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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Rolling Stones en Cuba. Los pegajosos dedos de la filantropía

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Los Rolling Stones actuaron el pasado 25 de marzo en la Ciudad Deportiva de La Habana ante una multitud de cubanos que pudieron ver, gratis, cómo las espectrales figuras del cuarteto inglés hacían un repaso de sus clásicos, toda vez que su genio creativo parece haberse esfumado. La llegada a la isla de los Stones se producía tras las visitas de los representantes del poder político –Barack Hussein Obama– y el  religioso –Jorge Bergoglio, el Papa Francisco-. Sir Mick Jagger, así distinguido por la Papisa Isabel, vendría a representar el mundo de la Cultura, una Cultura que acaso no sea sino un subproducto, calificado paradójicamente como contracultural, del democrático capitalismo de mercado pletórico que contempla codicioso a la Perla del Caribe desde la península de Florida. Los medios de comunicación se han apresurado a interpretar estas visitas, en flagrante contradicción climática, como el inicio del definitivo deshielo

Sea como fuere, conviene indagar, paralelamente a las cuestiones ideológicas, en otras más prosaicas: las financieras que han auxiliado a las tecnológicas. Al cabo, los Rolling Stones necesitan de un aparato humano, tecnológico y logístico mastodóntico imprescindible para que puedan escucharse los guitarreos de Richards. En efecto, tras el anuncio de que el cuarteto tocaría en La Habana sin que el público tuviera que pagar el habitual y cuantioso precio de sus entradas, la gran pregunta es: ¿quién ha pagado una actuación cuyo coste ronda los siete millones de dólares?

La respuesta, según parece, conduce a la Fundashon Bon Intenshon, institución filantrópica radicada en la isla de Curazao, ínsula antaño perteneciente a las Antillas Holandesas que no pasó inadvertida para piratas mediterráneos como Oleguer Pujol, quien trató de ocultar en aquellas lejanas arenas caribeñas más de 4 millones de euros. A la cabeza de tal fundación figura el abogado Gregory Elias, presidente de la asesora United Trust Company N.V. que da servicio a empresas pertenecientes al mundo del turismo, tan interesado en implantarse en una isla donde hasta la fecha alguna cadena hotelera española ha arraigado. Las conexiones entre el mundo financiero y el del espectáculo de La Habana han sido desmentidas, sin embargo, por el propio Elias, que se ha limitado a subrayar la coincidencia del paso de Obama y Jagger por la isla.

No obstante, tal coincidencia entre música y política dista mucho de ser original. La propia Cuba, satélite de la URSS durante tanto tiempo, protagonista de la célebre crisis de los misiles de 1962 que supuso un hito en la Guerra Fría, nos da la pista más adecuada para indagar en tan procelosas relaciones. No en vano, desamparada desde la caída de un muro a cuya caída tanto contribuyó Pink Floyd, la isla, un cuarto de siglo después de aquel derrumbe, sigue teniendo un enorme simbolismo.

La escala de la amenaza nuclear evidenciada tras las nubes hongo de Hiroshima y Nagasaki impulsó diversas iniciativas muy anteriores al pacifismo estupefaciente de los años 60 que adquirió sus mayores dimensiones en masivos y  ahumados festivales como el de Woostock, macroconcierto que prefiguraría los de grupos como los Rolling Stones, protagonistas ese mismo año de 1969, del festival de Altamont, en el que los Ángeles del Infierno, al servicio de Sus Satánicas Majestades, desplegaron su violencia.

Más sosegada y elegante sería la estrategia, con la presencia musical de Shostakovich, que desplegó la Unión Soviética. La forma escogida fue la de la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial. El escenario: el neoyorquino Hotel Waldorf-Astoria. Las fechas: los días del 25 al 27 de marzo de 1949. La organización de la Conferencia, en el corazón del imperio capitalista, correría a cargo de la Kominform, ayudada desde dentro de los Estados Unidos que pronto activarían la caza de brujas de la mano de Joseph McCarthy.

La reacción no se haría esperar. Alarmada, la CIA se ocuparía de reclutar trotskistas y comunistas renegados para armar la contraofensiva. El lugar escogido para desplegarla sería ese Berlín tantas veces cantado por artistas a menudo tolerados, cuando no financiados, que abrirían fisuras más profundas que las de los aseados representantes políticos. Apenas un años después de la celebración de la conferencia neoyorkina, el Congreso por la Libertad de la Cultura se ponía de largo en el Palacio Titania, dando inicio a un conjunto de medidas que irían encaminadas a fortalecer a determinados hombres de la Cultura marcados por el anticomunismo.

El reparto de los fondos no se haría, naturalmente, bajo los símbolos imperiales de la CIA, sino gracias a la interposición de una serie de fundaciones. Ford y Fairfield servirían a tales propósitos ofreciendo un rostro más amable.

España no quedaría fuera de esta estrategia propagandística, y ello a pesar de no contar con un sistema democrático homologable con el impulsado por unos Estados Unidos que trabajarían para que la devastada Europa pudiera suponer un dique ante la amenaza soviética. Más fuertes que las murallas berlinesas serían las promesas, envueltas en libertario celofán, de una vida asegurada por el estado del bienestar que surgiría como contrafigura del impulsado desde Moscú.

La estrategia yanqui también desembarcaría en España de la mano de una música que no necesitaba de la electricidad que formaba parte del lema del comunismo. Un año antes de firmarse los pactos con los Estados Unidos, en marzo de 1952, el Congreso ya anunciaba en las páginas de ABC la celebración de una serie de conciertos en París bajo el título: «La obra del siglo XX». En ellos se insertó la hispana presencia del Ballet del Marqués de Cuevas. Música y literatura serían dos excelentes vehículos para introducir en nuestro país nuevas corrientes ideológicas. Los españoles se irán alejando del casticismo para abrazar unos modos británicos a los que contribuyó la televisión, pero también la llegada a España de los Beatles, que romperían el mito del aislamiento español. Durante los 60 comenzarían a fraguar diversos grupos, algunos financiados por las citadas fundaciones, transidos de espíritu democrático. Los primeros pasos hacia la actual democracia coronada, dados desde las filas del federalcatolicismo, han de buscarse en esa década. Finalmente, la culminación de la celebrada transición española bien puede situarse en aquel lluvioso concierto que los Rolling Stones dieron en 1982, año de la apoteosis socialdemócrata, en el Vicente Calderón.

 

Con décadas de retraso, los británicos han desembarcado por fin en una Cuba a la que se pretende incorporar dentro del orbe capitalista. La isla, alejada del ateísmo científico soviético y en pleno auge de un catolicismo que convive con la santería, ha podido escuchar por fin el Sympathy for the devil stoniano. Lejos queda el sueño de un hombre politécnico que se quedó en humilde mecaniquero.

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