A muchĆsimos les costaba ver el hueco que habrĆa de ocupar La Razón. Los redactores volvĆan de las ruedas de prensa a sus ordenadores entre aterrados y consternados porque los compaƱeros de otras redacciones no les felicitaban por el lanzamiento del periódico sino que les anunciaban, āpor su bienā, que a la semana siguiente cerrarĆa el diario. Todas las semanas se publicaba en algĆŗn medio que la cabecera se iba a pique porque no habĆa tarta para tanto comensal, es decir, que no habĆa lectores ni publicidad para tanto papel con parecida lĆnea editorial.
Pero de eso hace ya quince aƱos y la locura de un diario en papel, monĆ”rquico y constitucionalista que puso en marcha Luis MarĆa Anson, el mĆ”s destacado periodista espaƱol del siglo XX, es una realidad sólida, con un pĆŗblico fiel, unas ventas estables pese a las caĆdas habidas por la crisis y unos ingresos por publicidad satisfactorios aĆŗn en plena caĆda del sector.
HabĆa un hueco, hoy no cabe duda, para un periódico necesario y en papel a punto de entrar en el siglo XXI. Y sigue siendo La Razón un periódico necesario y en papel pasados ya trece aƱos del nuevo siglo. Lo es porque, como dicen sus principios fundacionales āreproducidos cada aniversario, hasta ahoraā, se proclama defensor de āla unidad de la nación espaƱolaā y dispuesto a denunciar a cualquier Gobierno que haga āconcesiones inaceptables a algunos nacionalismos decimonónicos y voracesā. Se define como apartidista, moderado, laico y partidario de la MonarquĆa constitucional, e incluye entre sus principios la necesidad de una reforma de la ley electoral, para que la voluntad mayoritaria de los espaƱoles no resulte desvirtuada āpor alguna minorĆa nacionalistaā. En esos principios tiene cabida la valoración del idioma espaƱol como āel gran tesoro cultural de nuestra nación y de los paĆses hermanos de IberoamĆ©ricaā, el reconocimiento a la papel de la Iglesia católica en EspaƱa y necesidad de una libre economĆa de mercado.
JoaquĆn Vila estrenó la dirección del rotativo con un equipo de mĆ”s de un centenar de periodistas entre los que se encontraban experimentados profesionales rodados en las redacciones de ABC, del Diario 16 o del Ya, y un nutrido grupo de jóvenes hambrientos de periodismo y desbordados de ilusión por hacer oficio. Hicieron muchos menos nĆŗmeros cero de los que hubiera sido recomendable, llegaron exhaustos al lanzamiento despuĆ©s de decenas de dĆas trabajando mĆ”s horas de lo posible y de meses eternos sin libranzas que aliviaran, pero salieron a los quioscos de toda EspaƱa, con una tirada de 500.000 ejemplares, el jueves 5 de noviembre de 1998 y vendieron un periódico āsin papelotes ni zarandajasā a 50 pesetas frente a las 125 que entonces costaban los de la competencia.
El segundo director de La Razón fue JosĆ© Antonio Vera, hoy presidente de la agencia EFE, que dio el relevo a JosĆ© Alejandro Vara. Entonces corrió el rumor de que habĆa que tener un apellido con cuatro letras que empezara por V para poder dirigir esta cabecera. Pero llegó Francisco Marhuenda y lo cambió todo. O casi todo. Porque la redacción de La Razón no ha dejado de sufrir ni un dĆa desde aquellos en que le anunciaban su próximo ingreso en las filas del Inem por la maƱana y por la tarde. En los Ćŗltimos aƱos parece que sufrĆa menos que las demĆ”s redacciones de la prensa escrita porque no habĆa despidos, pero es un espejismo, parecĆa que sufrĆa menos porque llevaba sufriendo mucho mĆ”s tiempo: ha tenido que bajar los sueldos para no dejar ninguno de sus integrantes sin trabajo y ha vivido en la mĆ”s estricta austeridad desde que tiene memoria. Es decir, mientras que los que ahora se ven sacudidos por la crisis hacĆa ostentación y despilfarro, los trabajadores de La Razón competĆan con menos medios humanos, tĆ©cnicos y económicos, muchos menos.
Por eso, lo mejor de los periódicos son siempre sus periodistas. A ellos, a la canalla, a los plumillas y juntaletras, a los foteros, a los dibujantes, archiveros y a los de la dictadura de la maqueta, felicidades y enhorabuena por haber hecho información siempre en condiciones difĆciles.