Nuria MartĆnez Labuiga. www.excelencialiteraria.com
Lourdes seguĆa dormida cuando llegaron a la sala de espera. Su madre la arropó con cariƱo y se quedó mirĆ”ndola mientras mecĆa suavemente el carrito.
Su marido entró en la sala con un café para ella. Se sentó a su lado y la besó.
-Al final no ha sido tan difĆcil aparcar.
Trataba de distraer a SofĆa cada vez que la veĆa pensativa; dadas las circunstancias, pensar demasiado jugaba en su contra. En cambio, de vez en cuando se sentaban a solas en el sofĆ” de casa y hablaban sobre la rara enfermedad, las Ćŗltimas noticias de los mĆ©dicos, la asociación y todas sus preocupaciones.
La fisioterapeuta no tardó en llamar a Lourdes; era la Ćŗltima paciente de la maƱana. Los acompañó hasta la sala de rehabilitación infantil, un lugar pequeƱo con una camilla, colchonetas y muchos juguetes. Mientras los padres desvestĆan al bebĆ© sobre la camilla, las alumnas de prĆ”cticas sacaron un peluche y un sonajero del armario. Ambas habĆan estado leyendo sobre la alteración genĆ©tica que padecĆa la pequeƱa y el pronóstico les tenĆa con un nudo en la garganta: aun con fisioterapia y medicamentos, la esperanza de vida era de dos o, como mĆ”ximo, tres aƱos.
Se quedaron a un lado de la camilla mientras MarĆa, la fisioterapeuta, comenzaba el tratamiento. Completamente inmóviles, como dos juguetes mĆ”s de aquella sala, miraban a la pequeƱa de piel sonrosada. Sus movimientos eran lentos, como cansados, y su tenue llanto a penas se escuchaba. Cuando su madre se acercó para acariciarla, la fisio y las alumnas de prĆ”cticas solo alcanzaban a preguntarse cómo de grande era el sufrimiento que acarreaba detrĆ”s de su sonrisa, y en cuanto el matrimonio se cogió de la mano, solo lograron compadecerse. La pesadumbre iba a impedirles conciliar el sueƱo al llegar la noche.
MarĆa dio por terminada la sesión despuĆ©s de explicar algunos ejercicios a los padres. Se quedó un rato mĆ”s, rellenando historiales de pacientes, despuĆ©s de despedir a sus alumnas. Pudo ver en sus ojos la conmoción que aquella Ćŗltima niƱa les habĆa causado. DespuĆ©s de tantos aƱos de trabajo, no era el primer enfermo incurable que trataba y a la fuerza habĆa aprendido a domeƱar los sentimientos, para ayudar a los pacientes y sus familias sin que las decisiones del tratamiento se vieran turbadas por el desasosiego. Del mismo modo, solamente pensaba en cada paciente durante el tiempo que duraba la terapia, para que nada influyera sobre los demĆ”s enfermos ni sobre su vida personal.
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Acto seguido, y pese a tener fe en que aprendieran a sobrellevarlo, llamó a SofĆa y cambió la hora de las visitas para que no coincidiera con su encuentro con las chicas.