habla mucho que no te escucho”- se hace bola y se olvida del mundo hasta que pasa el peligro.

Formas de evitar la confrontación casi tan variadas como especies animales, a las que ahora se une la de los ratones cantarines Alston y Chiriqui (scotinomys teguina y scotinomys xerampelinus respectivamente). Y lo de cantarines no es casualidad.

Originarios de los bosques que hacen frontera entre Costa Rica y Panamá, los Alston y Chiriqui comparten el gusto por las bajas temperaturas de las zonas más elevadas de la selva, aunque los pequeños Alston son capaces de tolerar algo más de calor y menor altitud con tal de evitar a sus cuasi compañeros, los Chiriqui, más grandes, poderosos y agresivos.

Sea como sea, la rutina diaria acaba por reunirlos y es entonces cuando la selva se convierte en auditorio privilegiado de unos cánticos cargados de significado. Convencido de que esas notas casi más propias de un pájaro que de un ratón contienen un código de comunicación, el científico Bret Pasch, de la Universidad de Florida, comenzó a estudiar el comportamiento de las dos especies de roedores. El resultado se ha publicado ahora en The American Naturalist.

Imagine a un Alston en busca de comida. El olor de la hierba -o de los cacahuetes que empleó Pasch- le conduce hasta territorio Chiriqui. Si todo está en silencio, el pequeño ratón avanzará pero si oye el cántico del Chiriqui permanecerá callado, casi escondido hasta que pase el peligro y volverá a su casa. No quiere problemas con su ‘hermano’ mayor. 

¿Y si es otro Alston el que se acerca a disputar el manjar? A cantar se ha dicho. Con rivales de su tamaño, el Alston lucha por su comida y aleja a sus iguales a base de gorgoritos. De mayor duración que el resto de los ruidos de los ratones, los cánticos que emiten los Alston y Chiriqui pueden modularse en amplitud y frecuencia, y tienen distintos significados en función de los diferentes rivales a los que traten de asustar. O de atraer, porque otro de los descubrimientos de Pasch señala que tanto los pequeños como los mayores emplean su privilegiada voz para atraer a las hembras.

Y deben esmerarse si quieren conseguir pareja porque ellas, astutas, eligen al macho que con mayor vigor y calidad entone. Una melodía larga implica mejor coordinación de los sistemas nervioso, neruromuscular y cardiaco y, si de buscar un padre para sus crías se trata, la salud es un plus. Ratón que canta, su mal espanta… ¿y novia encuentra?

*Imagen cortesía de Bret Pasch

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